SIMULACIÓN 2

33 3 2
                                    

Antonio tenía apenas diez años cuando vivió una de las épocas más felices de su vida. A pesar de la pérdida de su padre a causa de un infarto, él y su madre se las arreglaban para mantenerse adelante. No eran ricos, pero tenían lo que necesitaban para sobrevivir. Vivían en una casa modesta en el barrio de la ciudad donde creció, y aunque no tenía hermanos, tenía muchos primos con los que disfrutaba pasar tiempo. Era un niño muy activo, siempre dispuesto a jugar y a explorar. Pasaba la mayor parte de sus días corriendo por las calles con sus amigos, jugando al béisbol en el parque, o andando en bicicleta por las colinas cercanas. A veces incluso se aventuraban a explorar la ciudad, maravillándose con las maravillas que encontraban a su paso. Las tardes eran para hacer la tarea, pero Antonio no se quejaba. Le encantaba aprender y siempre estaba ansioso por descubrir cosas nuevas. Su madre le leía cuentos antes de dormir, y él se dormía soñando con aventuras en tierras lejanas. A menudo se despertaba a mitad de la noche, empapado en sudor, después de haber luchado contra dragones imaginarios o haber navegado por mares embravecidos.

Pero aunque la vida de Antonio parecía idílica, no todo era perfecto. A veces su madre trabajaba horas extras en la fábrica donde trabajaba, y él se quedaba solo en casa. Aunque no tenía miedo de estar solo, extrañaba a su madre y a menudo se aburría. Entonces se dedicaba a dibujar o a leer, creando mundos imaginarios en su cabeza que lo transportaban a lugares mágicos. A medida que los años pasaban, se iba haciendo más independiente. Comenzó a ayudar a su madre en casa, haciendo tareas como lavar los platos y barrer el piso. También empezó a cocinar, y aunque sus primeros intentos fueron un desastre, poco a poco fue mejorando. A pesar de todo, Antonio siempre encontraba motivos para ser feliz. Ya fuera jugando al baseball con sus amigos o pasando tiempo con su madre, él siempre tenía una sonrisa en el rostro y una mirada llena de ilusión. Su infancia fue una época de descubrimiento y aprendizaje, una época en la que no había nada que no pudiera hacer. Y aunque ha crecido desde entonces y ha pasado por muchas más experiencias en su vida, nunca ha olvidado aquellos días de su infancia. En su memoria, esos días siguen siendo una época mágica en la que todo era posible, una época en la que la vida era simple pero llena de aventuras.

Isabella a sus diez años era una niña activa y entusiasta, llena de curiosidad y con muchas ganas de aprender. A pesar de que sus padres eran de una clase social acomodada, ella nunca fue una niña caprichosa y siempre supo valorar lo que tenía. Vivía en una casa grande y hermosa con su familia, conformada por su madre, su padre y su hermana menor. Sus padres eran muy amorosos y protectores, siempre estaban atentos a sus necesidades y preocupados por su bienestar. Isabella era una niña muy dedicada a sus actividades extracurriculares, tenía una rutina diaria muy intensa que incluía clases de ballet, tenis, canto y actuación. Aunque disfrutaba mucho de todas estas actividades, lo que más le apasionaba era jugar a ser doctora, siempre soñando con convertirse en una algún día, como su padre. Durante sus ratos libres, le gustaba pasar tiempo jugando con sus amigas, en su mayoría compañeras de sus clases de ballet y tenis. Juntas imaginaban historias y se divertían en el jardín de su casa, construyendo fortalezas con mantas y cojines, o creando una tienda de campaña para hacer "camping" al aire libre. Isabella también disfrutaba mucho de las tardes en familia, cuando todos se reunían en el salón a ver películas juntos o jugar algún juego de mesa. Uno de sus favoritos era el Scrabble, en el que demostraba su habilidad con las palabras y su creatividad para formarlas. A pesar de que su padre era médico y su madre arquitecta, nunca se sintió presionada para seguir sus pasos. Sin embargo, Isabella siempre admiró mucho la labor de su padre en la medicina, y se emocionaba al escuchar sus historias sobre pacientes y curaciones. A sus diez años, era una niña feliz y plena, rodeada de amor y con un futuro prometedor. Nunca imaginó que años después, tendría que enfrentar grandes desafíos y adversidades, pero gracias a su infancia llena de amor y apoyo, estaba preparada para cualquier obstáculo que pudiera aparecer en su camino.

A sus diez años, Marie vivía en una pequeña casa de campo junto a su familia, compuesta por su padre, su madre, sus cuatros hermanos menores y su abuela materna. A pesar de no tener lujos, siempre tuvo todo lo que necesitaba y nunca le faltó el amor y el apoyo de su familia. Sus padres, aunque no habían tenido la oportunidad de recibir una educación formal, siempre trataron de inculcarles a sus hijos la importancia de la educación y el valor del trabajo duro. A pesar de las dificultades económicas, siempre encontraron la manera de que sus hijos asistieran a la escuela y recibieran una formación académica que les permitiera tener un futuro mejor.

Marie se divertía mucho jugando con sus hermanos y ayudando a su padre en su trabajo de agricultura en el campo. A pesar de su corta edad, era una niña bastante madura y siempre tenía conversaciones interesantes con su padre mientras trabajaban juntos en el campo. Esto había hecho que forjaran una buena relación, basada en el respeto y la confianza mutua. Era una niña responsable y siempre estaba dispuesta a ayudar en todo lo que fuera necesario. Desde pequeña, había aprendido la importancia de trabajar duro y de ser independiente, por lo que solía ayudar a su madre con las tareas del hogar y con el cuidado de sus hermanos menores. A pesar de que no tenía muchos juguetes, siempre encontraba la manera de divertirse y de pasar el tiempo con su imaginación. Le encantaba leer y pasar horas en el campo observando la naturaleza. Era una niña muy curiosa y siempre estaba haciendo preguntas a sus padres y abuela sobre el mundo que la rodeaba. Marie recordaba con cariño los momentos en que su abuela le contaba historias sobre la familia y sobre sus antepasados. A través de esas historias, Marie aprendía sobre su cultura y sus tradiciones, y comprendía la importancia de mantenerlas vivas.

David era un niño de diez años que había tenido que crecer demasiado rápido debido a la situación en la que vivía. A pesar de tener una familia, su infancia se vio abrumada por la tensión constante que había en su hogar. Vivía con su padre, su madre y su hermano pequeño, y aunque todos estaban en la misma casa, parecía que cada uno vivía en su propio mundo. Desde muy pequeño, había aprendido a esconderse cuando su padre y su madre empezaban a discutir. Su padre odiaba el cigarrillo y estaba obsesionado con que su esposa dejara de fumar. Las discusiones se volvían cada vez más intensas y David no podía soportar el dolor que sentía al ver a sus padres pelearse. Pero con el tiempo, el dolor se convirtió en indiferencia y David aprendió a ignorar las discusiones y centrarse en cuidar de su hermano pequeño. Tenía miedo de su padre, un hombre con serios problemas de ira que no dudaba en levantar la voz o incluso golpear a su hijo mayor. Por esta razón, David siempre intentaba pasar desapercibido en casa y hacer todo lo posible por no llamar la atención de su padre. Los únicos momentos de paz que tenía eran cuando estaba en la escuela, rodeado de sus amigos y lejos de su hogar.

A pesar de todo esto, David no dejaba de ser un niño y disfrutaba de las cosas simples de la vida. Le encantaba jugar al fútbol con sus amigos, construir castillos de arena en la playa y pasar tiempo en la naturaleza. Pero su mayor preocupación era su hermano pequeño, al que quería proteger a toda costa. A menudo, cuando sus padres discutían, él tomaba a su hermano de cinco años y lo llevaba a otra habitación para distraerlo y jugar con él. Era una forma de escapar de la realidad y encontrar un poco de paz en medio del caos. Pese a su corta edad, David se comportaba más como un padre que como un hermano mayor. Se aseguraba de que su hermano estuviera siempre bien alimentado, limpio y bien cuidado. Era un peso muy grande para un niño tan joven, pero David nunca se quejaba y siempre hacía lo que tenía que hacer para proteger a su hermano.

En definitiva, la infancia de David fue una mezcla de momentos felices y tristes. Aunque tuvo que aprender a crecer más rápido de lo que debería, nunca perdió su espíritu infantil y siempre encontró formas de disfrutar de la vida.

LARIMAR: Un misterio bajo tierra ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora