8-Sonrisa

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Evan se quitó las gafas y desordenó su cabello, no quería que Shirley se sintiera incómoda al verlo.

—Hola, mi niño. Sí, soy Shirley. Tu amiga vino a visitarme y ocurrió una tragedia.

Ryan se acercó, ofreciendo consuelo.

—No se culpe, fue un accidente. Me informaron que se cayó por las escaleras.

Shirley guardó silencio, sembrando dudas en Evan; no era común que alguien calificara un accidente como una tragedia.

En ese instante, se aproximó un doctor.

—Buenas tardes, soy el doctor Francis. Estoy a cargo de su hija y de la señorita Till. Ambas están bien, aunque Sky tiene la nariz fracturada.

—¿Puedo verla?

El doctor asintió y lo guió hasta donde Sky yacía, con la nariz vendada y los ojos enrojecidos por el impacto. Evan se acercó y la abrazó con ternura.

—¿Evan? ¿Qué...? No me digas que avisaron en el trabajo.

Evan acarició su rostro con delicadeza y depositó un beso en su frente.

—¿Estás bien? Parece doloroso.

Sky frunció los labios.

—Sí, duele un poco, pero no es nada serio, solo un accidente.

Evan tomó su mano, acariciando suavemente el dorso con su pulgar.

—¿Quieres que te traiga algo?

Sky observó sus manos entrelazadas y esbozó una sonrisa.

—Sí, un poco de agua estaría bien.

Evan se puso de pie y se dirigió a una máquina expendedora. Mientras esperaba, una joven se le acercó.

—Hola, ¿tú eres Evan Peters?

Evan se giró y sonrió.

—Sí, soy yo.

La joven saltó de alegría.

—¡Soy tu fan! Me encanta tu trabajo, ¿puedo tomarme una foto contigo?

Evan dudó un momento, pero finalmente accedió.

Después de despedirse, regresó donde Sky, pero al escuchar que hablaba con alguien, se detuvo en la puerta.

—Disculpa de nuevo, no quise que esto sucediera. Estamos agotadas de revivir esta pesadilla, hay quienes insisten en resucitar a ese monstruo y nosotras solo queremos olvidarlo.

—No te preocupes, comprendo. Si estuviera en tu lugar, me sentiría igual de frustrada.

Evan frunció el ceño, escuchando atentamente.

—Lo siento, te golpeé muy fuerte... tu nariz... deberías haber presentado cargos.

—No. Ustedes han sufrido mucho y con la serie, sufrirán aún más. No quiero que la prensa haga un escándalo de esto.

Evan miró la pared, consciente de que la fractura no había sido un accidente. La idea de que la hubieran atacado era demasiado para él.

Escuchó cómo la mujer se alejaba y fingió atarse los zapatos. Memorizó su rostro; no permitiría que se fuera sin consecuencias. Sus puños se cerraron con fuerza, conteniendo la ira.

—Evan, pensé que te habías perdido —dijo Sky, apareciendo a su lado con una sonrisa.

Evan se volvió hacia ella, acariciando su mejilla, lo que provocó una queja de dolor.

—Ay... duele si me tocan...

—Vamos, te llevaré a casa —la tomó de la mano y salieron juntos del hospital para encontrarse con Ryan.

—¡Dios mío, Sky, mira cómo estás!

Sky se mostró nerviosa, pues Evan no soltaba su mano.

—Sí... eh, tengo que pagar la factura.

Ryan negó con la cabeza.

—No te preocupes por eso. Fue un accidente laboral. Recuerda que tu contrato incluye la investigación de las víctimas como parte de tu trabajo. Todo está cubierto.

Ryan observó las manos entrelazadas de los jóvenes, miró a Sky, quien estaba nerviosa, y luego a Evan, que solo tenía ojos para ella.

—Evan, ¿podrías llevar a Sky a su casa, por favor? Después necesito hablar contigo.

Evan asintió y se marchó con Sky, dejando atrás el hospital y las sombras de un día turbulento.
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Al cruzar el umbral de la morada de Sky, Evan la condujo a su santuario personal. La habitación, un caos de colores y formas, provocó en la joven un impulso frenético por restaurar el orden.

—Disculpa el desorden —se disculpó Evan, su voz teñida de sorpresa—. No esperaba compañía, así que… lo siento.

Sky, en un torbellino de eficiencia, recogía prendas dispersas, las depositaba en el baño, alisaba la manta sobre la cama. Evan la observaba, una sonrisa juguetona en sus labios; ella era un vendaval, una caricatura animada por la velocidad de sus movimientos.

Al pasar junto a él, Evan la detuvo con un suave agarre en el brazo. —Sentémonos —propuso.

Con un gesto de asentimiento, Sky aceptó, y juntos se posaron en el borde del lecho. Evan, con delicadeza, tomó su mano y entrelazó sus dedos. —Sky, me gustas —confesó.

La joven se petrificó, una estatua ante la revelación.
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Evan, con una sonrisa comprensiva, continuó: —No espero que tus sentimientos sean un eco de los míos, y entiendo que iniciar algo conmigo, debe ser difícil.

Ella lo interrumpió, depositando un beso fugaz en su mejilla. —Tú también me gustas…

Evan la contempló, anhelante de corresponder con un beso, pero consciente del dolor que le provocaría, se reprimió. No deseaba que su incipiente romance se tiñera de amargura. —Esperaré a que te recuperes, no soportaría causarte dolor…

Con un gesto audaz, Sky se aproximó y posó sus labios sobre los de él, dibujando en el rostro de Evan una sonrisa pueril. —Bien… eh… es tarde, debo irme… tengo que…

La tensión del momento los envolvía, sus corazones latiendo al unísono como si fuera su primer encuentro. —Sí…

Evan, abrumado por la emoción, se levantó y abandonó la casa a la carrera. Sin apenas darse cuenta, ya estaba en su auto, sumido en reflexiones sobre el torbellino de sentimientos que lo embargaba.

Mientras tanto, Sky permanecía en el umbral, observando a Evan reírse dentro de su vehículo. Se despidieron con un ademán, elevando sus manos en un gesto de complicidad.

Al cerrar la puerta, Sky se cubrió el rostro, abrumada por la emoción del momento. Pero entonces recordó… no había abierto la puerta de la casa al salir.

Observó la manija con curiosidad; era inusual en ella no asegurarse de que la puerta estuviera cerrada con llave. Quizás en su precipitación lo había olvidado… sí, eso debía ser, ¿verdad?


 Quizás en su precipitación lo había olvidado… sí, eso debía ser, ¿verdad?

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Mind  (Evan Peters)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora