13 Sí o sí.

35 8 0
                                    


Sí o sí.

Le sorprendió el mensaje.

Guillén: Estoy en Madrid. En media hora en tu casa.

Visto.

¿No se suponía que estaba fuera? ¿Le ha mentido otra vez? ¿Sorprendida? En absoluto. Aunque no puede evitar ponerse nerviosa. Nervios de los malos. De los del nudo en el estómago, de los del temor a los agotadores reproches que sabe que vendrán. Nervios por la discusión llevada al límite de las lágrimas, y al consecuente final en que Guillén, sí o sí, ganaba la partida al llevarte al colapso mental.

Se mira al espejo y no puedo verse bonita. ¿Se vio bonita alguna vez? Guillén la hizo sentirse así, pero hace demasiado tiempo de eso. Reparó con tristeza en que no siente deseo por verla, por tenerla cerca y hundirse en un abrazo. Se acomoda el pelo con los dedos en forma de rastrillo, intentando colocar con gracia la media melena.

"¿Para qué, si no se dará cuenta?", pensó absorta agarrando las puntas de su pelo.

La gatita demandó alguna que otra caricia sacándola del triste pensamiento.

     —Hola Tana —le habló cantarina.

Tana contestó con un maullido alargado más de la cuenta por un bostezo. Le sacude el comedero un par de veces, llenando el silencio de la cocina con un repiqueteo metálico. A Tana ahora, sí que le parece apetecible, y como si un gran chef lo hubiera aderezado con una cascada de sal esparcida por el codo, se lanza famélica.

Carla comienza su periplo en busca de algo de ropa con la que no se viera indigna. Optó por un vaquero claro, y una blusita suelta de seda azul cobalto. Piensa en ponerse los tacones, pero le parece excesivo. Se quedará descalza para decir: Estaba arreglándome para salir. No puedo darte mucho de mí tiempo. ¿Qué quieres?

Suena digno. Puede añadir una mirada con desdén, como Scarlett O'hara desde la escalinata.

El teléfono suena de nuevo desbocando su corazón. Inspiró y exhaló un par de veces con rapidez pensando que se tranquilizaría, pero lo único que consiguió fue sentirse ligeramente mareada. Era su hermano.

     —Dios que no venga ahora, no... —lloriqueó descolgando. —¿Javi?

     —¿Recuerdas lo de ir a ver el nuevo almacén? —Mira su reloj arrugando desconcertada la frente. Las seis. Quedan horas para eso.

     —Ajam...

     —Pues lo dejamos para otro día. Voy camino del taller.

     —Ohh... vaya... ¿Pero te pasó algo? —La herida de quedarse sola despierta.

     —No, no, tranquila. Solo que no arrancaba. Lo intenté por un par de veces y lo hizo al fin, así que aproveché y lo traje a un taller que me pillaba de paso. En fin... era algo que he estado postergando. De todas formas, cuando termine iré para tu casa y vemos como lo cuadramos para otro momento. Ah, Irene y la niña me dijeron que irán a verte, así que nos vemos todos allí.

Le alegró la placentera idea de ver a su sobrina y cuñada, pero antes, tendría que zanjar el asunto con Guillén.

     —Bueno, pues lo dejamos para otro día —escucha un coche parar en su puerta disparándole el pulso. —Ja... Javi, tengo que dejarte.

Carla mira la puerta, como si fuera a abrirse la caja de Pandora derramando todos los males de la humanidad.

     —¿Todo bien? —Javier fija la vista en un punto en el horizonte, como si pudiera localizarla y salir corriendo a protegerla.

     —Sí Javi. Todo está bien, tengo que colgarte, chao.

Colgó al mismo tiempo que golpeaban la puerta con una energía conocida. Era Guillén.

La chica del club.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora