Lilian

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Cuando escuché rugir el motor, me deslice hasta el piso, solté un suspiro y comencé a llorar.

No podía creer que hubiera hecho lo que hice. Eso quizá era lo que más me molestaba. No estaba enojada con Lena, no del todo. Estaba más molesta y decepcionada de mí misma. De haber permitido mostrarme de esa manera. De dejar que mis anhelos gobernaran mis acciones.

¿Dónde habían estado mi maldita razón y mi cerebro en esos momentos? ¿Por qué lo había hecho? ¿Por qué lo habían permitido?

Las luces se encendieron, cegándome por un instante. Me puse de pie de inmediato, y me encontré cara a cara con Alex.

Mi hermana llevaba puesta el pijama, y en las manos, sostenía una tasa humeante de chocolate caliente. Sentí su mirada acusadora sobre mí. Sabía que estaba hecha un desastre, que mis ojos estaban llenos de lágrimas, que mis mejillas estaban húmedas, y que la garganta me apretaba tanto, que no me creí capaz de decir palabra alguna.

— ¿Quieres chocolate? — una pregunta neutral, aun cuando seguía mirándome exigiendo respuestas a las preguntas que ni siquiera habían mencionado.

— No quiero hablar — logré decirle, tratando de sonar lo más orgullosa que pude.

— No te pedí que lo hicieras— hizo una pausa — Entonces, ¿quieres o...?

No sé si estaba aplicando psicología inversa, pero funciono.

Claro que quería hablar, pero necesitaba que ella preguntara, que ella insistiera y que me dejara conservar un poco de dignidad al hacerme la difícil. Pero al no hacerlo, las palabras dolorosas, y las lágrimas crueles y traidoras, brotaron de mí como el agua de una presa rota.

Comencé a llorar descontroladamente, mientras palabras inentendibles salían apresuradas de mis labios.

En algún punto, Alex se deshizo de la tasa y me abrazo fuertemente, dejándome derramar lágrimas y sollozos contra su oído. Permaneció un silencio hasta que logre calmarme un poco. Me dirigió a la cocina, y me dio la taza de chocolate que me había ofrecido. Luego se sentó junto a mí esperando a que me explicara mejor.

— Debes de pensar que soy una imbécil — le dijo aun derramando lágrimas.

— Nunca he tenido dudas de eso.

Levante la mirada, tratando de fingir una sonrisa. Alex tomó un sorbo del líquido humeante, y luego me tomó de la mano.

— Pero no porque te enamoraras como una colegiala. Sino porque no te hubieras dado cuenta hasta hoy. Son pocos los correos que has enviado en estos cinco años. Pero pude darme cuenta de que estabas sintiendo algo por tu jefa desde hace un par de años. Era obvio, por la forma en la que hablas de ella.

No dije nada. Simplemente seguí escuchándola. El tono de su voz me tranquilizaba, aunque el dolor seguía golpeándome el pecho.

— Por eso papá me envió de inmediato al enterarse de la supuesta boda.

Seguí en silencio, no podía pensar en nada que decir. No quería decir nada. Pero la pregunta que siguió, fue la punta de la lanza que se me clavo en el corazón.

— ¿En verdad piensas casarte con ella? Tal vez Lena no tenga el suficiente valor para detener todo esto. Pero... — me tomo de las mejillas. Asegurándose que toda mi atención estuviera en ella. Sus ojos se movían de un lado a otro, buscando en mi rostro, en mi propia mirada rastros de la razón. Pareció que encontró algo, porque se aferró a ello — Tú puedes decir no.

Una lagrima solitaria broto de mi ojo.

— Puedes descubrirla, Kara. Reusarte a seguir con esto y dejarla. Nadie te juzgara. Nadie puede hacerlo.

Casate conmigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora