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—Menudo cretino— Changkyun giró su rostro con expresión de hastío —¿De verdad este tipo era tu mejor amigo en la universidad?

Volvió a mirar al frente para observar con desdén a aquel orador. El imbécil de Lee Jooheon y su ejército de incels estaban ocupando las filas del pabellón donde trabajaba. Lo único que hacía era soltar frases misóginas y el incentivar el acoso como método de seducción. Y todo para vender su estúpido libro "La retórica del amor", una obra onanista sobre lo popular que era entre las mujeres.

Hyungwon sonrió torcido. Él tampoco entendía en lo que se había convertido.

—Por eso ya no somo amigos, supongo.

El conferenciante lanzaba al aire conceptos que recordaban vagamente a la psicología, pero que no eran más que falacias sostenidas por todo un sistema que permite esos discursos tan peligrosos. Corea tenía un serio problema con la violencia sexual. Mujeres siendo grabadas en baños, acoso callejero, tipos arrimándose de más en el metro. Lee Jooheon era parte del problema al incentivar conductas como el invadir el espacio personal de la chica, o el mandarles mensajes contradictorios para hacerla creer que le necesitan. Era repugnante, y si no fuera porque no podía abandonar su puesto de trabajo, hubiera salido de allí inmediatamente; no quería ser parte de todo aquello. Pensó en el ingenioso hilo de Twitter que escribiría, el como hacía negocio de las pocas habilidades sociales de tipos solitarios. En serio, Lee Jooheon se creía un coach. ¡No! Un gurú del sexo, y no era más que un jodido narcisista que hablaba de machos alfa y beta, y que menospreciaba al género femenino.

Y también estaba para el pecado. Changkyun tenía valores. ¡Era un buen aliado feminista! Y también era un jodido pervertido que se pasaba el día pensando en sexo. No, no es que Changkyun estuviera siempre al pendiente de nuevos culos donde correrse, es que solía quedarse ensimismado pensando en todas las cosas que le gustaría hacer. Pero luego nunca se atrevía a quedar con los tipos con los que coqueteaba en Grindr. Algo de sexting, y algún juguete en ocasiones especiales, era todo lo que necesitaba. Pero ese hombre, el maldito Lee Jooheon, parecía haber sido diseñado para él. Al menos físicamente. Cada vez que abría la boca, cada vez que por error alcanzaba a escuchar algo de la conferencia, le daban ganas de dar rienda suelta a su ira y acabar con el bochornoso espectáculo. Pero menudo culo.


El pelinegro hizo un barrido con la mirada fingiendo observar a su público. En esa hora y media no había dejado que su sonrisa se borrase, pero lo único que podía pensar era en la cerveza que se tomaría al terminar. Tenía la boca seca, por lo que tomó un sorbo de agua. Sentía la tensión del público, como cuando estás a punto de alcanzar el clímax y aceleras el ritmo. Estaban esperando una frase lapidaria, un resumen de su ponencia. Sabía perfectamente lo que hacía, los tenía comiendo de su mano. Quería darles tiempo para que se fijasen bien en su traje hecho a medida, el reluciente y carísimo reloj que brillaba en su diestra, en sus perfectos hoyuelos. Querían que lo vieran como un ganador, como alguien a quien aspirar a ser, y así podría venderles el libro que les prometía algo que jamás obtendrían: éxito con las mujeres. Caminó por el escenario fingiendo pensar en su última frase, la misma que repetía siempre al finalizar sus charlas.

—No persigas, consigue— hizo una pausa para que el público recordara a qué hacía referencia su premisa, concretamente a la frase que le solía decir su padre para motivarlo a ser un triunfador. O esa era la historia que había contado— Muchas gracias.

Una lluvia de aplausos sacudió el recinto, y él aplaudió de vuelta para agradecer al público por su asistencia. Era carismático, lo sabía, y quería seducir a su audiencia. En el sentido más estrictamente heterosexual. Si fuera honesto consigo mismo se diría que la farsa se le había escapado de las manos y que había creado un monstruo. Pero no lo haría, no podía permitirse que su imperio cayese como un castillo de naipes. Había aprendido a silenciar esa voz que le recordaba que él no creía en nada de lo que predicaba. Y, casi siempre lograba desoírla; a excepción de cuando un chico guapo se arrodillaba para mamársela, por supuesto. Justo como ese momento, en aquel reservado que le había conseguido su mánager. ¿Cómo había llegado hasta allí? Ya ni se acordaba, aunque se sabía la coreografía de memoria: agradecía al público, salía del escenario; esperaba a que sus clientes, es decir, su público se acercara al stand a comprar su libro. Firmas, sonrisas, "¿cuál es tu nombre?", más sonrisas. Y, una vez terminado, se reunían todos en el bar a tomar unas copas e intercambiar opiniones. Se dejaba ver un rato, saludaba amigablemente, y se iba a su reservado para dejar que su ligue de esa noche le limpiara la polla con la boca hasta vaciarse en ella. Así es como le gustaba relajarse después de una dura jornada laboral, y no lo veía incompatible con aquello que vendía. Sí que era un ganador, sí que era popular entre las mujeres; tampoco es como si saliera con hombres. "Una boca es una boca", se decía a sí mismo. Aunque las bocas siempre eran de hombres discretos.

Lee Jooheon había aprendido a silenciar esa voz que le recordaba que él no era lo que predicaba... exceptuando los segundos después de correrse, en los que la realidad le aplastaba. Y, por unos instantes, sentía como se le pinzaba el estómago en una mezcla de náuseas y remordimiento, que bajaba con un par de tragos de su cerveza. Luego se abrochaba los pantalones y, con suerte, su acompañante recibiría una paja desganada sin mirarle a los ojos. Todo iba bien, ese día era como otro cualquiera. El evento había funcionado en taquilla y sus cálculos se habían cumplido: un éxito de ventas del libro de un 64'4% de los asistentes, exceptuando el margen de error de aquellos que ya lo tenían. Había sido encantador, había encarnado la fantasía masculina más rancia que alguien pudiera imaginar, y tenía a un chico lo suficientemente atractivo chupándosela. Se empujó contra aquella boca con desesperación y, cuando abrió los ojos tras eyacular cruzó su mirada con uno de los trabajadores del evento que sostenía una botella de champán. Parecía tan sorprendido como él, y observó como disponía a marcharse del reservado tras farfullar un escueto "no he visto nada". El pelinegro apartó de un manotazo al muchacho que acaba de tragarse su esperma y corrió tras el trabajador mientras luchaba con la cremallera de sus pantalones. Este desapareció entre la marabunta de gente que se arremolinó en torno al orador, y un sudor frío recorrió su espalda. Era oficial, Lee Jooheon estaba acabado.


—¿Tan horrible ha sido? Siento haberte pedido que vayas por mí, pero no me apetecía verle.

Changkyun observó con el rostro pálido a su compañero de trabajo y negó tratando de quitarle importancia. Acababa de ver al mayor bastardo que había conocido follando la boca de otro tipo. Y Changkyun estaba con la respiración agitada y la polla palpitando por culpa de aquella imagen.

Nadie conoce a Lee Jooheon (JooKyun) +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora