La chica del club.

45. Compórtate.

Compórtate. 

     —¿Qué sientes al saber que tu madre te prostituía por droga?

La primera vez que la psicóloga colocó frente a ella esa frase, vio los regueros de sangre que la herida había soltado todos estos años. Ríos de lava que arrasaron parcelas de su vida donde no podría construir o plantar en años. Recordó a su madre diciéndole:

     —Tú estate quieta, compórtate, y se buena. Así todo irá bien—. Y era la única sonrisa amable que recordaba de ella.

¿Que sentía? Nada. Solo se comportaba para que todo fuera bien.

¿Comportarse? ¿Esa palabra entraba dentro de una relación sexual? Y... ¿Cómo se tiene que comportar una niña con un adulto?

"No sé comportarme en la intimidad." Se dijo.

Recogió su abrigo y se fue sin contestar. La psicóloga no la detuvo. Su padre no la obligó a volver.

Una vez adulta, preguntó a su madre cansada de buscar respuestas que la culparan en primera persona, si sus fantasmas eran reales o inventados. Ya eran dos mujeres, y estaban heridas por diversos motivos. Aquella señora que seguía siendo su madre, hacía rato que había dejado de ser bella, pero no perdía ese fuego altivo en la mirada. Clavó sus ojos color ámbar, igualitos a los de su hija y la miró abriendo la caja de sus monstruos.

     —Nunca te hizo nada. Solo fueron cosas menores... —y un ademán de la mano, que restaba drama a las lágrimas de su hija.

Aquella respuesta quedó en el aire abriendo una brecha insalvable en sus ganas de perdonarla. Pero el puzle no se resolvió, y ella seguía comportándose. Enlazando relaciones abusivas, anudándose a la toxicidad conocida. Analfabeta a los mecanismos del deseo, el amor de verdad se desdibujaba, volviéndose inteligible como el manuscrito de Voynich.

Se obligó a satisfacer, a comportarse, desasociando cuerpo y mente. ¿Y ahora? Ahora Luc despertaba esos deseos muertos, obligándolos a levantarse como las trompetas del juicio.

Reconoció lo que era el deseo, y tembló de miedo mirando el abismo que se abría ante ella.