Una rareza

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Después de hablar con Alex, Kara corrió un rato más. Hasta que, cansada, y un poco menos molesta, regresó a las caballerizas. 

Le quitó la montura a Júpiter, su caballo, y se dejó caer sobre la pila de paja fresca que los trabajadores seguramente acababan de traer. Se pasó el brazo sobre los ojos para que no la vieran llorar y dejó que sus lágrimas corrieran en silencio. 

Odiaba que la vieran llorar. Y peor, que la vieran llorar por una persona que la había utilizado y pisoteado de tal manera.

Pasaron un par de minutos antes de escuchar unos pasos ligeros dirigirse hasta donde estaba. La persona que llegó, se quedó de pie frente a ella y luego se recostó a su lado.

Kara pensó que se trataba de Alex que venía a disculparse. Pero, en cuanto estuvo recostada a su lado y a pesar del olor fuerte de la paja, pudo reconocer el perfume de su madre al momento.

Lo cual la hizo sentir peor.

— Kara — la llamó.

— ¿Mmm?

Pero Kara no apartó el brazo de su rostro. Era tarde para fingir que dormía, pero de ningún modo quería que su madre viera sus ojos llorosos.

— Kara — volvió a llamarla.

— ¿Qué?

— ¿Qué haces aquí?

— Descansando.

Esperaba, no, deseaba que su madre aceptara esa pequeña mentira.

— No fue tu culpa — soltó Eliza luego de un momento de silencio

Kara sintió una opresión sobre el pecho. No necesitaba más explicaciones para comprender de lo que hablaba.

— Lo sé.

Aceptó con un nudo ardiente en la garganta y el brazo aún más apretado sobre sus ojos.

— Kara...

— Mamá, lo sé.

— No, Kara escucha— su madre trató de apartar el brazo de su rostro, pero, Kara lo mantuvo con fuerza apretando el puño — No fue tu culpa.

— No me hagas esto— suplicó con la voz a punto de quebrarse.

— No fue tu culpa— repitió Eliza, como si las primeras dos veces no lo hubiera entendido.

— Déjalo así— suplicó.

— No fue tu culpa.

Su madre había sido tan comprensiva a su regreso. No había preguntado nada. No la había presionado. No la había cuestionado en ninguna de sus decisiones. Había guardado silencio hasta que Kara decidió por voluntad propia contarle todo lo que había pasado.

— Yo lo sé mamá. No es necesario que seas cruel.

— No soy cruel. Solo quiero asegurarme que te lo creas. Lo voy a repetir cuantas veces sea necesario. No. Fue. Tu. Culpa.

Kara no pudo contenerse más y volvió a llorar. Se sentó y se lanzó a las piernas de su madre para esconder la cara contra ellas. Lloró en serio, lloró fuerte y dejó que todo su dolor saliera sin contenerse.

Su madre esperó a que la crisis pasara. La dejó llorar.

Se limitó a acariciarle el cabello, tratando de que se sintiera confortada.

— Duele, mamá ¿Por qué duele tanto?

— Porque todos tus sentimientos fueron reales.

— No pensé que sería tan difícil — por fin se enderezó y miró a su madre. 

Casate conmigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora