28. Adicciones.

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Adicciones.

     Después de tanto tiempo, Carla se ha decidido. Sobre la mesa, tiene en perfecto orden los ingredientes para cocinar el pastel favorito de Javi. Pone música, y se agarra una coleta con decisión bajo la atenta mirada de Tana. La media melena se revela, dejando caer por su cuello mechones desordenados que se le rizan por la humedad. La familiar situación le hace vibrar, y una efervescencia interna se apodera de ella sintiendo a su padre presente mientras cocina. Reminiscencias pasadas trabajando juntos, le llegan en flashes mientras mezclaba texturas, calculaba medidas, o golpeaba el tamiz haciendo caer la harina, como una nevada ligera sobre la masa.

Llamaron con energía a la puerta, sacándola de un tirón de ese mundo sensitivo en el que estaba sumergida, y agarró un paño limpiándose las manos y camina descalza hacia la puerta. Al abrir, se queda salificada como si hubiera visto arder Sodoma. Guillén entra sin permiso, arrastrando dentro su mal humor como un huracán inesperado, dejando los buenos modales del otro día en un espejismo.

"En su línea," pensó mientras se aparta y se adentra tomando posesión de la casa. Espanta a Tana de un manotazo de la encimera, y la gatita salta con el rabo en alto como la antena de un auto de choque. Apaga la música sin preguntar, y se tira al sofá soltando un gruñido áspero.

La cabeza amenaza con estallarle, y ese mierda de Javier le ha puesto de muy mal café.

     —Pasa y tal... —dijo espontánea, arrastrándose con fastidio a la cocina. —¿Qué haces aquí?

Siguió amasando con más energía, ignorando en lo posible la mirada de odio que Guillén le dedica. Sabe que está mal. La conoce. Y la tensión empieza a agolparse en sus terminaciones nerviosas. Se centra en amasar, sintió el liberador placer de apretar esa masa gomosa alternado cariño y golpes. Si era verdad que se transmite el estado del cocinero a la comida, Javier terminara en urgencias. La coleta perdía peligrosamente la forma, y los mechones toman terreno en la frente haciéndole un flequillo que enmarcó su cara manchada de harina.

     —Tienes una pinta horrorosa —le escupió su veneno sabiendo que la inoculación correría certera por su torrente sanguíneo. Ante su silencio se ceba. —Parece que te has escapado de un granero, Mery Jane.

Y adorna el insulto con una entonación de paleta riéndose con deleite. Quiere vengarse por el frío recibimiento, y atacar al centro de sus inseguridades, siempre funciona. Satisfecha con la de cal, le suelta la de arena.

    —Pero te quiero igual, aunque estés más fea que una campesina —terció compasiva.

Así era la relación con ella: confusión en estado puro. Carla agacha la cabeza y siente, crudo y real, que es la mujer más horrible del mundo, o al menos, de ese granero. Continuó con la masa dejándolo estar.

Guillén se acerca. Su cercanía arrastra un inquietante silencio, como quien espera una catástrofe. Carla tiembla por dentro. Guillén, por fuera, transpirando calor húmedo.

Apoya la mano en la encimera, y juguetea con la harina haciendo corazones con sus iniciales dentro. Carla se centra en ignorarla, y añade otro puñado de harina, desasociándose de su contundente presencia. Guillén, le dedica una mirada indescifrable y Carla bloqueada, sopesa escenarios posibles cuando ve que se acerca a su cara. Para su sorpresa, la besa muy dulce. Se retira apenas, y la evalúa con la mirada fija como una fotografía, como si no necesitara parpadear. La besa de nuevo, y a Carla empieza a latirle el corazón tan rápido como a un animalito minúsculo. Intenta enfocarla, pero sus ojos se deforman, y la sonrisa que empieza a formar le genera todo, menos tranquilidad.

     —Y tú Mery Jane, ¿me quieres? —Suena más a amenaza, que a pregunta.

Carla nota el desagradable hormigueo en los labios cuando se enfría la saliva, pero aguanta las ganas de limpiarse.

La chica del club.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora