Infiltrada

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El olor a café recién hecho y cruasáns me indicó mi cercanía a la cafetería. La luz del sol se reflejaba en preciosos rayos anaranjados en los cristales del establecimiento, con unas paredes de un bonito color verde oscuro.  Sentada en una de las mesas del interior, taza en mano,  Lucía y el chico de la última vez me esperaban. Ella iba vestida de forma casual, unos vaqueros gastados y una camiseta blanca, así como unas zapatillas del mismo color que las paredes. El chaval iba vestido de forma similar. Unos pantalones negros a juego con su camisa a cuadros rojos y los cascos que tenía prendidos al cuello. Cuando me vieron, me saludaron con la mano como harían unos amigos. Me senté con ellos y pedí un descafeinado. Ahora mismo, un chute de energía era lo último que necesitaba. Nerviosa, me puse a juguetear con la tela de mis vaqueros. Normalmente, eso lo hacía con mi camiseta, pero llevar un top me lo impedía. Una vez la camarera se retiró al darme mi café, Lucía empezó a hablar.

- Se que esto es nuevo para ti, así que voy a darte todos los detalles que pueda. Dile que quieres unirte a él. Sospechábamos que tenía una banda, pero tú nos has confirmado que mínimo trabaja con alguien gracias a la cuerda. Así que supongo que, debido a eso y a el aprecio que te tiene, no será muy difícil. Dile que no eres capaz de encontrar trabajo pero que tampoco te has esforzado tanto por qué en el fondo lo que querías era estar con él o algo así. No sé, suéltale alguna cursilería que le ablande para que te deje entrar.

Mientras hablaba, el chico a su lado, que se había introducido como Jorge, me pidió prestado el móvil, y con unas herramientas que no supe identificar, lo abría para introducir el pequeñísimo micrófono.

- Sí te pone mucho en duda, dile que se lo piense, pero que tú no lo dejarás ir. Si se niega, es mejor jugar a largo plazo que presionar mucho desde un principio. Ah, y otra cosa. Gracias, Carlota.

Esto último atrajo mi atención y devié mi mirada de las hábiles manos del chico para mirarla a los ojos. Estaban tristes, contradiciendo la sonrisa que me dedicaba. Me levanté y, antes de poder pensarlo, la abracé fuertemente. Ella me devolvió el abrazo. Sin darme cuenta, a lo largo de estos pocos día, nos habíamos hecho muy amigas. A pesar de la diferencia de edad, las dos nos entendíamos muy bien, y había estado siempre ahí para mí, no solo por su trabajo. Aspiré el olor a colonia de su cuello antes de separarnos. Me agarró de los hombros y me avisó:

- Más te vale tener cuidado. Me caes demasiado bien como para perderte.

Me fui, sabiendo que si me quedaba mucho más no sería capaz de irme. Mientras me iba acercando al parque , una nerviosa voz de mi cabeza no paraba de repetir que esto era un error, que me estaba equivocando. Pero una mucho más fuerte gritaba que debía hacerlo, que era lo correcto. Cuando llegué, me senté en un banco al sol. Estaba tan sumida en mis pensamientos que no lo oí llegar. Se sentó a mi lado y, solo entonces, me percaté de su presencia.

- Hola.

-Hola, palomita.

Sonreí al oír el apodo. No me podía creer que estuviera haciendo esto. Giré el tronco para quedar frente a él. Debió de notar la seriedad de mi rostro, por que su expresión igualó  la mía.

- Quería hablar de algo contigo. Algo importante. Y quiero que me escuches hasta el final, sin interrumpirme. Cuando termine, puedes decir lo que quieras.

La preocupación asomó en su cara. Tomé una profunda inhalación y empecé a hablar.

- Quiero unirme a ti. Se que parecerá una tontería, algo imprudente o incluso un capricho, pero desde que te vi por primera vez, el sentimiento de que era lo correcto ha ido creciendo poco a poco. Y cuanto más te conocía, más determinada estaba. Sé que es muy repentino, y no hace falta que me respondas ahora mismo, te lo puedes pensar. Pero me gustaría que lo consideraras.

Tomé una gran bocanada de aire al terminar de hablar, y antes de que él pudiera decir nada, puse una mano sobre la suya.

- Piénsatelo, por favor.

Sus mirada bajo hacia el banco, donde nuestras manos descansaban juntas. Tardó unos instantes más en responder, pero cuando lo hizo, me miró a los ojos con una determinación implacable.

- Es peligroso, y si no supiera que eres capaz de soportarlo, me negaría rotundamente. Pero te he visto en acción. Fuiste capaz de alcanzarle y me plantaste cara sin miedo alguno, aún cuando tenía una cuchilla contra tu cuello. No muchos son capaces de hacer eso. Y aunque  normalmente una acción así la  tacharía de estúpida, la valentía en tus ojos me dijo todo lo que necesitaba saber.

Puso su otra mano sobre la mía y me miró intensamente a los ojos.

- Sí. Quiero que te unas a mi banda.

Me quedé quieta unos instantes. No me lo podía creer. Casi podía ver a Lucía saltando y gritando de alegría. Le sonreí ampliamente y le abracé. Hoy estaba muy abrazona, ¿vale? Pero entonces el me separó.

- Pero, para eso, vas a tener que venir a nuestra... base, podrías llamarla. No le hemos puesto un nombre. Y no puedes saber su localización. Sólo yo y otras dos personas muy cercanas a mí lo saben, tanto por nuestra seguridad como por la del resto. Así que lo siento por esto. Perdóname.

Noté una leve punzada de dolor en el hombro. Los bordes de mi visión empezaron a oscurecerse mientras perdía la consciencia. Otra vez. Y por su culpa. Esperaba que esto no se convirtiera en un hábito. Lo último que ví antes de desmayarse fueron sus verdes ojos, guiñándome una vez más.

Infiltrada [escribiendo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora