Una mano me agarró del brazo, mientras una voz femenina gritaba mi nombre. La misma persona me atrajo hacia sí, abrazándome estrechamente y dejándome sin respiración por unos instantes. A su vez, un gato se restregaba contra mis piernas, maullado en busca de mi atención.
Con todo el ajetreo de la noche anterior, se me había olvidado que mi hermana estaba de visita. Le devolví el abrazo con fuerza, aspirando su olor a colonia de coco, la misma que le había regalado yo en su decimosexto cumpleaños.
-¡Nerea, me estás aplastando!
-Ay, de verdad, es que no me quieres.
Hizo un gesto dramático con la mano, insinuando que estaba a punto de desmayarse.
- No, ni un poquito.
-¡Ey! ¿Pero de que vas niñata? Si no me quieres entonces tampoco quieres mi comida. Y con mi comida me refiero a la pedazo de tortilla de patatas que acabo de hacer.
- Tú sabes que iba de broma. Ahora dame tortilla.
-¿Cómo se pide?- ésta última palabra la alargó con un tono cantarín a la par de irritante.
- O me la das o te la robo.
- Menudos modales.
- No peores que los tuyos.
Las dos nos encaminamos a la cocina, donde la cena nos esperaba. Mientras comíamos, le conté lo que había pasado, incluido lo de que me iba a infiltrar.
- Pero no puedes decírselo a nadie. Ni a mamá ni a papá. Pondrías en riesgo mi misión.
-¿Pero que misión, pedazo de pringada? solo te necesitan por qué a este pavo se le ocurrió ligar contigo mientras te dejaba inconsciente.
-Pues lo que yo decía, una misión. Me dijeron de no salir mucho, pero es que no se que hacer. Estoy demasiado nerviosa como para estar quieta.
-Pues sal de fiesta.
-¿Pero tú me escuchas cuando hablo? Que. No. Pue. Do. Sa. Lir.
- Que. Me. Da. I. Gual.
Nos miramos un buen rato, en un concurso de miradas a ver quién cedía primero. Obviamente fui yo.
- ¿Que es lo peor que puede pasar? Dudo que la jefa esa vaya a estar de copas, y menos por los bares por los que estaremos nosotras.
-Lo dices como si fuesen exclusivos.
-Exacto, esa tiene pinta que, de salir, iría a un sitio to' caro y VIP, pero nosotras somos dos tipejas con el sueldo suficiente como para pasar una noche de fiestuqui en bares baratos.
-También es verdad.
- Pues a las nueve te quiero vestida y bien guapa, que esta noche nos lo vamos a pasar bien.
Continuamos charlando un par de horas, poniéndonos al día de nuestras vidas. Me habló de como se estaba adaptando a su nueva vida en Málaga, su nuevo trabajo y nuevas amigas.
A las ocho empecé a prepararme. Me puse un vestido de tubo negro, una cazadora blanca y unas zapatillas del mismo color. Que sí, que me lo iba a pasar bien, pero me dolía todo el cuerpo de anoche y me negaba a torturar mis pies con tacones. Me maquillé con un eyeliner no muy elaborado, un pintalabios clarito y bastante colorete. Por muy bien que me encontrara, mi cara decía lo contrario. Estaba blanca como un fantasma.
Metí mi móvil, llaves y cartera en el bolso. Mi hermana me gritó desde la otra punta del apartamento, asegurándose de que estuviera lista. Salimos por la puerta a las nueve en punto pasadas. Fuimos de camino a un bar al que solía ir con mis amigas, que brillaban por su ausencia, ya que me apetecía pasar tiempo con Nerea. Estuvimos un rato bebiendo, bailando y pasándolo bien. Ella ligó con un chaval muy guapo de unos veinte tres años, diría yo, llamado Alejandro (aunque prefería Alex). Acabaron ocupados en una esquina, así que para darles un poco de intimidad, me fui a la barra en busca de otra cerveza. Aguanto bien el alcohol, además de que era solo mi tercera.
Estaba allí cuando una figura llamó mi atención al otro extremo de la barra en la que me apoyaba. Un chico de mi edad, rubio y de ojos verdes estaba tomando un líquido azul de un vaso mientras una chica pelirroja muy bajita se acercaba a él descaradamente.
Llevaba un top blanco sujeto por unos ridículos tirantes que apenas lo sostenían, una falda casi tan corta como mi vestido y unas medias de rejilla. El maquillaje, al contrario que, (odio admitirlo pero sí) su precioso conjunto, dejaba mucho que desear. Era de un color azul brillante con purpurina que contrastaba fuertemente con su pelo. Puede que de tener los ojos de ese color quedarán bien, pero tenía un color castaño que, no se como, lo hacía chocar de una forma que no me era agradable. La despampanante muchacha sostenía una copa con lo que pareció que era un martini. Él le continuó la conversación y, al inclinarse para acercarse más, me di cuenta de lo que estaba sospechando. Era él. El ladrón.
Tienes que estar de coña.
Palomita.
La palabra volvió a sonar en mi cabeza. Me molestó que estuviera aquí. Debería estar muriéndose de culpa por robar. O por lo menos en su casa, o bien lejitos de aquí. Me terminé la cerveza de un trago y me alejé enfurecida de la barra. Estaba caminando hacia la esquina donde mi hermana menor estaba con ese Alex, me daba igual interrumpirlos, cuando una mano me agarró del brazo.
- Hola, guapa. ¿Te apetece bailar?
Un chico de mi edad más o menos me estaba sujetando. Era moreno y con unos ojos azules preciosos. Tenía un hoyuelo que asomaba gracias a la radiante sonrisa que me estaba dedicando. Era muy guapo y, de estar en otra situación, probablemente habría aceptado. Pero tenía que salir de allí, avisar a mi hermana de que me iba y llamar a Lucía. Me solté de su agarre y, todo lo amablemente que pude, le dije.
- No, perdona. Es que estaba a punto de irme.
-¿Pero por qué? Es muy pronto, quedáte un rato a bailar. - Levantó la mano, en un intento de volver a agarrarme. Di un paso atrás y volví a rechazarlo.
- De verdad que me tengo que ir, es que tengo algo importante que hacer. Otro día no te diría que no, pero es que hoy estoy ocupada.
- Oh, venga, no seas aguafiestas, quédate un rato.
Que pesado. ¡Pírate ya, no ves que tengo cosas que hacer! ¡si seguro que, en cuanto me vaya, otra pava querrá bailar contigo!
- Que no, no insistas. - Se me estaba agotando la paciencia y, aunque de normal no tenía mucha, hoy tenía menos.
- Venga, guapa, solo un baile. - Esta vez sí que me agarró el brazo y tiró de mi hacia él, acercándome.
- Aver, que queden las cosas claras, tengo cosas más importantes que hacer que andar a las demandas de un jambo que ni conozco. Me tengo que ir, ya te lo he dicho. Y aunque no me tuviera que ir, no es que no. Y me dejas en paz.
Su cara cambió una velocidad extraordinaria. Pasó de esta relajado a ponerse en tensión. Su sonrisa desapareció junto a aquel hoyuelo tan mono. Sus dedos se apretaron al rededor de mi muñeca.
- A ver, guapa. No he sido nada más que amable, y tú estás siendo una maleducada. ¿No te han enseñado que, si un chico guapo te saca a bailar, aceptas y bailas? Deja de hacerte la dura conmigo por que no va a funcionar.
Me acercó más a su cuerpo. Una pequeña bolita de miedo se formó en mi pecho, pero ya había lidiado con esta situación antes. Cogí aire para soltarle unas cuantas cosas a ese desgraciado cuando una mano se puso en su hombro.
-¿A quién estás llamando guapa? Espero que no sea a ella.
El chico se giró, solo para encontrarse a otro un poco más alto, rubio y de ojos verdes, los cuales le miraban con una chispa de odio. Apretó su agarre en su hombro.
-¿Vamos a tener un problema?
El otro inchó el pecho, echando los hombros atrás, pero negó con la cabeza. Se fue, mirándome una vez más con cara de enfado, regalándole una irónica sonrisa en la que el hoyuelo no hizo acto de presencia. Me giré hacia él.
- Hola, palomita. No esperaba encontrarte aquí.
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Infiltrada [escribiendo]
FantezieUna espía Un ladrón Dos caminos Un solo destino Carlota era una guardia de seguridad en un pequeño museo. Énfasis en era. Un día, traen un diamante a su museo y durante su turno de guardia tiene el placer de conocer al ladrón que le cambiará la vi...