Casi, casi

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El pedazo de gritó de emoción que pegó Lucía por el teléfono casi me deja sorda. Estaba muy emocionada y no paraba de decirme que era la mejor, que como lo había hecho y demasiadas preguntas que no terminé de procesar.

- Es que te juro que te quiero. ¿Cómo puede ser que en dos míseros días hayas conseguido saber su aspecto y su nombre? Eres una pedazo de reina.

- No es para tanto. En verdad creo que el otro iba un poco tinkiwinkie, ¿sabes?

-¿Que dices? Ay que me meo, y aun por encima lo pillas con la guardia baja.  Te juro que a este paso dejo mi trabajo y te cedo el puesto.

Estuvimos un rato hablando, pero nada exagerado. Eran las doce del mediodía. El otro día mi hermana había flipado con que, según ella, le hubiera "sonsacado el nombre" (aunque me lo dijo él por que le dio la gana). Debería haberla llamado ayer, pero es que tenía cita en el hospital para una revisión súper rara en la que estuve bastante más de lo esperado.

Teóricamente, hoy tendría que trabajar, ya que técnicamente no me habían despedido, pero la jefa de Lucía habló con el museo explicándoles que como alguien que lo conozca me viera en el  curro la hemos cagado. Creo que no se lo creyeron, pero a decir verdad tampoco podían hacer mucho al respecto, al fin y al cabo, su salario lo paga el gobierno, y está gente tiene contactos. Me dijeron que ahora podía hacer lo que haría si me hubieran despedido. Así que decidí ir al súper que estábamos escasas de comida.

Me puse unos pantalones de chaval grises descolorido, un top azul marino y unas zapatillas gastadas que solo uso en el pueblo. Me recogí el pelo en una trenza para que no se notará que lo tenía un poco sucio y me recordé a mi misma que me tenía que duchar al llegar. Cogí las llaves, el móvil y la cartera y salí de casa. Por la calle no había mucha gente. Una pareja de señores mayores caminando y poco más. Cuando llegué al supermercado, este se encontraba igual.

Con la lista de la compra en una mano y una de las cestas en la otra, empecé a pasearme por entre los pasillos en busca de lo que tenía que comprar, tomándome con calma, un poco para perder el tiempo. Estaba pasando por al lado de la zona de pescadería cuando vi mi reflejo¡Pero que pedazo de ojeras! Poco más y me llegaban al suelo. Suspiré y seguí co  mi vida. Total, no me iba a encontrar a nadie allí. Me acerqué al pasillo de la fruta por que, para creerme healthy, iba a comprar un par de manzanas.

Estaba inspeccionando unas para ver cual parecía mejor cuando un holor a limón me llegó a la nariz. Estaba a punto de dejarlo de lado (estoy donde las frutas habrá algún limón por aquí, digo yo) , cuando una voz me susurró al oído.

- Volvemos a vernos, palomita.

Del susto solté la manzana, que cayó junto al resto. Me giré, encontrándome cara a cara con Unai.

-¡Tú!

-Creo recordar que te dije mi nombre, aun que no sé si lo escuchaste bien.

- Lo escuché perfectamente, igual que sé que tú escuchaste el mío.

Levantó una ceja y me sonrió.

- Carlota. - saboreó mi nombre en la boca, como si fuera algún tipo de fruta exótica que nunca hubiera probado. - Hmm, sigo prefiriendo palomita.

- Pues yo prefiero llamarte subnormal.

¡Pero que haces, si al final la subnormal eres tú! ¡que tenemos que ganarnos su simpatía!

Se rió fuertemente, me gustaba ese sonido. No se por qué, pero me resultaba... melódico. Alargó la mano para coger la lista de la compra  que estaba sujetando y la leyó, aún sonriendo.

- ¿De compras?

- No hombre, solo estoy explorando el terreno para después poder pegarle sustos a la gente tras las esquinas, no te fastidia. 

Volvió a reírse, provocándome a su vez una sonrisilla que ni intenté disimular. Me agarró la cesta, sin devolverme el papel.

- ¿Tienes por costumbre robarle la compra a la gente o es algo puntual?

- Es algo especial, solo para tí.

- Me siento muy alagada- dije, mientras me llevaba una mano al pecho, haciéndome la dramática.

- Es que soy un caballero.

- Sí, sobre todo cuando me dejaste desmayada en el suelo.

- Sobre todo entonces.

Los dos sonreímos. Continuamos haciendo la compra juntos. Al parecer, él solo iba a comprar una barra de pan.

- Pero serás cutre. Hay una perfecta panadería a la vuelta de la esquina.

- Iba allí originalmente, pero te vi por la ventana y entré aquí.

Pude notar como el rubor subía por mis mejillas. Le di un golpe no muy suave en el hombro mientras le gritaba.

-¡Serás tonto!

- Quizás.

Estábamos por la parte de las compresas y los desodorantes. Le agarré dela manga para que dejase de andar.

- Espera que me tengo que pillar unos tampones.

Esperó pacientemente mientras yo revisaba cada una de las cajas. En algún momento debieron reorganizarlos, por que no encontraba los que siempre usaba.

Él debió de verme buscar, por qué se agachó junto a mí y me preguntó.

- ¿Necesitas ayuda?

- Sí porfa, los han cambiado de orden y no encuentro los míos. Son unos verdes que tienen unas flores en el paquete. 

Se levantó y cogió una caja muy por encima de mi cabeza. Normalmente ahí estaban los productos más viejos, los que usa muy poca gente, así que no se me había ocurrido mirar.

- ¡Gracias!

Me sonrió, pero antes de que pudiera cogerlos de su mano,levantó el brazo.

- No pensarás que te los voy a dar así como así.

- ¡Ey!

-¿Cuales son las palabras mágicas?

- O me lo das o te reviento.

- Casi, casi.

- ¡Venga, dámelos! Me parece injustísimo que te aproveches así de tu altura.

- Una pena.

- ¿Sabes lo que es una pena? Esto.

Le di un pisotón en el pie, lo que le pilló desprevenido, así que aproveché para tirar de su brazo hacia abajo y cogí la caja. Él sonrió ampliamente, la diversión patente en sus ojos.

Salimos del súper, yo iba cargando una bolsa y él otra. Íbamos hablando de marcas blancas que no disimulan ni un poco. Se giró hacia mí y me preguntó.

- ¿Vas a hacer algo ahora?

- No, por que me han despedido gracias a ALGUIEN.

Miró hacia el otro lado, haciéndose el tonto. Entonces me agarró la mano y me dirigió hacia un parque.

- Entonces supongo que puedes venir.

Infiltrada [escribiendo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora