Viajecito y siesta de la buena

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Estaba en un pasillo oscuro. Caminaba descalza sobre el frío suelo de mármol. Al final, una puerta de madera con preciosos grabados estaba abierta de par en par. Nada más que la oscuridad me recibía al otro lado. Unos ojos verdes brillaban entre la negrura, las pupilas,finas rendijas como las de una serpiente. Un titilante resplandor en los irises me distrajeron. El miedo me atenazó, clavando sus garras en mi corazón.

- Despierta, palomita.

Me desperté sobresaltada, incorporándome de golpe en lo que parecía una cama. El corazón me iba a mil y podía notar como gotas de sudor frío bajaban por mi nuca. Miré hacia todos los lados. Me encontraba en una habitación con paredes blancas, cubiertas de estantes con cientos de libros, mapas con muchos puntos rojos marcados y fotografías y recortes de periódicos enganchados a un corcho. Un escritorio con papeles recogidos en pulcras carpetas etiquetadas estaba en la pared izquierda, junto a una estantería repleta de carpetas similares y más libros. En la pared derecha, un armario de doble puerta estaba levemente abierto, dejando ver la esquina de un montón de camisetas dobladas cuidadosamente. El olor a limón impregnada la habitación.

Su habitación. El corazón me dio una voltereta en el pecho a medida que me iba dando cuenta. Él me había traído hasta aquí, inconsciente.

El sonido de la puerta al abrirse me trajo de vuelta, sacándome de mis pensamientos. Allí, Unai se reclinaba contra el marco de dicha puerta, una sonrisa juguetona se dibujaba en su rostro.

- Buenos días, bella durmiente.

Fruncí el ceño ante su insinuación.  Yo no había dormido. Estaba desmayada.

- ¿Cuanto he estado inconsciente?

- Has estado durmiendo casi tres horas.

No se me escapó como recalacaba la palabra "durmiendo", sabiendo  perfectamente que me molestaba. Entorné los ojos. El se acercó a la cama y se situó a mi lado. Se encorvó por encima mía y colocó un mechón de mi castaño pelo por detrás de mi oreja, no sin antes juguetear un poco con él, entre el pulgar y el índice. Entoncesme acordé de algo. Seguía llevando mi lentilla desde ayer por la mañana. Pero entre todo lo que había pasado se me había olvidado quitármela o cambiarla, y estar con la misma tanto tiempo no era bueno. Me levanté de la cama a toda velocidad y empecé a dar vueltas, en busca de un baño.

- ¡¿ Dónde hay un baño?!

-  ¿Necesitas ir tan urgentemente?

Bufé, molesta. Ahora no era el momento de hacer bromas. El ojo izquierdo estaba empezando a escocerme levemente. Debió de notar que era importante, por lo que se dejó de bromas y me señaló una puerta en la que no había reparado antes.

- Ahí.

Ni me paré a darle las gracias. Entré en estampida a la sala de baño, el ojo lagrimenándome. Me saqué la lentilla marrón y la deje sobre el lavabo. Me miré al espejo. Mi reflejo me devolvía la mirada. Un ojo marrón y el otro azul.

Raro.

Feo.

Asqueroso.

Las palabras volvieron a mí una vez más. La voz de mi madre y su cara de asco al verme sin mi lentilla. Me obligaba a llevarla incluso dentro de casa, porque, según ella, "no soportaba ver la aberración que pululaba por sus pasillos". Mi hermana siempre salía a defenderme, pero eso no calamaba a mamá. Nunca tuve una buena relación con ella. Ni con mi padre. Nunca conectamos del todo, y tendían a ignorarme bastante.

Miré la lentilla. Aquí no tenía con qué limpiarla, pero quizás con un poco de agua podía hacer un apaño hasta que pudiera conseguir otra. Estaba a punto de abrir el grifo cuando Unai abrió la puerta.

- Ey, no quería molestarte, pero es que estabas muy callada y...

- ¡No entres! - me giré levemente, el pelo cubriéndome la cara. No podía  dejar que viera... esto. Era horrible. Me tapé un poco el perfil con una mano.

- Tranquila, ya sabía que no ibas a estar usando el váter. Solo quería asegurarme de que...

- ¡Vete¡ ¡Sal!

- ¿Pero por qué?

Pude notar un dejé de curiosidad y puede que... ¿preocupación?

- No... no entres. No quiero que me veas. Así no.

Antes de que pudiera reaccionar si quiera, una mano me agarró la muñeca. Solté un chillido agudo. Intenté soltarme de su agarre a la vez que giraba más mi rostro, evitando su mirada. Con la otra mano, me agarró de la barbilla y me obligó a mirarle.

No. No,no,no,no,no. Ahora ya lo sabe. Ya sabe lo fea que eres. Ya ha visto tu imperfección. Le vas a dar asco. Va a querer echarte. No te va a volver a mirar si quiera.

Intenté evitar mirarle a los ojos, preparada para notar la repugnancia emanar de él. Preparada para escuchar insultos provenir de su boca. Y no estaba segura de si iba a poder soportarlo. No obstante, eso nunca llegó.

Noté como aflojaba levemente su agarre en mi muñeca, pero su mano en mi mentón continuaba firme.

- Mírame.

Una sola palabra. Una orden tajante que me obligaba a obedecer. Hice todo lo posible para resistirlo, pero acabé cediendo. Le sujete la mirada con determinación. Si me iba a odiar, lo aceptaría de frente, sin esconderme como una cobarde. Pero no vi asco en sus ojos. Algo distinto brillaba en ellos y no estaba segura de qué era.

- Eres preciosa, palomita. Tal y como eres.

Entonces me soltó la muñeca y pasó su pulgar bajo mi ojo azul, acariciando mi piel y provocándole un leve escalofrío. Después, tan rápido como se había acercado, se alejó y salió por la puerta, dejándome sola en medio de la sala del baño. Sólo entonces me fijé de verdad en lo que llevaba puesto. Una  camiseta, varias tallas más grandes a las que acostumbro llevar, era lo único que me cubría, dejando poco espacio para la imaginación. Noté cómo me sonrojaba, mientras sus palabras se repetían en mi mente.

Eres preciosa, palomita. Tal y como eres.

Infiltrada [escribiendo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora