El pasillo estaba pobremente iluminado por la titilante luz de mi linterna. Estaba caminando lentamente, mirando tras cada esquina y en cada rincón. Normalmente no me esfuerzo tanto en vigilar, de todas formas no creo que a nadie le interese un pequeño museo como este. Pero hoy era distinto. Habían traído una pieza muy importante con un gran valor cultural y de dinerinchis. Un pedazo de diamante en bruto azul celeste del tamaño de mi puño, puede que mayor, importado desde unas minas vascas. Tenía una horrible sensación que me recorría el cuerpo en pequeños escalofríos esporádicos, aunque con la abrigada chaqueta de guardia de seguridad, sentía todo lo contrario al frío. Empecé a bajar lentamente la cremallera, en un intento de disminuir el sofocante calor que me producía el tejido. Un susurro me distrajo. Provenía de la izquierda. Apunté con mi linterna allí.
-¿Quién anda ahí?- pero que cliché sueno por dios.
Nada más que el silencio me respondió.
Bueno, si no hay nada entonces nadie me ha escuchado decir eso.
-¡Carlota!
El sonido de mi nombre proveniente de la boca de mi compañero me trajo de vuelta a la realidad.
-¿Carlota? ¿Estás ahí?
-¡Ya voy! ¡Esque creí haber escuchado algo!
Volví por el pasillo, deshaciendo mis pasos. Llegué a una sala redonda con múltiples puertas. Tenía en el suelo un mosaico que representaba una copia de la obra de Adán versión, pues eso, versión mosaico. Allí me esperaba Miguel, mi compañero de guardia martes y jueves de doce a nueve. Se acercó, linterna en mano, hacia donde yo estaba.
- Ya ha pasado una hora. Ahora te toca a ti vigilar el pedrolo ese mientras yo paseo por ahí.
-No es un pedrolo, tonto.
-Es un pedazo de pedrolo, que si, que es muy bonito, pero tiene que estar bajo vigilancia todo el rato, y seguimos siendo dos guardias por noche, así que ahora el museo está menos vigilado que antes. Aunque literalmente nadie va a venir a robar nada. Menos el pedrolo. Así que vigilado bien, ¿vale? Ni ganas de que nos despidan por un diamante estúpido.
Se alejó, refunfuñando, por uno de los pasillos, el que llevaba a la sala de las esculturas modernas. Me gusta considerarme una conocedora del arte (que no experta, que yo de esto entiendo entre poco y nada), pero sigo sin entender por qué una lata de coca cola aplastada es una escultura. De todos modos, ¿que sabré yo? No soy crítica de arte. Y mientras me paguen me da igual vigilar una lata de coca cola que un cuadro.
Sumida en mis pensamientos sobre latas de coca cola, no me di cuenta de que había llegado a la sala de las piedras preciosas hasta que me encontré ante la vitrina de nuestra más reciente adquisición. El diamante brillaba, casi con luz propia, reflejando los tenues rayos de luz que se filtraba por el estrecho ventanal colocado en la parte superior derecha de la sala. Refulgía con matices azules, hipnotizándome con su juego de luces.
Un sonido al otro lado de la sala me sobresaltó. Pegué un bote del que un canguro habría tenido envidia. Iba a acercarme cuando me percaté de algo. Allí lo único que había eran los baños y un par de piedras normales expuestas, las que todo el mundo pasa por alto. No tenía sentido que, de todos los lugares del museo, alguien fuera a robar justo allí. Pero, era mi trabajo mirar haber si algún "maleante" como los llamaba Miguel, estaba oculto. En los baños. Juro que mi trabajo no puede ser más estúpido. Estaba a punto de dar un paso en esa dirección cuando mi instinto me dijo que no, que el peligro no estaba allí. Acerqué mi mano al walkie-talkie que tenía prendido en el cinturón, pero antes de poder alcanzarlo un sonido a cristales rompiéndose estalló en mis oídos. Me giré rápidamente, intentando apuntar con la linterna a donde creía que debería haber caído lo que fuera que rompiera el cristal. Pero no había más que trozos del vidrio roto. De repente, una sombra cruzó mi campo de visión. Se acercaba a una velocidad vertiginosa a el diamante, y yo no podía permitir eso. Corrí hacia aquella figura, walkie-talkie en mano, gritándole instrucciones a Miguel para que viniera ya de ya. La figura se paró delante de la vitrina. Se dio la vuelta, mirándome. Unos ojos verdes me miraron con una chispa de diversión mientras sacaba lo que creo que era una daga de no se dónde entre el apretado conjunto negro que llevaba. Estaba a menos de cinco metros, estaba a punto de alcanzarle. Pero entonces, su mano enguantada agarró la piedra preciosa a una velocidad inhumana. Emprendió una carrera de vuelta a la ventana rota, donde una cuerda que no estaba allí antes lo esperaba. Conseguí interponerme entre la ventana y él, no estoy muy segura de cómo. Me acercó la afilada hoja de su daga al cuello, pero no me amilané.
-Me estás dando el diamante pero ya.
Una sonrisa burlona cruzó su rostro mientras un mechón rubio caía por su frente.
- ¿Y que se supone que vas a hacerme tú, palomita?
Su voz era grave e indudablemente masculina. ¿Me acaba de llamar paloma? ¿A la cara? ¿Pero este de que va?
- A mí no me llames paloma, chaval.
Su risa reverberó por toda la sala. ¿Por qué Miguel no está aquí aún?
- Eres muy interesante, palomita. Espero que entiendas que no puedo permitirme que te interpongas entre mi salida y yo. Necesito irme
- Es que verás, me la suda bastante lo que necesites. Estas robando, y como te pires con el diamante me van a despedir, ¿sabes? Y eso si que yo no me lo puedo permitir. ¿Entiendes?
Volvió a sonreír. De verdad que no entendía a este pavo. Alargue la mano a mi (bastante inservible) porra, siendo plenamente consciente del frío roce de la daga contra la piel de mi cuello.
- Yo que tú no haría eso, palomita.
Antes de que pudiera reaccionar, me hizo una llave que puso mi mundo del revés, dejándome tirada en el suelo, mientras él corría hacia la cuerda, diamante en mano. Agarrado a la cuerda, empezó a elevarse por quién fuera que estuviera tirando desde el otro extremo.
-Espero volver a verte, palomita.- Y me guiñó. Y desapareció en la oscuridad de la noche. Y yo tumbada en el suelo. Me había dado un golpe en la cabeza. Podía notar como iba perdiendo la consciencia poco a poco, los bordes de mi visión oscureciendo. Luchando por mantenerme despierta, creí escuchar a alguien gritar mi nombre. Pues a buenas horas. Estoy despedida segurísimo.
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Infiltrada [escribiendo]
FantasyUna espía Un ladrón Dos caminos Un solo destino Carlota era una guardia de seguridad en un pequeño museo. Énfasis en era. Un día, traen un diamante a su museo y durante su turno de guardia tiene el placer de conocer al ladrón que le cambiará la vi...