8. Trasforma la culpa.

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Trasforma la culpa.

     —¿Cómo iba a contarte algo así Luc, por Dios? Compréndelo mi amor. Ponte en mi lugar —Natalia deja caer los brazos golpeándose los muslos.

     —¿Y tú no te pones en el mío?

     —No era fácil decirte que mi madre estaba liada con tu padre. Ya lo hemos hablado muchas veces —soltó un suspiro derrumbado, doliéndole a ambas.

Luc sentada en su cama, tiene la vista perdida en su desordenado escritorio. Se lame los labios como para decir algo, pero se los muerde prefiriendo callar. Agachó la cabeza y un ondulado mechón, cae ocultando su cara. Natalia se arrodilla frente a ella porque no soporta verla así.

     —Por favor, mírame —suplica. —Pensé que anoche lo habíamos arreglado. —Le recuerda animada, pero ve como le baja una lágrima por la nariz presa de la frustración. —No. No Lucía no me hagas esto —lloriqueó. —Odio verte llorar. No me hagas sentir más culpable de lo que me siento —le confiesa afligida apartándole el pelo.

La agarra por la barbilla para que la mire, y Luc se levanta como un gato arisco dejándola desconcertada por la huida.

Natalia desde el suelo, pierde la mirada en sus blancas zapatillas, subiendo por las piernas fuertes y femeninas, enfundadas en esos vaqueros negros que le ha quitado mil veces para que las enrede a su cintura. Tiene las rodillas manchadas de polvo, de trepar por la ventana con su agilidad habitual. Recordó como anoche tuvo que ayudarla a subir, imprecisa como un bebé.

La mira a los ojos, desafiándola como un animal salvaje. Se levanta, y Luc hace una ligera negación al leer las intenciones de su deseo. Natalia se derrumba ante su rechazo.

     —No me hagas esto otra vez —suplicó temblándole el labio.

     —No va a haber otra vez —la señala advirtiéndola.

Ha dicho eso tantas veces que cualquiera que las conociera se reiría. Natalia aprieta la boca y ataca con saña, en un intento desesperado de hacerla volver.

     —¿En eso he quedado para ti? ¿En buscarme borracha?

     —No vayas por ahí —la advierte. —No es justo que me digas eso. Sabes que nunca he estado contigo borracha. Ni siquiera sé cómo llegué a ese estado.

Nat ve como Luc, baja la cara visiblemente avergonzada, y la culpa se empeña en pellizcarla. Cuando Manu le comentó sobre aquella pastilla, se cegó con una luz que no debería haber mirado, pero ya está hecho, y no hay lugar para los remordimientos.

Se yergue al verla rehuir la mirada culpable. Sus manos en las caderas la dotan de un halo de Diosa pagana. Se mordió el interior de la boca proyectando hacia fuera los carnosos labios, y afirmó con la barbilla en alto, moviendo su melena al compás, como una tira de seda negra.

     —Pues ayer lo hiciste —ataca percibiendo su debilidad. —Me usaste.

     —¡Deja decir eso porque no es cierto! —Se acercó a ella de una zancada, pegándose a su cara. Natalia se enfrenta a la fiereza de su mirada sin achantarse. No eran aprendices en discusiones épicas. Toma aire, intentando manejar las ganas de cruzarle la cara exasperada por su tozudez.

     —Lo siento —dice, procurando que la calma vuelva la conversación, buscando enredarse a su cuello.

     —Déjame en paz—. La rechaza encendiéndola otra vez.

     —Te lo vuelvo a repetir Lucía. Yo, no, tuve, ¡la culpa! —Separó cada palabra con los dientes apretados pateando el suelo.

     —¡Ni yo de que tú también me hayas decepcionado! —Se mantienen la mirada tras la explosión, como separadas por un acantilado.

Nat sabe, que ese: también, la incluye dentro de un club muy exclusivo que comparte junto a Samuel. Sus palabras la hacen volver a romperse por el mismo sitio de meses atrás. Anoche, fantaseó con la idea de que esta pesadilla acabara, y todo fuera como antes.

     —¡Luc! —Le dice a su espalda saliendo por la puerta.

La chica del club.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora