IV - Hipocondría

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Por la noche, Solange estaba acostada sintiendo dolores de garganta. Se levantó de la cama para tragar la saliva que la sofocaba, tosió algunas veces poniéndosele los ojos rojos. Cogió un pañuelo que mantenía a su lado, se lo pasó sobre la boca y vio un poco de sangre. Se asustó, miró el vaso de agua sobre la mesita de noche, dio algunos tragos para refrescar la garganta y ablandar el gusto metálico. Después de darse cuenta de que la tos había cesado, al menos de momento, aspiró aire de nuevo, esta vez para enfriar los pulmones.

Luna apareció en la puerta del cuarto.

— ¿Necesitas alguna cosa, mamá? ¿Tal vez alguna medicina? Tu tos parece más seca que antes.

— Creo que voy a hacerme una infusión de granada para aliviar los dolores de garganta.

— No va servir de nada. Tómate una medicina, mamá, que el dolor va a desaparecer rapidito.

— Yo prefiero mis infusiones, pero como estoy muy cansada, coge de allí encima del tocador una de aquellas pastillas de poner debajo de la lengua, hija – le pidió al mismo tiempo que doblaba el pañuelo para esconder la parte escarlata.

Luna hizo como le fue pedido. La hija ingirió una también.

— ¿Por qué tú has tomado también, Lu?

— Tengo dolor de cabeza. Creo que es la preocupación con el trabajo, que también me está quitando el sueño.

— Acuéstate en tu cama que cuando menos te lo esperes estarás durmiendo... Cuando Luna estaba saliendo del cuarto de Solange, se volvió y preguntó:

— Sólo una cosa más. Cuando llegué, vi dos tazas en la cocina. ¿Has recibido alguna visita?

— Sí. ¿Adivinas quién ha venido?

— ¡Ah, no! No puede ser quien estoy pensando.

— Eso mismo, Otto. Y se acordó de tu cumpleaños. Hasta te ha dejado un regalo, pero mañana te lo enseño.

— ¿Es una caja que está en mi cuarto? Pensé que era una sorpresa tuya. ¡Qué cosa él acordarse de mi cumpleaños!

— A ti te desagrada Otto, pero es una buena persona. Esta vez, literalmente exageró.

— ¿Pero qué puede ser tan fantástico así?

— Después lo verás con tus propios ojos. Pero duerme, hija. Debes estar cansada de la semana.

— Está bien, duerme con los ángeles.

Ella apagó la luz y entornó la puerta al salir. Curiosa, fue rápido al cuarto a abrir la caja. Pensó en dejarlo para verlo por la mañana, pero no consiguió esperar. Abrió y vio el ordenador cuántico que el profesor de Física había traído del futuro.

Cuando presionó un botón azul en medio de este, un holograma apareció con la imagen de una mujer girando. Y nada más, porque necesitaba la seña.

"Otto prometió que vendrá una noche de estas a enseñarte cómo funciona", decía una nota que su madre dejara sobre el ordenador, y Luna se quedó con la curiosidad aguzada. Decidió que era hora de dormir. Después aprendería a conectar aquel objeto misterioso.

"¿Dónde será que lo habrá comprado?" Ella nunca viera nada igual en toda su vida. "Un misterio más del Señor Otto. ¿Cuáles serán sus verdaderas intenciones? ¿Será que le gusta mi madre?"

Con el cansancio cerrando sus párpados, cayó en el sueño.

Por la mañana, mientras desayunaban, su madre dijo:

— Háblame más sobre Fabio. ¿Cómo fue la cita de anoche?

— Puedo adelantarte que fue todo bien. Es muy gentil.

Luna y el Elemento EternalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora