14 Guillén.

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Guillén.

    Javier podría haber mandado a cualquiera. Tiene suficiente dinero como para señalar con el dedo a personas que muevan las cosas de sitio por él, pero le gusta vivir lo cotidiano como le había enseñado su padre. Así que allí esta, tirado en un taller en mitad de una explanada.

Mientras espera el veredicto del mecánico, mata el tiempo mirando una moto que está expuesta sobre una tarima. Seguro está en venta. Tiene algo salvaje que le hizo darle un par de vueltas maravillado. No puede evitar montarse resultándole comodísima. Acaricia el manillar, y se queda embobado mirando la pantalla digital. Busca las llaves en el contacto. Le hubiera gustado ver la consola encendida. El aspecto era clásico como las antiguas bommer, pero con una línea contemporánea que le da mucha elegancia. Las gomas grandes, la pintura negra, y limpia hasta el detalle más mínimo, la vuelven llamativa como una joya me Fantaseó viéndose serpenteando alguna carretera perdida de América, como un tipo duro embutido en cuero. Saboreó el sueño, disfrutando de libertad y velocidad.

     —¿Te gusta?

     —Me encanta —admite acariciando el lateral como si fuera un caballo.

     —Me alegra.

Alza la vista y ve a una chica de unos, ¿26?, que le habla con voz seductora, y piensa que la moto, seguro ronronearía igual. No pudo evitar poner cara de tonto admirando a esa belleza envuelta en cuero.

     —Es una Honda, ¿no? —Aventura tras mirar el logotipo en el depósito. —Perdona, pero no llego a más —y sonríe bobalicón me

La chica se une a su sonrisa, gustándole su honestidad. No estaba intentando hacer como muchos hombres, alardeando de cilindradas y motor. Aquel tipo que disonaba entre tanta chatarra, vestido como si paseara por Milán, le cayó bien al instante.

     —Ajá. Una Honda Rebel 1100.

Se le acerca buscando algo en una riñonera que descansa en la curva de su cadera. Javier la mira procurando no ser descubierto, y le parece un animal privilegiado. En el Dharma había shows con bailarinas, a las que no tendría nada que envidiarle. ¿Quizás fuera bailarina? ¿Quizás la conociera? Sintió la tentación de preguntarle, pero se contiene.

     —¿Está en venta? —pregunta sin intención de bajarse. Deja las manos con aire relajado sobre los muslos. Luc observa que se ha manchado de grasa la pernera de ese caro traje italiano, que tiene pinta de valer más que su moto.

     —No. No hace mucho que la compré —lo miró con una sonrisa divertida y una ceja en alto.

     —¿¡Ah!? ¿Pero es tuya? —empieza a bajarse avergonzado. —Es que como estaba sobre esta tarima pensé... bueno no pensé... y mientras esperaba mi coche, pues yo pensé. Vamos que no pensé...

Luc le hace un gesto quitándole importancia. La coleta le oscila como la lengua de una campana.

     —Que no te preocupes. No me molesta, de verdad, créeme. —Acarició con orgullo el cuero perfumado del sillín.

     —Perdóname... Es que me encantó, y al verla, no pude evitarlo. —Se sintió estúpido.

Luc analiza divertida, a aquel tipo medio rubio, de ojos oscuros y nobles, y no sabe porque, pero le cae cada vez mejor.

     —¿Quieres probarla? —Le muestra las llaves y señala invitándolo el extenso terreno. —Lo mismo cambias el coche por la moto. —Le sonríe con franqueza, certificándole a un sonrojado Javier, lo bonita que es.

     —No, no... No he cogido una moto en mi vida. Pero te lo agradezco. —Carcajeó cuando la ve esconder las llaves en el puño.

     —Entonces, no tentemos a la suerte que está recién arreglada. —Javier agradece el rato de conversación sorprendido por la química.

     —Por cierto, me llamo Javier —extiende la mano.

     —Luc. —La estrechó animada, sintiendo la firmeza de su apretón.

Lolo y su inconfundible cojera de mecedora, se acercó limpiándose las manos de grasa.

     —¿Qué pasó mi niña? —Lo abraza haciéndolo sonreír de oreja a oreja. —¿Contenta?

     —Mucho, como siempre. Aquí estoy con Javier que quiere comprármela. —Lolo lo miró con aflicción.

     —Pues no sería mala idea, el coche tiene para un par de días, amigo—. Se tiró sobre el hombro el trapo tan ennegrecido como una bocanada de humo. —Tendría que pedir una pieza, y está complicado... con estos coches clásicos es lo que toca.

     —¿Oh vaya? —Resignado, apretó los labios. —Pues nada, que le vamos a hacer. Pídala. —Sonríe, poseído al instante por su habitual optimismo. No era ningún problema. Tenía muchos más coches, pero ese en concreto, es de su padre, y no había mayor valor para él.

     —Te llamaré en cuanto lo tenga listo.

     —No te preocupes—. Lo anima Luc dándole un amigable toque en la espalda—. Dejas tu coche con el mejor mecánico de todo Madrid.

Lolo sonrió inflado como un pavo. Conoce a Luc desde niña. Siempre venía con su padre y se perdía en el taller montando el caos por donde pasaba. La quería como a una hija, aunque cuando escuchaba algún estruendo metálico estando ella merodeando por allí, se alegraba que no lo fuera. Lolo y su cojera se alejaron para seguir con la tarea.

Javier abrió su americana buscando soluciones al imprevisto. Llamaría a su mujer para que lo recoja de camino a casa de Carla.

     —¿Cariño? —Irene contesta, y la niña berrea de fondo tan molesta como un hilo musical de espera—. ¿Te pilló mal? —se aparta el auricular temiendo perder el tímpano.

     —Pues no sé qué decirte... estoy en casa de tu hermana. Pensé que estarías aquí, pero ya me dijo que ibas al taller —suspiró. —Y ya ves, intentando calmar a la niña. Creo que le duele el oído, iré a la farmacia a comprarle algunas gotas o...

Javier abría y cerraba la boca como un niño indeciso frente a una comba, intentando sin éxito hablar en mitad de ese fuego cruzado de palabras. Resignado con sus dos Irenes, cierra los ojos ya se limita a escuchar. Como la niña hable tanto como la madre lo volverán loco.

     —Ahh vale —la corta como única opción. —En breve estoy por ahí. Nos vemos.

     —De acuerdo cariño, hasta ahora.

Colgó. Desliza el dedo por la pantalla en busca del chofer, y siente un empujoncito en la espalda. Al darse la vuelta, Luc le extendía un casco de moto. Su mirada era un desafío que decía: A que no te atreves.

     —¿Me llevas? —alzó las cejas encantado con la idea.

     —Te llevo.

La chica del club.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora