Aquella noche, Heitor revolvía los cajones de la mesa de Luna. Se dio cuenta de que ella había olvidado el notebook personal, pero para acceder necesitaría la ayuda de alguien especializado y tardarían horas que él no tenía. Aprovechó que todos se habían ido para manejar el ordenador del laboratorio, en el cual la joven trabajaba en la investigación. De pose de la contraseña maestra, conectó el aparato y puso un dispositivo para hacer la copia de los datos del Eternal.
Por algunos segundos, se quedó hipnotizado mirando las moléculas de la sustancia activa girando en la pantalla. Pensó en todo lo que aquella invención representaba para él. Sacó el pendrive y se lo metió en el bolsillo.
De repente, oyó el ruido de una puerta abriéndose. Se volvió asustado.
— ¿Heitor, que es lo que haces con mi máquina conectada?
— ¿Luna?
Él, rápidamente, desconectó el ordenador.
— Estaba confiriendo si los ordenadores estaban desconectados para cerrar el laboratorio. Siempre me quedo aquí hasta más tarde. ¿Y en cuanto a ti? ¿Qué haces aquí a estas horas?
Ella se fijó en su mesa; miró su ordenador.
— Olvidé mi notebook en el cajón. Lo necesito para coger algunos datos que tengo que enviar a la nube.
Heitor se quedó estático frente a ella y algunos segundos de silencio reinaron en el ambiente. Luna revolvió los ojos extrañando la inercia de él.
— ¿Me das permiso? Estás arrimado justamente al cajón que necesito abrir.
— ¡Ah! Sí... Perdona.
Heitor miró hacia la mesa y salió de delante de esta.
— Pero me habías dicho que la fórmula estaba lista. ¿No fue eso?
— ¡Sí! Pero me gusta comprobar mis datos cuando alguna duda aparece. Nada mejor de que tenerlo todo a mano. No vivo sin mi notebook. Poco a poco, estoy pasando todos mis aplicativos al smartphone. Es más práctico. Pero ya sabes... Algunos programas funcionan mejor en el ordenador y otros más pesados necesitan ser guardados en la nube.
— Creo que haces muy bien – dijo él un poco cohibido.
Se despidieron y ella bajó por el ascensor. Allí abajo, Fabio la esperaba para llevarla a casa. Furiosa con lo que había visto, decidió desahogarse con el novio.
— ¿Puedes creer que Heitor estaba chafardeando de nuevo en mi programa del ordenador?
— ¿Será que no estaba resolviendo alguna duda sobre vuestro trabajo?
— Pero, cuando salimos, todo ya estaba desconectado y él puede preguntarme sobre cualquier duda que tenga, incluso si fuera urgente, por el aplicativo de mensajes.
— En ese caso, también me parece extraño.
— Me pongo nerviosa cuando desconfío de alguien. A veces, pienso que hay otros intereses por detrás de esta investigación. Comerciales, ¿entiendes?
— ¡Caramba! Ahora me he interesado también – sonrió él al comentar.
— Para con las tonterías, cariño. Estoy hablando en serio.
Fabio también se puso serio y continuaron el camino a casa en silencio. Luna sentía rabia e intentaba descubrir lo que estaba pasando. Pensaba en Paulo, su colega Roberta y Heitor, todos filmando su trabajo con los ojos, el día entero.
Cuando llegaron a casa, ella le invitó a subir y, como él también quería saludar a Solange, aceptó.
Enseguida, en el recibidor, la joven oyó una voz grave.
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Luna y el Elemento Eternal
Science FictionPremisa: Una farmacéutica afrobrasileña hipocondríaca y desconfiada, que lucha contra el tiempo para descubrir un medicamento que le ayude a curar la enfermedad de su madre, no imagina que tendrá que enfrentarse a la codicia desenfrenada de sus supe...