21 ¿Dónde me encuentro?

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¿Dónde me encuentro?

     La relajante atmósfera que la luz proyecta en el despacho, crea un retrato perfecto de la personalidad de Javier, aunque ahora mismo, no hubiera ni rastro de su apacible carácter. Carla se sienta frente a él, y lo mira con detenimiento, como si pudiera descifrar algo más allá de lo evidente, está enfadado.

     —¿Me has llamado?

     —Sí. Tengo que hablar contigo. —Javier no se andaba con rodeos.

     —Pues tú dirás —dice sorprendida por el rojo de su cuello conquistando territorio hacia sus mejillas.

     —¿Por qué has visto a esa mujer? Y no me digas... ¿Qué mujer? —Remedó su voz. —Porque no estoy de broma. —Los dedos tamborilearon el brillante escritorio esperando una respuesta. El ceño anudado y confuso de su hermana lo hace añadir. —No quiero escusas; quiero la verdad. Eso es lo que quiero —y alza la barbilla, esperando ser obedecido.

     —Perdóname, pero sigo sin entenderte.

     —Esa mujer Carla, esa maldita mujer. —Aprieta los dientes golpeando la mesa.

     —¿Perdona? —Tomó consciencia. —¿Me estás espiando?

     —Carla, no me toques los huevos.

     —¿Pero de qué vas? —se defiende, enfadada de que todo el mundo se inmiscuya en su vida.

     —Carla... —Javier reprime golpear la mesa de nuevo ante su ceguera. —Sabes todos los problemas a los que te lleva esa mujer.

     —Solo hablamos. Quería explicarme porque se fue —Javier palideció.

     —¿A si? —pregunta vacilante temiendo que lo haya acusado. —Y qué mentira te ha dicho ahora. —Comenzó a armar una defensa.

     —Cosas nuestras. No es asunto tuyo. —Cruzó las piernas apartando la mirada.

     —¿Qué no es asunto mío? —se incorpora como un resorte, al sentirse más confiado. —¿Estás tonta o qué? Entonces de quién eres asunto, ¿eh? ¿De ella? Te engañas si crees que va a cambiar. Te engañas si crees que te quiere o que en algún momento te ha querido—. Decirlo y arrepentirse, fue uno, pero no puede dejar que siga mintiéndose.

A Carla se le hunde la vida en el pecho al escucharlo. Sujeta las puntas del pelo, y pierde la vista en los bordes brillantes del escritorio. Javier percibe su tristeza, y la culpabilidad le golpea.

     —Carla —tercia conciliador. —Lo siento. Dime algo.

     —Qué quieres que te diga. Me queda claro lo que quieres que te diga —le contesta inerme.

     —Eso no es cierto. Yo quiero que tú también lo quieras, que lo veas, sería más apropiado. —Sus palmas se extendieron por encima del escritorio invitándola a que las tome. —Carla, ¿pero es que la quieres? —preguntó incrédulo de que un ser así, fuera bendecido por la luz de su hermana. Carla torció el gesto en una mueca apenada que pretendía ser una sonrisa.

     —Lo triste, es que solo quiero que me quieran. Sé que es patético querer abrazar a alguien que te daña—. Aceptó como si cayera en la cuenta. —Tantos psicólogos, y no me han servido de nada. Lástima de dinero que gastó papá —soltó una risita amarga.

     —Déjame ayudarte. A mi puedes contarme lo que quieras. —Sus manos extendidas esperan.

Carla exhaló una bocanada de aire que percibe negra y viciada. La mirada compasiva de Javier la enfada con ella misma. Controla la respiración para decirle sin llorar.

     —Me persigue una sombra, Javi —sus ojos se alzan pidiendo auxilio. —Una sombra asquerosa pegada a mi piel —contestó críptica.

Javier sintió el despacho más frío. Cruza el escritorio para abrazarla, y Carla apoyó derrotada la cabeza en su abdomen abandonada en su brazo. Vetiver y colonia de bebé. El caballero y el niño que habitan en Javier, se mezclaron para protegerla. El refugio de su abrazo le pellizca las vulnerabilidades.

     —Hay algo que está mal en mí... y no sé qué hacer —solloza cansada.

     —Eso no es cierto Carla —se agacha a su altura y le apartándole el pelo. —No hay nada malo en ti. Y no es malo querer que te quieran. Pero una persona que te respete, que te valore y te merezca. No que te destruya.

La abrazó como un protector contra el mal de ojo. En la penumbra del despacho, sus ojos parecen brillantes contenedores de almíbar. Empujó las lágrimas a ese pozo interior que parece no tener fondo.

     —Ya... —oírlo en su boca lo hacía parecer fácil.

     —¿Por qué no te vas a casa? —Carla cabecea un tozudo, no, y Javier insistió. —Mira, hagamos un trato. Tú te vas a casa, y yo me quedo aquí. —Carla lo mira divertida por la absurda obviedad. El humor era su forma de disculparse.

     —Cállate anda —tapó su cara con la mano, y Javier jugó a mordérsela como cuando eran pequeños.

     —Hazme caso, por favor. Ya hablaremos esto con más calma —Carla resopla poco convencida, pero cede terreno o no la dejara en paz.

     —Salgo a tomar aire, y te aviso si decido irme, ¿contento?

     —Yo siempre.

***

     Salió a la calle esquivando gente bajo la atenta mirada de Browning, que la sigue hasta perderla. Quiere escapar de la bocanada de ruido y humo que vomita el club. Mientras se aleja, parece sepultarse bajo agua, y la música se vuelve un murmullo amortiguado.

En la calle, respira profundo un par de veces, y es consciente de la estupidez que ha hecho al aceptar salir con Guillén. Su hermano tiene razón, pero... ¿Quién quiere darle la razón a un hermano mayor? Una voz la sacó de sus pensamientos sobresaltándola.

     —¿No crees que es peligrosa esta zona para que estés solita?

Y es consciente, de que se ha alejado demasiado. Mira el club, alzándose como un majestuoso gigante de luz despidiendo un zumbido lejano. Se le encogió el estómago.

La chica del club.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora