Al día siguiente me levanté con la cara inchada de llorar y los ojos como tomates.
Intenté recomponerme. Como había dicho la jefa, no podía estropear la misión por mis lloreras. Así que puse mi mejor cara, me di una ducha con el agua ardiendo, me peiné y trencé el pelo y me vestí de forma decente, por primera vez en unos días.
Salí de mi habitación y me dirijí al comedor a desayunar. Allí me esperaba Mari, con unas filloas en un plato, cubiertas de chocolate. Mari casi nunca echaba chocolate extra, pero sabía que había sido por lo de ayer.
La saludé fingiendo alegría, lo cual la pilló por sorpresa. Salió también de la cocina Jose, seguido de Mateo que me miraba con una mezcla de extrañeza y alegría.
— ¿Y esa sonrisa? — el chico se acercó a mí mientras se limpiaba las manos en un trapo que acabó poniéndose por encima del hombro.
— Supongo que solo necesitaba echarlo todo ¿sabes? Liberarme.— mentí, aún sintiendo ese vacío en mi interior, pero cubriéndolo con una amplia sonrisa.
— Si es que llorar es el mejor de los remedios. Junto al caldo gallego de Mari.
— Ay, Jose, no digas esas cosas. Que mi caldo no es para tanto. — se ruborizó, apartando la mirada.
— ¡No te quites mérito! Quizás no sea gallega, pero es lo mejor que he probado en mi vida.
— Ay, Carlota, cielo, eres demasiado buena conmigo. — me colocó el plato de filloas y un café con extra extra de azúcar (como a mí me gusta) delante mientras decía esto.
— Tú si que eres demasiado buena conmigo, ¡cuánto chocolate! Me malcrías, Mari.— exclamé, contemplando mis filloas que, ahogadas con chocolate, esperaban a ser engullidas.
— ¡No digas tonterías, nena! Tienes que coger un poco de peso después de echarlo todo para fuera como ayer.
Continuamos hablando durante un rato, mientras disfrutaba de mi desayuno. Por un momento, parecía todo tan normal.
Después estuve un rato con Nía corriendo por fuera de la base. A veces salíamos a dar una vuelta juntas. A mí me encantaba correr, pero ella antes lo aborrecía. Ahora que la había enganchado, gracias a sus largas piernas, ya me alcanzaba y yo no tenía que aminorar la marcha para seguir su ritmo.
— Te lo estoy diciendo, los chicles de sandía son los mejores. — Nía se giró para mirarme mientras decía esta tremenda estupidez.
— ¿Estás loca? Los mejores son los de menta.
— Esos pican un montón. — dijo ella, haciendo un puchero.
— ¿Qué pasa, tiene la lengua de una cría de cinco años o qué?
— Tú sí que eres una cría, Carlota.
— ¿Perdón?
— Perdonada.
— Tonta.
— Boba.— me sonrió maliciosamente, como si acabase de soltarme una barbaridad.
— ¿Qué clase de insulto es boba?— pregunté, divertida.
— El mejor que hay.
— Estás como una cabra.
— Por lo menos no tengo cara de buitre.— sonrió con suficiencia.
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Infiltrada [escribiendo]
FantasyUna espía Un ladrón Dos caminos Un solo destino Carlota era una guardia de seguridad en un pequeño museo. Énfasis en era. Un día, traen un diamante a su museo y durante su turno de guardia tiene el placer de conocer al ladrón que le cambiará la vi...