— Soy Carla, hermana de Heitor. No tengo como esconder quien soy, porque en breve él vendrá aquí. Cuando mi hermano salga del laboratorio, vais a conversar. Heitor me pidió que cuidara de ti. He traído comida y agua fresca. Lo que desees comer puedes pedírmelo que te lo traeré.
— ¿Sabes que secuestro es crimen hediondo y seréis presos por eso? A estas alturas, ya hay gente buscándome.
— Mi hermano está protegido. No hace nada que no sea bien pensado.
— ¿Por qué me habéis secuestrado?
— Prefiero que vosotros converséis entre sí. Estoy sólo cumpliendo lo que él me pidió. No soy una criminal y espero que os entendáis.
— Vosotros estáis cercenando mi libertad. Lo que estáis haciendo es crimen y pagaréis caro por eso. ¿Dónde están mis pertenencias?
— No crees que él sería ingenuo de dejar tu telemóvil a disposición, ¿no te parece?
— Necesito absorbentes y artículos de higiene. Tal vez algunos medicamentos cuando se acaben los que tengo.
— Tú conoces la profesión de mi hermano que es la misma que la tuya. Él dice que tú usas muchas medicinas. Lo que necesites podemos traértelo. Por favor, dime lo que necesitas.
Luna enumeró las cosas que necesitaba y, al ver a aquella mujer fuerte, mucho más alta que ella, no se atrevió a luchar. Sus ojos danzaban acompañados por los de Carla que seguían observando a su alrededor para ver si había algún objeto que pudiera usar para golpear a la carcelera o que pudiera lanzárselo para correr en seguida, pero no encontró ninguna opción. Al menos, de momento.
Después de digitar todo en su smartphone, Carla se fue y cerró la puerta de nuevo. Había tele, nevera, además de baño caliente. Todo para darle comodidad a la víctima de la cual Heitor quería una información importante: la fórmula del Eternal. Pero aquella noche, él decidió no ir al cautiverio. Pensó que eso pondría a Luna más nerviosa y propensa a revelarle lo que quería en los próximos días.
La víctima pensó en comer al ver la cena que Carla le había traído, pero el hambre se fue después de que la ansiedad volvió galopante. Luna sintió palpitaciones al imaginar que tal vez Heitor estuviera envuelto en la muerte de Otto. El sudor resbalaba frío por su frente y la respiración empezaba a quedar jadeante. ¿Sería ella la próxima víctima?
Fue a su bolso para buscar un ansiolítico. Cogió el comprimido junto a un vaso de agua. Aspiró firmemente y empezó a hacer los ejercicios de respiración que Fabio le había enseñado.
Pensó en lo que él dijo sobre el desmame y tomó sólo la mitad. Luna necesitaba estar atenta al máximo para poder escapar así que una oportunidad apareciera.
Era una opción importante vencer la hipocondría, incluso en aquella situación límite. Sus manos aún temblaban cuando miró la comida una vez más y sintió ojeriza. "¿Será que ellos serían capaces de envenenarla?"
En otro barrio de la ciudad, Fabio estaba inquieto. Había pasado una noche y nada de Luna comunicarse, cosa que nunca hiciera antes; mucho por lo contrario, ella era precavida y siempre le avisaba, por mensajes, de los compromisos que la atrasaran. Fue en lo que habían quedado, después de los peligros que la joven había enfrentado. Fue cuando, de repente, el móvil sonó.
— Aló. ¿Eres tú...? ¿Luna?
— No, soy el síndico. Hay dos policías aquí en la portería buscándole.
Habían encontrado el coche de ella abandonado. En él encontraron una cartera con los documentos, donde había algunas cuentas que ella había pagado para Fabio.
ESTÁS LEYENDO
Luna y el Elemento Eternal
Science FictionPremisa: Una farmacéutica afrobrasileña hipocondríaca y desconfiada, que lucha contra el tiempo para descubrir un medicamento que le ayude a curar la enfermedad de su madre, no imagina que tendrá que enfrentarse a la codicia desenfrenada de sus supe...