En el fin de semana, Fabio salió con Luna por la noche llevándola a cenar. Durante el tiempo que estuvieron en el restaurante, Luna no ingirió ningún fármaco. Él comentó con admiración:
— Veo que estás progresando... ¡Enhorabuena!
— No exageres. Además, sé exactamente cuáles son las dosis que debo tomar. Pero de tanto tú y mi madre hablar, estoy esforzándome mucho y he disminuido los medicamentos.
— ¡Muy bien! Cuando necesites abrirte conmigo, tal vez contando alguna cosa de tu pasado que te haya hecho daño o algún pensamiento que se repite en tu cabeza, no te olvides de que, además de ser tu novio, soy tu amigo. También quiero tener la oportunidad de abrirme contigo, pues eres la única persona en quien confío.
— Por lo visto, también quieres ser mi psicoanalista.
— Creo que amigo sería la mejor palabra.
Él sonrió. Después cambió de tema.
— La comida está muy buena – dijo probando y masticando despacio para saborear.
— Estoy de acuerdo... ¡Una delicia! No era sólo el aroma era bueno.
Ella se quedó mirando la montaña por la ventana y sus pensamientos se perdieron en los recuerdos de su padre.
Recordó las constantes peleas entre este y su madre cuando aún eran casados y Luna era sólo una niña.
— Una moneda por tus pensamientos – dijo Fabio sonriendo.
— Me has hecho rememorar algo que siempre me duele mucho.
— ¿Sobre la relación con tus padres? Cuéntamelo; que eso te va a hacer bien.
Luna empezó a recordar y comentar. Lágrimas cayeron de sus ojos como se estuvieran lavando su alma. De inmediato, él le ofreció un pañuelo que había sacado del bolsillo.
Un día, la madre de Luna preguntó si el marido iba a salir de nuevo y el respondió con aspereza diciendo que necesitaba divertirse. Ella le exigió una actitud más paternal y familiar, pero él prefería estar con los amigos.
El problema era que los supuestos compañeros eran mujeres con quien él mantenía relaciones. Una de esas noches, el padre llegó borracho y ellos discutieron duramente. Aun atontado, él empujó a Solange para sacarla del camino y fue a ducharse. Su telemóvil cayó desbloqueado en la alfombra.
Cuando él entró en el baño, la madre cogió el aparato y leyó un mensaje de la amante diciendo que le había encantado la noche en el motel.
Fue la gota de agua para que terminaran el casamiento.
Después de oír la historia, Fabio le preguntó si no había posibilidad de reconciliación o de que su padre mudara de actitud. Luna respondió:
— De ahí para peor. Aquel día, hizo las maletas y se fue para nunca más volver. Después de algún tiempo, paró de pagar la pensión alimenticia y fue preso por morosidad.
— ¡Caramba! Las cosas se complicaron de verdad...
— Entonces se divorciaron y restaron para mí las crisis de ansiedad desde mi adolescencia.
— Espero estar siempre a tu lado para oírte...
— Ya me siento mejor.
Él puso la mano sobre la de ella con cariño, pasando la impresión de que ella tendría a alguien que la apoyaría para el resto de su vida.
— Tengo muchas ganas de conocer a tu madre. Por lo que he entendido, siempre luchó en la vida criándote desde pequeña.
— Sin la ayuda de mi padre, que nunca más apareció para visitarme incluso después de que le soltaran. Pero vamos allí a casa para que conozcas a mi madre. Te va a caer muy bien. En mis crisis de carencia paternal, siempre estuvo a mi lado. Por eso la amo tanto.
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Luna y el Elemento Eternal
Science FictionPremisa: Una farmacéutica afrobrasileña hipocondríaca y desconfiada, que lucha contra el tiempo para descubrir un medicamento que le ayude a curar la enfermedad de su madre, no imagina que tendrá que enfrentarse a la codicia desenfrenada de sus supe...