XX - El Destino de Heitor

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Después de correr mucho para alejarse de aquella prisión, Luna hacía autostop en la carretera y un camión paró al ver a la joven desesperada haciendo señal con el dedo pulgar. Ella agradeció y entró. De repente, vio a lo lejos una patrulla de la policía civil viniendo en su dirección. Pensó en pedir ayuda, pero se acordó de lo que Heitor le había hablado sobre el apoyo de policías a su plan maquiavélico. Se agachó dentro de la cabina amarrando los cordones de su tenis izquierdo para disimular. No quería que la vieran. Decidió irse de allí lo más rápido posible para encontrarse con Fabio. El camionero la dejó que utilizara su telemóvil para avisar al novio.

— Luna... ¿Eres tú? Dime dónde estás para que vaya a buscarte.

— Conseguí que un camionero me llevara y en breve llegaré al centro. Encuéntrame frente a la Iglesia de San Francisco en la Laguna de Pampulha de aquí a unos 30 minutos.

— Estoy yendo...

En el sentido contrario de la carretera, esta vez vio el coche de Heitor marchando en su dirección. Se agachó de nuevo esta vez atándose el tenis derecho. Después de verle pasar, respiró aliviada.

El conductor se quedó mirándola, pareciéndole todo aquello muy raro, pero Luna prefirió no decir nada sobre el secuestro, porque no quería que la policía lo supiera. Necesitaba pensar en lo que hacer a partir de aquel momento para minimizar el peligro.

Heitor conducía apresurado. Hacía algunos minutos, antes de entrar en el coche, le envió un mensaje a la hermana avisándole sobre la hija; pidiéndole que la dejara conversar con Luna hasta que él llegara.

No entendiendo nada de lo que él decía, ella decidió llamarle.

El telemóvil de él sonó en el sistema altavoz.

— Heitor, explícame lo que está pasando. Isabela estaba hace poco en la cocina y ha subido a su cuarto.

— Corre a la casa antigua y ve cómo está Luna. Yo la vi charlando con Isa por las cámaras; hace una media hora.

— Está bien. Agitado con la noticia que acabara de recibir, pasó a conducir en alta velocidad.

Carla corrió y vio la puerta de la casa antigua abierta; los perros encerrados en el canil. Asustada, entró corriendo para buscar a la víctima y lo peor ya había sucedido. Fue hasta el canil y lo abrió. Tal vez hubiera tiempo de encontrar a la joven en el jardín.

Los perros salieron ladrando como fieras, oliendo el rastro acompañados de cerca por Carla, hasta que llegaron al portón. Ella concluyó que la muchacha había escapado. Miró hacia todos los lados y no había ninguna señal de la fugitiva. Nerviosa, cogió el móvil.

— ¡Se ha escapado!

— Cálmate que estoy llegando.

Algunos segundos después, un ruido de coche frenando bruscamente fue oído allí afuera.

Heitor entró y le dijo a la hermana:

— ¿Pero, cómo has podido dejar que pasara esto?

— Isa debe haber cogido la llave y fue hasta donde estaba Luna.

— Eso lo vi por las cámaras. ¿Pero cómo pasó por los perros? Son bien entrenados.

— Los dos estaban encerrados en el canil.

— Isabela la ayudó. ¿Cómo no pensé en eso? Mi hija es ingenua y no tiene la culpa. Yo fui un idiota.

Después de que conversaran con la adolescente y se dieran cuenta de que ella lo hiciera debido a la empatía y sus ganas de conocer a otras personas, ellos decidieron no tocar más en el asunto delante de ella. La niña no podía saber sobre el crimen, tal vez ni aceptaría la motivación.

Luna y el Elemento EternalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora