39. Ritmo y rumbo.

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Ritmo y rumbo.

     Se perdió por el club. Su frustración y ella buscaron algo para beber esquivando tanta felicidad junta bailando en la pista. Vio la barra, enorme, brillante e iluminada como una serpiente de escamas plata y neón. Tras ella, Carla daba instrucciones a las camareras, organizándolas con soltura. Perecía un destello rubio como un faro, capitaneando con destreza ese mar de luces.

Luc se apoya en una columna y la observa, mientras juguetea con el pase Vip. Le asombra la velocidad de crucero con la que trabaja, manteniendo todo bajo control. Todo, menos el tirante del sujetador que se empeña en deslizarse travieso por su hombro. Y no le extraña, su piel se ve tersa, y de un suave color dorado que le hace pensar, que al morderla, tendrá la textura de una de esas chucherías rosas de esponja, y seguro, es igual de dulce y adictiva.

Carla dio un saltito para alcanzar un vaso que le queda lejos, desencadenando las risas de sus camareras a las que se une con deportividad. Luc desde su guarida, sonrió con ellas, encantada de descubrir que tenía sentido del humor, y se quedó enganchada a la forma en que al reír, Carla arruga la nariz, y su boca se ensancha como una rodaja de luna enmarcada en rojo. Ese detalle tan lindo en su sonrisa, fundió a marchas forzadas el plomo gris de su pecho.

Un golpecito en el hombro de una de sus compañeras alerta a Carla de su presencia. Sigue la trayectoria, y la ve. Sus ojos miel brillaron como un cañón de luz, y abrió un camino en ese espacio onírico en el que Luc fantaseaba, ajena al barullo ensordecedor del alrededor. Carla puso las palmas sobre la barra observándola curiosa, casi desafiante, y aunque Luc era difícil de intimidar, se sintió torpe de repente al verla viajar por su cuerpo mientras se acercaba.

     —Hola.

     —Hola —dijo cantarina poniendo un vaso frente a ella. —¿Te pongo algo? —los cubitos tintinearon.

Pensó en contestar que: me pones, a secas, y mucho, además. Pero solo Natalia entendería una broma así. Peinó el local y la ve en la pista, con un Carlos poniéndola en apuros. Carla siguió interesada la trayectoria de su mirada, y la ve. Natalia bailando era un espectáculo que te hacía parar y pellizcarte. Sintió unos celosos cristalitos pegarse a su piel al percatarse de la expresión de fastidio que cruza el perfil de Luc.

     —¿Algo tuyo se te perdió? —tanteó con cierto mal humor.

     —Pudiera ser —se inclina hacia ella en confidencia—. Pero siempre vuelve—. Le guiña un ojo.

     —Ahh, que bueno —finge indiferencia, y no le muestra cuanto le ha molestado ese comentario.

     —¿Cómo estás? —le dice apoyando los codos en la barra. —¿Todo bien? Me quedé preocupada... —Cambia con brusquedad al tema que le ha llevado allí.

     —Pues no tienes porqué —la cortó, limpiando enérgica la superficie metálica. Luc nota cierta crispación, pero insiste.

     —Yo creo que sí.

     —Ya viste lo que pasó. No debí molestarte —le restó importancia. —Pero vamos, tampoco me esperaba verte llegar vestida de policía—. Abre la boca para añadir algo más, pero muere en sus labios al darse cuenta de que se ha estancado en sus ojos.

     —Estaba trabajando —encogió un hombro. —Y tú llamada me sonó tan... urgente, que no me dio tiempo de cambiarme en una cabina de teléfono... —Bromeó, pero Carla le devuelve una sonrisa tibia, encerrada de nuevo en su caparazón.

     —Eso ha tenido gracia... —le sonríe con poco ánimo.

Pasó con fuerza la bayeta por el mismo sitio, buscando algo que la alejara de la inesperada molestia que le había creado ver a esa mujer de la pista.

La chica del club.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora