X - El Legado de Otto

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BELO HORIZONTE, FINAL DEL SIGLO XXI

Muchos años en el futuro, la escasez de agua y oxígeno asolaba el mundo. En Brasil, no era diferente. Incluso con el mayor bioma del mundo, la población sufría con los ínfimos recursos de estos elementos vitales. La dejadez con el medio ambiente se había apoderado del planeta.

La destrucción de las florestas alteró los ciclos de las lluvias generando inundaciones y ondas de calor. Las estaciones irregulares del año se confundían. La polución de los mares, ríos y lagos destruyó buena parte de las algas necesarias a la producción de oxígeno, perjudicando la sobrevivencia de los seres vivos. Cada vez más eran detectadas partículas de nano plásticos en la corriente sanguínea humana alterando los procesos biológicos. Muchas especies fueron extintas, y si el hombre no tomara providencias, la próxima sería la propia.

En este escenario caótico, varios científicos, biólogos, ingenieros ambientales y forestales estudiaban maneras de recuperar la naturaleza.

Empresas de tecnología y gobiernos mundiales buscaban en otros planetas la posibilidad de fuga para los problemas humanos usando telescopios cada vez más sofisticados o, quién sabe, planeaban llevar las industrias pesadas con sus contaminantes fuera del globo terrestre.

Tal vez, de esa manera, dieran tiempo para que el planeta Tierra, la joya rara del Cosmos, se recuperara de los estragos que la humanidad le impusiera.

El turismo espacial fue sustituido por misiones en busca de exoplanetas para sobrevivencia de la especie.

En medio de las frecuentes pandemias, debido al desequilibrio ambiental y el oportunismo de microorganismos mutantes, en la capital del estado de Minas Gerais, un investigador estaba a punto de hacer un gran descubrimiento. Otto trabajaba en su proyecto todas las noches incansablemente, para encontrar una forma de salvar la vida de su hijo enfermo.

Había creado un agujero de gusano en el laboratorio de Física de la Universidad donde trabajaba. El evento de la singularidad había sido pasajero, casi instantáneo, él se prometió a sí mismo que continuaría la investigación hasta conseguir estabilizar el pasaje y viajar en el tiempo. Temía que el hijo tuviera el mismo destino que la madre, que había perdido la vida por una enfermedad viral, y ahora él vivía cada minuto de su vida buscando una salida para salvar al chico.

En su laboratorio, mientras trabajaba, Otto observaba un vídeo holográfico de la farmacéutica Luna que, en el inicio del siglo XXI, daba una entrevista sobre el medicamento de la longevidad, a una famosa red de televisión brasileña. De repente, se acordó de la consulta de su hijo Gabriel con el neumólogo, el mismo médico que cuidara de su mujer.

— El niño también está sufriendo disturbios respiratorios causados por el virus. Vamos a cuidar de él con mucha atención, pero la situación es delicada. Tú recuerdas lo que ocurrió con su madre.

— Haré todo lo que esté a mi alcance, doctor – y bajo la cabeza entristecido.

Y allí estaba el físico Otto de vuelta a la investigación. Después de muchos estudios cuánticos y gravitacionales, consiguió calibrar su máquina del tiempo, y tras testarla varias veces, decidió que había creado la invención más sensacional de su época, una singularidad.

El objeto creaba ondas electromagnéticas capaces de distorsionar el espacio tiempo. Lo testó poniendo ratones para que atravesaran la anomalía y vio que estos habían dado un salto temporal. Hacía incansables cálculos matemáticos para que permitieran comprobar teóricamente el fenómeno científico que estaba creando; el punto de llegada al otro lado del túnel, tal vez la parte más difícil de la ecuación del tiempo.

Vio la oportunidad de ir al pasado, a fin de impedir la creación del fármaco Eternal, que causó superpoblación recrudeciendo los problemas ambientales.

Luna y el Elemento EternalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora