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(Mei)


Durante el trayecto al instituto de Nico, no hubo más que silencio. Cuando llegamos Nico salió del coche, cerró la puerta y se dirigió hacia donde estaban sus amigos. Era increíble lo parecidos que éramos y a la vez tan diferentes. Para él era muy fácil hablar con la gente y hacer amigos, en cambio yo era muy tímida, sobre todo con los chicos. Por lo que no tenía muchos amigos.

En el último momento Nico se dio la vuelta y vino al coche de nuevo. Bajé la ventanilla de su asiento.


-¿Te has olvidado algo?- le pregunté

-Sí, despedirme de mi hermana-me dijo en un tono triste.


Se montó de nuevo en el coche y me abrazó.


-Mucha suerte en la universidad

-Mucha suerte a ti también, enano-le devolví el abrazo-. Si necesitas algo dímelo. Te llamaré todos los días.

-Tampoco te pases que ya no soy un crío-me dijo entre risas-.Te quiero pesada

-Y yo a ti enano-le respondí mientras salía del coche.Le vi caminar de nuevo hacia el instituto. Solo entonces me di cuenta de lo mucho que había crecido. Dos años menor que yo y me sacaba dos cabezas y casi me doblaba en tamaño de lo fuerte que se había puesto este verano. Aunque tampoco era muy difícil superarme en altura y en anchura. Yo era más bien bajita y delgada.


Cuando llegué a casa, cogí mis maletas, hechas el día anterior y me dirigí al que sería mi hogar durante un tiempo. La RUM (Real Universidad De Madrid). En la residencia me tocaba compartir cuarto con dos chicas que sabía cómo se llamaban, pero no las conocía en persona. Solo esperaba tener suerte con mis nuevas compañeras de cuarto. Aparqué mi coche en el parking para estudiantes y un chico de voluntariado me ayudó con las maletas. Mi habitación era la 333, en la segunda planta. Con la llave que me dieron en recepción abrí la puerta de mi cuarto. La recepcionista me había avisado de que las otras dos no habían llegado aún, era la primera en llegar. Era una habitación cuadrada y bastante espaciosa con tres camas, cada una de ellas con una pequeña mesa de estudio, un armario y estanterías para colocar los libros. Nada más entrar había una puerta que daba al cuarto de baño con todo incluido: ducha, retrete, lavabo... Las paredes eran de un azul pálido. Era todo muy acogedor, muy bien equipado y muy bien distribuido. Pero lo que más me gustaba de aquel pequeño paraíso era el gran ventanal que había al fondo de la habitación. Tenía unas vistas impresionantes que daban a la sierra de Madrid. Negras nubes se acumulaban en la cima de Siete Picos, indicando que se acercaba una tormenta de final de verano. En aquel momento comprendí que aunque se diese el caso de que mis compañeras de cuarto no fueran como yo esperaba, que aunque estaba lejos de casa, de Nico, no me iba a deprimir. Aquel iba a ser mi hogar, aquella iba a ser mi vida y tenía que disfrutarlo al máximo.

En ese momento se escuchó en sonido de la cerradura girándose. En el instante en el que me giré, la puerta se abrió.


(Emma)


Abrí la puerta principal que daba a un inmenso y precioso recibidor en el que se encontraba la recepción de la residencia. Me acerqué al mostrador donde una agradable mujer de unos cuarenta años andaba de aquí para allá repartiendo llaves de habitaciones, dando indicaciones...


-Hola- la saludé secamente, con el mal humor a flor de piel - ¿Mi habitación por favor?- pregunté.

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