29. Heridas.

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Heridas

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Heridas.

     Luc cierra la puerta, y gruñó como una trompetilla. Lleva meses procrastinando aceitarla. Son las típicas cosa que hacía con su padre. Las llaves al caer al cenicero, rompen el silencio con un tintineo, trayéndola a la realidad como el chasquear de dedos de un hipnotizador. Lo de anoche con Carla fue un espejismo. Ahora se siente ridícula. ¿Amor correspondido? Un binomio incompatible con ella. Mejor olvidarse, y seguir con su vida.

Su padre en la cocina montaba uno de sus sándwich que desafiaban las leyes de la física. Luc se acomoda al otro lado de la encimera. El taburete crujió como si se sorprendiera más que Samuel de que quisiera compartir espacio físico con él. Silencio, y el segundero cercenándolo, como si les reprochara el tiempo perdido. Se sirve un poco de zumo, se pasa la lengua por los labios tras un generoso trago.

     —¿Mamá?

    —Fue con sus amigas —graznó sorprendido. —Y después, iría al entrenamiento de Omar. Tiene un partidillo.

Sorbió de nuevo y asiente, feliz de ver a su madre coger las riendas de su vida. Samuel comienza otra mega estructura.

     —Papá. ¿Sigues enamorado de mamá? —El bigotito se le curva al apretar la boca. Se detiene un segundo en sus ojos, antes de decir:

     —Sí —con rotundidad de mano sobre la biblia.

     —¿No lo dudas? —Luc le aguanta la mirada, y Samuel la enfrenta.

     —No. —Los puños cerrados sobre la encimera se vuelven blanquecinos por los nudillos. Midió el devenir de la conversación y se atreve a preguntar: —¿Quieres que lo hablemos?

Luc afirma. No quiere discutir, solo saber que le llevó a un hombre supuestamente enamorado de su mujer, a acostarse con Francis.

Busca mirarse en su espejo, y encontrar similitudes a la disonancia que siente en su corazón entre Carla y Natalia. Samuel percibe en el ánimo alicaído de su hija un trasfondo. Está tentado a preguntarle, y darle consejo, pero antes, necesitan está conversación pendiente. Apretó los labios asintiendo, y le dio pie.

     —Adelante. Pregunta lo que quieras.

     —¿Porque lo hiciste? —Derechazo al mentón.

     —Lo necesitaba—. Le confiesa a bocajarro sin aparente reflexión. —Me sentía solo y derrotado. Me sentía... —cabeceó buscando las palabras adecuadas—. No... más bien no me sentía... un hombre. Suena muy patriarcal... pero va algo más allá —toma aire para intentar explicarse. —No sentía mi cuerpo. —Se ruborizó con la confesión. Ambos lo hicieron.

     —Ahh... —La ambigüedad de su respuesta lo obliga a expandirse a pesar del bochorno que siente.

     —Tu madre y yo... Bueno... estaba muy enferma, ya lo sabes... No es una excusa, ¿vale? —Levantó la palma como en un juramento. Luc afirma dándose por entendida, y echa un largo trago que termina con el vaso, escondiendo su rubor

La chica del club.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora