Una llamada interrumpió nuestra conversación. Intenté encontrar mi móvil en el gigantesco bolso que llevaba, en un intento de acallar el sonido que salía de él, pero no era incapaz de encontrarlo.
Las miradas de los pocos clientes y trabajadores de la librería se posaron en mí, y yo me empecé a poner cada vez más nerviosa. Estaba a punto de directamente volcar el contenido de mi bolso al suelo cuando Unai se encorvó por encima mía, metiendo su mano entre mi chatarra, sacando el móvil sin apenas rebuscar. Lo miré asombrada, pero la sorpresa no me duró mucho, ya que fue sustituida por otra cosa cuando preguntó:
- ¿Quién es Lucía?
Me tensé. No podía ser, ahora no. Era el peor momento. Pero no podía quedarme quieta. Reaccioné rápido y le quité el móvil de la mano.
- Nadie. Una amiga.
Él entrecerró levemente los ojos. Cambió su postura al pie izquierdo y se llevó las manos a los bolsillos. No se fiaba, estaba receloso. Llevaba lo suficiente aquí como para empezar a conocer el lenguaje corporal de esta gente.
- Es que la última vez que hablamos quedamos en malos términos. Prometí que volveríamos a hablar, pero con todo lo que está pasando últimamente se me olvidó por completo.
El teléfono había dejado de sonar hacía un rato, pero sabía que lo estaba escuchando todo a través del micrófono.
- Voy a salir un segundo y contestar, ahora vuelvo.
- ¿Con ese rarito ahí fuera? Me da a mi que no.
- No me va a hacer nada a plena luz del día y con cientos de testigos delante. No parece muy listo, pero eso es un nivel de estupidez muy alto.
Volvió a entonar los ojos. No estaba seguro.
- Voy a estar aquí al lado, me vas a poder ver desde la cristalera, tú tranquilo.
Al final accedió y yo salí. Desbloqueé mi teléfono y apreté el botón de llamada. La voz de Lucía me respondió en un susurro-grito raro (cuando alguien susurra muy fuerte y suena como un grito)
- Carlota, ni se te ocurra perder de vista a ese señor. Es un agente de una asociación muy peligrosa. No te voy a dar muchos detalles por que, 1. No te importa, solo tienes que saber que son peligrosos. 2. No es de lo más seguro estando él aquí y 3. No tengo mucho tiempo. Tienes que evitar que os vea y volver a la base ya de ya. Ponle alguna escusa a Unai. Di que te da mal rollo o algo. No sé, pero tenéis que salir de ahí sin que él os vea.
Intercambiamos un par de frases más y me dio suerte y ánimos, así como un mensaje de mi hermana.
- Dice que te acuerdes de la promesa.
Un nudo se me formó en la garganta. Entré otra vez a la librería y me acerqué a Unai. Estaba apoyado en una de las estanterías con el libro de antes abierto en una de las primeras páginas, leyendo. La luz del sol que entraba por la ventana brillaba en su rubio pelo y rebotaba en sus ojos verdes. Llevaba unos pantalones negros largos, aún con el calor que hacía, y una camiseta blanca de manga corta que dejaba ver el borde de un tatuaje que parecía algún tipo de planta trepadora o enredadera. El mismo que llevaban todos los miembros de la banda, me había fijado. Tenía pensado preguntarle, pero no sabía cuándo.
Allí apoyado parecía la foto de un chico sacado directamente de Pinterest. Me quedé embobada mirándolo, hasta que me acordé del señor raro y me acerqué.
- Me da mala espina ese hombre. No sé por qué, pero el instinto me dice que algo no está bien. No me gusta.
Al escucharme hablar giró la cabeza lentamente, pero sus ojos se quedaron en las páginas del libro hasta el último segundo. Después nuestras miradas se encontraron. Un escalofrío me recorrió de arriba a abajo. Pero era un buen escalofrío.
Cerró el libro y se acercó a mí, aún con la novela en la mano. Justo entonces alguien entró, y la leve brisa que vino por la puerta abierta jugueteó entre los rubios mechones, ya de por sí despeinados.
- A mí tampoco. Sígueme el juego.
Me cogió de la mano y, después de pagar a una (muy amable) señora mayor, que olía por alguna razón a madera, salimos de la librería.
Un hormigueo recorrió la piel de mi mano que estaba en contacto con la suya. Esta irradiaba un calor que, de ser otra persona, me habría molestado. Empecé a ponerme nerviosa. ¿Me estaría sudando la palma? Eso sería asqueroso e increíblemente vergonzoso.
No pude darle muchas vueltas a esos pensamientos por que justo entonces pasamos al lado del señor de la asociación. Hice un gran esfuerzo por no mirarle, pero sus ojos nos taladraban al pasar. Disimulaba peor que mis amigos cuando les señalaba a alguien por la calle.
Unai se agachó levemente hasta que sus labios quedaron a meros milímetros de mi oreja ¿Que... que estaba haciendo? ¿Me iba a...?
- Creo que nos está siguiendo. Vamos a entrar en la calle principal para despistarlo. No te sueltes de mí mano, no te vayas a perder. - susurró. No pude evitar sentirme levemente decepcionada.
Eres tonta ¿Cómo te iba a besar? Y menos en un momento así. Y ni se te ocurra pillarte. De él no. En esta situación no. Acabarás por haceros daño a los dos.
- No me voy a perder. Tengo un gran sentido de la orientación.
A pesar de que eso era cierto, no dejé ir de su firme agarre. Lo último que quería era que nos separásemos en medio de la multitud.
El estruendo de cientos de voces hablando a la vez nos indicó que nos estábamos acercando. Cuando llegamos, me vi envuelta entre cientos de personas. Hombros y codos empujando, pies pisándome, gente gritándome al oído. Estaba empezando a estresarme cuando Unai me acercó más a él.
Por favor, por favor que se harte de nosotros. Que nos dé como una causa perdida y nos deje en paz.
- Creo que lo hemos perdido. De aquí podemos ir ya al metro, pero quizás tardemos un poco en llegar. - casi grité, para hacerme oír entre el caos que nos envolvía.
Seguimos caminando entre la muchedumbre. Cada vez me costaba más respirar. El olor a sudor, comida rápida, perfumes baratos y sobre todo humanidad estaba sobrepasandome. Empecé a agobiarme cada vez más, y justo cuando pensaba que ya no podía aguantarlo llegamos a la boca del metro.
Un suspiro de alivio salió de mí antes de que pudiera evitarlo. Unai se giró y me dedicó una media sonrisa. Aún sin soltarnos fuimos a comprar nuestros billetes.
En situaciones como estas, haciendo cosas tan normales a veces se me olvidaba que él era un ladrón de guante blanco con una banda.
Y que yo era la espía que lo iba a traicionar.
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Infiltrada [escribiendo]
FantasíaUna espía Un ladrón Dos caminos Un solo destino Carlota era una guardia de seguridad en un pequeño museo. Énfasis en era. Un día, traen un diamante a su museo y durante su turno de guardia tiene el placer de conocer al ladrón que le cambiará la vi...