Que rico está este estofado

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Me quedé paralizada ante el cuadro. No tenía muchos detalles y se notaba que estaba sin terminar, pero de alguna manera las pocas y sencillas pinceladas que había dado Gina mostraban de una forma hiperealista la idea que pretendía expresar. Se notaba que era yo. Algo en la curva de la mandíbula, la inclinación de los ojos y la arqueación de las cejas me lo indicaba. Pero sobre todo eran los ojos. Era lo único totalmente detallado, y casi parecía que se iban a salir del lienzo. Me quedé boquiabierta mirándolo, y algo me decía que a mí lado a Nía le pasaba lo mismo.

- Bueno, me da que no es una coincidencia. Es que muchas veces pinto lo que sueño. Y soñé, bueno, con esto.

- Deja vù. - Nía fijo esas dos únicas palabras sin apartar los ojos de la pintura. - Puede que a veces seas un poquito más talentosa, ¿eh Da Vinci?

- ¿Quieres no llamarme eso, pesada?

- Vamos, ¡pero si te encanta!

- No.

- Siiii - canturreó en una melodía diseñada para molestar más todavía a Gina.

- ¡Que no!

- ¡Que sí!

Antes de que pudieran seguir peleando, un chico se acercó a nosotras. Tenía el pelo negro y corto con bucles  que caían sobre sus ojos azules;la piel morena de estar bajo el sol y unos músculos bien definidos. Era alto, más que Nía, lo cual es bastante. Llevaba una camiseta ceñida roja, y cuando se dio la vuelta dejó ver que por detrás estaba abierta en parte. También llevaba unos pantalones de cuero y unas zapatillas rojas. Ellas no lo vieron, inmersas en su pequeña discusión, por lo que se sobresaltaron al escuchar su voz.

- Vamos a ver, cara-alcachofas, ¿no veis que está pobre chavala no tiene la culpa de que seáis unas niñatas inmaduras? Si tú tour va a ser así de malo, deja que la guíe yo.

Nía se giró hacia él y frunció un poco el ceño, pero enseguida relajó el gesto.

- Si hombre, para poder escaquearte del trabajo, no te fastidia. Que no te vas a librar.

- Valía la pena intentarlo.

- Eres tontísimo.

- Pero soy el tonto más guapo de por aquí.

Acto seguido, se pasó una mano por el pelo mientras se mordía el labio inferior haciendo una muy exagerada pose de fuckboy.

- Este ligón incontrolable se llama Mateo. Es nuestro experto en, bueno, nada. Básicamente está ahí para ayudar en la misión. Desbloquear algún que otro candado, montar guardia, noquear a los intrusos o tirar de la cuerda.

Supuse que era él el que estaba en el museo el día del robo.

- Encantado, soy Mateo, pero también me llaman el terror de las chicas, el enamorador de chicos, el ligatrón 3000, el...

-Creo que ya lo ha pillado.

Mateo me caía muy bien. Parecía alegre y gracioso. Tenía un par de tiritas en los dedos y olía un poco a comida. Recordando lo que había dicho Nía, pensé que quizás estuviese cocinando. Así que se lo pregunté. Quedó tan sorprendido como las otras dos, las cuales le sonrieron con diversión al ver su reacción.

- Veo que Unai a fichado un partidazo. En todos los sentidos. - subió y bajó las cajas un par de veces, con un aire exageradamente ligón que me provocó una carcajada. Entonces, miró la hora en el móvil y dijo:

- Mima, ya son casi las diez, como no termine ya, Unai me va a matar. En quince minutos o así subir a la cocina, el tour ya lo terminareis mañana.

Volvimos todos juntos al ascensor, ya que dijo Gina que aprovecháramos y le ayudemos a poner la cena y servir los platos. Nía se quejó bastante, pero a mí me parecía bien. Yo estaba de... "invitada" no era la palabra correcta, pero de todas formas solo quería ayudar. Además, ¿que se supone que iba a hacer si no? De camino al ascensor, escuché una conversación sobre nosequé barco raro y no-se-qué figura rara, pero no le dí la menor importancia. Subimos a la tercera planta, la de arriba del todo. Allí solo había dos habitaciones. Una gran sala de estar, con sillones, sofás, televisiones, una chimenea y muchísimas estanterías a rebosar de libros. La otra era un gran comedor con una larga mesa de madera con sillas a los lados. Era de las que se podían extender si hacía falta, pero sin esto ya era enorme, con cabida para unas veinte personas. Al final, un marco con puertas dobles daba paso a la cocina, o por lo menos eso es lo que me indicaba su olor.

Pasamos por las puertas y Mateo cogió un delantal. Mientras se lo ponía, me iba explicando cosas. La cocina era grande y espaciosa. Se parecía a la de los restaurantes, pero me recordaba más a las que suele haber en las casas rurales. Tenía una nevera y muchos almacenes, cientos de muebles con cajones y una amplia encimera con muchos fogones. Allí, una mujer de unos cincuenta años y un hombre de la misma edad, estaban cocinando. La mujer, en cuanto vio a Mateo, empezó a hecharle la bronca. Era alta y robusta, con el pelo castaño recogido en un moño. Su delantal estaba manchado de salsa y llevaba unas crocks azul marino. El hombre era un poco más bajo que ella, el pelo también castaño pero más claro, recorrido por un par de mechones encanados. Tenía un rostro afable y sonreía a pesar de los gritos de la mujer.

- ¡Pero bueno! Te vas un momento al baño y te escaqueas por completo. ¡Por poco se queman las patatas! Como se te quemasen las ibas a volver a hacer, pero te ibas a comer tú todas las quemadas. Aún por encima que es lo único que te pido, te parecerá normal. Además de irresponsable e inmaduro también eres un jeta, un día tendrás que enfrentarte a un problema de verdad, ¡y entonces no me vengas llorando!

Se comportaba como una madre, y aún a sabiendas de que no debía de ser la suya (no se parecían en nada), pude notar que debía de ser siempre así, puesto que ninguno de los allí presentes parecían sorprendidos, si no más bien divertidos. Entonces, el hombre se aproximó y le puso una mano en el hombro.

- Cariño, creo que tenemos visita.

Ella paró de gritar de repente y por fin reparó en mi presencia. Se acercó sonriente, y todo rastro de su enfado desapareció.

- ¡Pero que chica más guapa! ¿Cuando conociste a Unai?

- Robó un diamante en mi turno de guardia.

Los cuatro se me quedaron mirando sorprendidos. Unai no debió de contarles exactamente como nos habíamos conocido.

- Y después me dejó inconsciente para que no pudiera seguirlo o algo. Además también coincidimos en un bar y en el súper.

- Estás de coña. - Nía se me quedó mirando con la boca entreabierta, la sombra de una sonrisa en sus labios.

- ¡Esa boca jovencita! - le riñó el señor.

- Lo siento, Jose.

- Que no, te lo digo en serio. Y de hecho, el pavo, antes de dejarme K.O , va y me guiña. Nunca tuve tantas ganas de darle un puñetazo a alguien en mi vida.

Todos rieron ante mi comentario.

- Pero que razón tienes, mi niña. Y ojalá se lo hubieras dado, habría sido digno de ver. ¡Ay, pero si no nos han presentado! Yo soy María Victoria, pero puedes llamarme Mari solo. ¿Tú como te llamas?

- Carlota.

- Pues me tienes cara de Paula.

Me reí ante el comentario. Pusimos la mesa juntos y la ayude a servir los platos. Me dio a probar el estofado y fue la cosa más deliciosa que tomé en mi vida. Nos sentamos todos y, estábamos a punto de empezar con las presentaciones, cuando Unai entró con semblante serio.

- La Jirafa ha descubierto nuestro siguiente movimiento.

Infiltrada [escribiendo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora