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Raguel mantenía la mirada fija al frente dejando que las hadas que servían en el palacio del balance le ayudarán con sus vestimentas cómo de costumbre. Suspiró ruidosa haciendo eco en esa atmósfera lúgubre que cubría tal cual manto el palacio.
Las hadas no hablaban, al menos no con ella.
-Ire a volar- indico.
No hubo sonidos de afirmación, pero decir eso indicaba que aún no desayunara, lo había más tarde. Salió de la habitación dejándolas hacer su labor, en su trayecto solo podía escuchar los sonidos de sus pisadas detrás de ella.
Amaba su palacio, pero existía algo que le impedía sentirse cómoda.
Sentimientos extraños brotaban desde su interior causando un conflicto que ni siquiera entendía. Era algo que incluso permanecía ahí, a pesar de usar su magia para calmarse nada parecía funcionar.
Considero por un momento el hecho de que Sueño de los eternos fuera lo suficiente rencoroso cómo para atormentar su mente por el desaire o más bien el sometimiento violento en su contra tras una irrupción furtiva.
Desecho la idea con la misma rapidez con la que llego, los Eternos podían ser criaturas excepcionales y poderosas, sin embargo contra un arcángel como ella no eran ni la mitad de fuerte para hacer algo de tal magnitud como perturbar su mente.
Paso una mano por todo el rostro frustrada, ese eterno continuaba paseándose por su mente. Finalmente su mente encontró una cosa más en la cual poder relajarse.
Una puerta tallada con una representación de la ciudad plateada en ella se alzó frente a sus ojos. Concentró su magia en la mano, está se manifestó de un color dorado tan divino como su portadora.
Acercó la palma hasta tocar la madera, la brillante aura dorada se expandió por todos lados iluminando los huecos entre ella madera haciendo aún más espléndido ese tallado en madera. Cuando fue repartido todo el poder, ocurrió un temblor y las puertas se despegaron una de otra hacia los lados mostrando el interior.
El espació exterior.
O siendo más específicos un dimensión de bolsillo con ciertas reglas que usaba a su favor, creado por aburrimiento para salir de la monotonía de su existencia.
Dió un paso cruzando el umbral de la puerta, el abismal la consumió hasta que pudo aletear estabilizándose en el aire. Las puertas chocaron entre si cerrando el espacio.
Raguel sonrió emprendiendo su travesía, deslizándose entre las estrellas y planetas cargada de una alegría magnífica que rebosaba en su corazón.
Volar era tan grato y placentero.
Constantemente se sentía desconectada de su entorno o su propio cuerpo. Y esto era al único que armonizaba todo su ser, entre más calmada o centrada estuviera, podía realizar sus labores sin problemas.
