33. ¿Dónde has estado?

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¿Dónde has estado?

    Guillén parecía inofensiva sentada en el escalón de su casa, como si solo disfrutara del sol temprano calentando sus huesos. A pesar de los excesos, aún se puede apreciar lo bonita que había sido. El portazo del taxi la sobresalta y la saca del trance como las turbulencias en un avión. A Carla se le encoge el estómago al ver en su mirada el reproche por no encontrarla en casa, pero para su sorpresa, dulcificó el gesto con una sonrisa que remarcan sus hoyuelitos en sus redondeadas mejillas. Modula claramente con los labios un: —te echo de menos— y Carla lo sintió tan sincero y arrepentido, que no duda de su verdad.

La ayuda a levantarse a pesar de la tozudez de querer hacerlo sola, quizás, para demostrarle que no está pasada de algo. Había recogido bastantes veces a su madre así, llevándola a algún lugar donde se viera menos indigna, y con Guillén haría lo mismo cuantas veces fueran necesarias. Su conciencia no le permitiría el mismo final.

La entra a trompicones, abochornada por el espectáculo que da a los vecinos, que se hacen los distraídos por las aceras. Guillén parlotea descontrolada, diciéndole lo guapa que esta, o qué no hay mujer más guapa que ella... la verdad es que no la entiende bien. Añadió algo excesivo y floreado como: la suerte que tenía, de que un ángel de su calibre, se cruzara en su camino miserable. Guillén le sujeta la cara con ambas manos, intentando enfocarla desgañitándose en un grito descorazonado:

     —¿Qué tengo que hacer para que veas que he cambiado?

Volvió a soltarlo como una contundente verdad, que Carla a estas alturas, ya no cree. Llora y ríe, con frenéticos cambios de personalidad, poseída en exceso por su vena tragicómica. Ofendida le grita algo que no entiende, como que, nunca aceptaría el dinero que su hermano ofrece, porque:

     —¡No señor! ¡Tú no tienes precio! —Carla frunce el ceño, y desecha la idea de tomarse en serio, algo que pueda a decir en ese estado. Palabrería de borracho.

Se le resbala, y cae al suelo, quedando despatarrada cuán larga era, y con la complicación añadida, de tener que levantar a una persona que ofrece poca, o ninguna ayuda, y la dobla en peso.

     —¿Tú me quieres verdad? ¿Carla, tú me quieres?

     —Sí... claro. Venga... Intenta levantarte —tiró de ella.

     —Claro que me quieres, lo sé. Carla estoy en un lío... estoy en un lío, Carla... ¿Lo sabes? —gimoteó.

     —Venga no pasa nada. Ya lo solucionaremos después. Vamos... —Tiró de ella jadeando por el esfuerzo.

     —Pero me quieres, ¿verdad? —La busca desenfocada por encima de su cabeza, hablándole a los cuadros.

     —Sí, venga... apóyate en mí —insiste maternal.

     —Yo sabía que tú no me ibas a dejar ahí tirada. Porque tú me quieres, ¿a qué sí?

     —Venga, vamos a la cama y te tumbas un rato —le explica la paciente.

     —Sí... a la cama. Pero tú te vienes conmigo. —Borrachos. Se le revuelve el estómago.

En un último esfuerzo consigue tirarla sobre el colchón, quedando desmadejada como un enorme peluche usado. Le fue imposible tumbarla en el centro, así que optó por acomodarle un cojín en las piernas, para que no se dañe con la madera. Al menos la que deja arriba, porque con la otra patalea en una lucha frenética por levantarse. Al fin ceja en su empeño y se queda tumbada. Balbuceó algo que no se molesta en traducir, y respira aliviada cuando escucha que se ha quedado dormida.

Carla se tapó la cara con las manos y toma unas bocanadas de aire. Busca en la oscuridad que formaban sus palmas ahuecadas, el final de ésta función surrealista que vive. Guillén masculla incoherencias en un sueño inquieto. Le preocupa el estado en que despertará, al saber que sus resacas eran para vivirlas lejos. Pensó en irse, y ahorrarse el posible espectáculo, pero teme que pueda caer al levantarse, o tener convulsiones por alguna mierda nueva que haya probado. No sería la primera vez. Su alarmismo natural cogió picos de gravedad extrema poniéndola en el peor escenario, y decide quedarse.

Tras horas de un silencio sepulcral en el que olvidó que estaba en el piso de arriba, Guillén la llamó a gritos como si hubiera despertado dentro de un ataúd. Corrió hasta el dormitorio, y se la encuentra en la misma posición, pero con las manos al frente intentando desesperada agarrarse a algo inexistente.

Carla pretende calmarla con poco éxito y en la lucha, Guillén le d un manotazo que le llena los ojos de lágrimas por el dolor.

     —¿Qué haces tú aquí? —La enfoca, y al menos la reconoce.

     —Estabas en la calle... —dudó en definir su estado—. Y te entré para que descansaras.

Gruñó al levantarse, entornando un ojo como si hubiera un sol dentro de la habitación. Tambaleó una vez en pie, y la sujeta para estabilizarla. Se zafa de ella de un rápido manotazo, y Carla levanta las manos conciliadora echándose para atrás.

     —No me toques—. La voz pastosa, sonó como el gorgoteo de unos conductos llenos de barro—. Se lo que estás pensando —la acusa.

     —Yo no estoy pensando nada —informa con cansancio.

     —Sííííí qué estás pensando. Conozco esa cara de superioridad. Me estás juzgando.

Carla optó por el silencio.

     —Te crees muy lista —insiste. —Te crees mejor que yo, ¿ummm?

     —Te digo que no estoy pens...

     —Tú no piensas, ese es el problema —se alarmó al verla acercarse—. Pero te informo, que somos las dos la misma carroña. Las dos estamos igual de muertas.

Se pegó a su cara y le agarra un pecho. Carla se tensa.

     —¿Ves? —Sonríe satisfecha de su experimento—. Estás muerta. ¡Muerta! —Su cara se convulsionó en un gritó furioso.

Pintaba mal. Carla da media vuelta y sale de la habitación. Javier se va a enfadar —y mucho— pero tiene que llamarlo. Bajó las escaleras. Tana baja con ella como un bólido, y corre de una habitación a otra.

Carla, teléfono en mano, tuerce hacia la cocina desbloqueándolo con manos temblorosas. Se topa con la isla, y se da un golpe con un taburete en la rodilla. Busca el chat de Javier, y ve el contacto de Luc, como el luminoso de una salida de emergencia. Guillén vocifera escaleras abajo buscándola, y todos sus miedos se le agolpan tras la nuca. Solo vio esa puerta para escapar, y llamó. 

La chica del club.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora