26. El padrino.

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El padrino.

     El estómago se le revolvió cuando al levantar la cabeza del escritorio, ve su sonrisa cínica frente a él. Javier no soporta esa chulería, esa superioridad de sabelotodo. Tragó el amargo nudo de bilis arrugando en dos puñados los papeles que tenía delante, como un animal que aplasta la tierra, preparado para saltar, cazar, matar, o proteger en definitiva su lugar sagrado, la familia.

     —Me han dicho tus chicos, que me estabas buscando, y bueno —se sentó con teatralidad en la silla de enfrente—. Aquí me tienes hermanito. —Le sonrió divertida por la situación, como un gato jugando con su presa.

     —No vuelvas a llamarme así, te lo advierto.

     —Uhh... sigues manteniendo esas poses de matón de tres al cuarto. Se te sube el club a la cabeza el club, y te crees de la mafia o el padrino o algo así. —Giró el índice abarcando todo el local.

Exageró un suspiro de aburrimiento. Javier sabe que quiere provocarlo, porque ríe satisfecha al verle tornar rojiza la piel de su cuello, asomándole como un amanecer de sangre por el filo de la inmaculada camisa.

Una risita le sacude los hombros, y carraspea para controlarla. Anoche se pasó con el óxido nitroso. Expande una amplia, que deja bobamente congelada.

Para Javier, las negras oquedades de sus dientes separados, le generan la sensación de que haya estado devorado vísceras. Se le revuelve su delicado estómago al pensarlo. Guillén carraspea teatral, antes de hablar, haciendo que despegue la mirada de aquel agujero.

     —¿Qué quieres? —calló hermanito. —Dispara.

"No me ideas que me puedan parecer atractivas." Pensó Javier, pero aseveró sin temblarle el pulso.

     —Que desaparezcas —crispó el labio al verla estremecerse con una risita otra vez.

     —Eso tendrá que decirlo tu hermana ¿No crees? O acaso... —dio un silbido frotando pulgar e índice. —¿Me vas a convencer otra vez? Esta vez siete mil no van a ser suficientes. ¿Lo sabes? —Sus ojos brillaron ambiciosos entre las sombras de las profundas ojeras, como alimañas oliendo la sangre.

Javier abrió la chequera sin mirarla.

     —¿Cuánto?

     —Ya te dije lo que quería —nerviosa se pasó la lengua por los labios. Se abrió la sudadera aleteando con ella para refrescarse. Estaba sudando.

     —Eso no puede ser —Javier apoyó la punta del bolígrafo sobre el cheque ansioso por terminar este circo.

     —Pues entonces lo siento, tendrás que seguir viéndome, que le vamos a hacer—. Suspiro, tomando impulso con las manos en el escritorio para levantarse.

Ahogó una risita por la nariz, después otra mayor, y terminó carcajeando como una demente sin poder controlarse. Javier arrugó el ceño echándose atrás en la silla, y alternó inquieto la mirada entre el cajón donde guarda la pistola, y a la puerta donde estan apostados sus chicos. Saber sus opciones da seguridad.

     —Ay... nada... ja... perdona...pffrr, es que me acordé de algo divertidísimo. —Le aclaró la situación con un tono bastante razonable para el estado que presentaba. —Me voy a ver a tu hermana

Se levantó como un resorte sobresaltándolo. Resopla, envuelta en una brillante película de sudor que empezaba a condensarse sobre las sienes y el labio superior.

     —Ni se te ocurra —le amenaza glacial.

     —Te lo vuelvo a repetir, señor mayor. Eso tendrá que decidirlo ella —sonríe sardónica. Las oquedades de sus dientes paren cada vez mayores. Le asqueó pensar que de ese agujero pudiera salir una rata. —Me aburres con tu ceño fruncido y tu cara de poca confianza en mis buenos propósitos.

     —¿Buenos propósitos? —dio un golpe en la mesa

     —La quiero, y quiero arreglar las cosas —tiñó de inocencia su gesto.

Esas palabras revotaron por las paredes blancas del despacho ensuciándolas. Javier saltó el escritorio, y se abalanza cogiéndola por la camiseta. La llevo en volandas hasta estrellar contra el mini bar.

     —¡Mira pedazo de mierda, te vas a ir de esta ciudad o no respondo! —la zarandeó, con una mirada homicida que le desató todas las carcajadas que estuvo intentando controlar.

     —Uuuhh. ¿Sabes que todo lo que estás haciendo es un delito? —señaló los puños aferrados a su ropa, cuando consiguió calmarse.

Las palabras entraron en la embotada mente de Javier como un rayo de luz, y la empujó dejándole la camiseta arrugada.

     —Lárgate de aquí.

     —Con gusto —se sacudió la ropa. —Ya te dije el precio para irme. Piénsalo mejor hermanito.

Puso la mano en un vaso con cubitos como un gato desafiante, y lo llevó hasta el borde haciéndolo estallar en pedazos. Se fue dejando en el despacho una densidad de destrucción, que erizó el agitado cuerpo de Javier.

     —Puta loca de mierda.

La chica del club.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora