¿Me despiden pero me sale bien la jugada?

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Desperté en una habitación demasiado blanca. Paredes blancas, suelo blanco, luces molestamente blancas. Estaba en un hospital, uno que olía demasiado a legía y desinfectante para mi gusto. Intenté incorporarme mientras los recuerdos de lo que ocurrió anoche volvían a mí.El ladrón, el museo, los cristales rotos, el diamante robado, el guiño. Capullo. Una punzada de dolor me atravesó la sien mientras me sentaba.

- Ten cuidado, sufriste un impacto en la cabeza y puede que te duela unos días.

Una mujer vestida de traje se acercaba tranquilamente a mi camilla. Tenía el pelo castaño recogido pulcramente en un moño en la parte baja de la nuca. Sus zapatos resonaba con un suave "clac clac" fílmico a medida que avanzaba cara a mí.

- Me alegro de que te hallas despertado. Me llamo Lucía Morales. Soy una agente del gobierno.

Maldita sea. No sólo me van a despedir, si es que al final voy a acabar en la cárcel por perder el pedrolo de las narices.

- Quería hacerte unas preguntas sobre lo ocurrido anoche en tu turno de guardia.

-Yo no quería... intenté pararlo pero... Era más rápido y se lo llevó...

-Tranquila, tranquila, no te va ha pasar nada. El ladrón con el que te encontraste no es un don nadie, es un ladrón de guante blanco...

-Negros. Sus guantes eran negros.

No sé por qué, pero me pareció importante aclarar eso.

- Pues de guante negro. Es un criminal conocido como el ladrón del euro, ya que allí por donde roba, deja una moneda de un euro en señal de burla, mofándose de nosotros. Aparte del diamante, ha robado valiosas mercancías de varios sitios de España u creemos que algunas de el extranjero. Pero tú eres la primera persona que lo ha visto, así que es muy importante que me digas todo lo que te dijo.

Así que no me van a despedir... Por mi mejor.

-Me dijo que necesitaba ese diamante. Y yo le respondí que me la sudaba lo que necesitara.

Pudo distinguir un asomo de sonrisa en su cara cuando escuchó mi contestación.

-¿Algo más?- Negué con la cabeza mientras apartaba la mirada. Palomita. Su voz resonaba en mi cabeza mientras esa palabra luchaba por salir al exterior.

-¿Segura? Es muy importante que nos digas todo.

Me moví, incómoda. Tampoco me parecía tan importante, pero no quería mentirle u hacerle el trabajo más complicado.

-Palomita. Me llamó palomita. Y me guiñó el ojo antes de irse.

Está vez estalló en sonoras carcajadas.

- Oh, a mi jefa le va a encantar esto.

* * *

Estaba caminando por la calle junto a Lucía. Llevaba unos vaqueros gastados y una camiseta vieja de mi padre junto a unas botas negras. Era lo que tenía en la taquilla del museo para cambiarme al salir de mi turno. Íbamos de camino a una cafetería en la que nos encontraríamos a su jefa. Lucía la había llamado nada más salir de mi habitación, pero aunque las paredes del hospital son finas como el papel, apenas fui capaz de distinguir un par de palabras mal murmurandas.

Cuando llegamos al sitio, una mujer con el pelo rapado y de una color blanco en contraste con su oscura piel pero a juego con su traje nos esperaba. Estaba de pie, café en mano, con una amplia sonrisa.

- Asumo que tú eres la señorita González, ¿me equivoco?

Ni siquiera me sorprendí por que supiera mi apellido, trabajaba en el gobierno, ¿no? Debía estar bien informada.

-Lucía ya me ha contado por teléfono lo más básico sobre tu interacción con el... sujeto. Pero quiero que me lo cuentes tú.

Le conté todo lo que había pasado, sin escatimar en detalles. Puede que ella viera cosas que a mí se me pasarán por alto. A medida que le iba contando las pocas palabras que me había dirigido el ladrón, su sonrisa se fue ampliando.

-Perfecto, esto es perfecto. Eres la única que sabes cuál es el aspecto del ladrón, así que si no te importa describirse a mi compañero aquí, para que pueda hacer un retrato de como es más o menos. Y mientras lo haces, te voy a hacer una propuesta.

Empecé a darle todos los detalles de los que me había percatado de su aspecto, disculpándome varias veces de por qué no eran muchos, ya que era de noche. Me mostraron tres retratos, y aún que se parecían, ninguno era como él. Los tres se miraron, entonces la que Lucía había llamado jefa empezó a hablar.

- Antes de empezar, quiero que sepas que puedes negarte a lo que te voy a proponer, y no te lo echaría en cara. Ninguno de nosotros lo haría. Pero si aceptas, estarás ayudándonos mucho. Quiero que te infiltres. Que te ganes la confianza del ladrón y nos des información sobre él. Parece que ha tenido una... predilección contigo. O por lo menos la suficiente como para hablarte y enseñarte su rostro. Eso nunca había pasado antes. Nosotros nos ocuparemos de darte todo el material necesario, las indicaciones de adonde ir o que hacer, por eso no te preocupes. Pero quiero que entiendas que, de hacerlo, nos ayudarías de una manera increíble.

Me quedé en silencio, no sabía que decir. ¿Infiltrarme? ¿Yo? ¡Pero si soy una pringada sin preparación! Pero algo me empujaba a aceptar. Quizás la curiosidad de ver cómo era él. No estaba segura de por qué pero, antes de que pudiera volver a recapacitar, una sola palabra salió de mi boca.

-Sí.

-¿Lo harás? No sabes lo mucho que nos estás ayudando. El lunes que viene te contactaremos , ¿vale? Hasta entonces, mejor no salgas mucho por si acaso.

Me despedí de los tres agentes y me encaminé a mi apartamento con un sentimiento extraño en la boca. Una mezcla de miedo, expectación y curiosidad que hormigueros en mi paladar. Giré la llave en la cerradura y, nada más entrar, una voz gritó mi nombre, agarrándose del brazo.

Infiltrada [escribiendo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora