Penélope¹

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Tartamudeaba porque estaba estupefacto.

—¿Cuándo lo hice?

—Lo sabía. Sabía que lo harías.

Dijo Cedric, asintiendo con la cabeza y susurrando con cara seria.

—Princesa, ¿puedes darme un oído?

Levanté la cabeza a sus palabras y miré a mi alrededor.

El mayordomo que me miraba y la diminuta crisis de Emily se había vuelto extraña.

—Todos permanezcan atrás.

Les grité a toda prisa.

Luego, después de confirmar que bajaron cinco escalones cerca del sofá, incliné la parte superior del cuerpo hacia Cedric.

Susurró en secreto.

—Su Alteza dejó un mensaje que decía: Si dices cosas tan negativas como '¿Cuándo lo hice?', Recíbelo a cambio del héroe que te salvó la vida. Dijo que es mejor que ser coronado delante de todos.

—¿Qué?

—Dijo que si no lo toma, lo considerará una extensión del 'algo' que se ha dedicado.

—¡¿Ajá?!

Me quedé estupefacto.

Tan pronto como escuché "algo que dediqué entonces", una escena pasó por mi mente como una mentira. El mar fresco y ventoso de la noche.

El Príncipe Heredero, bañado por la brillante luz dorada, de repente se acercó a mí. Y, en mis labios sin previo aviso.

'¡Argh! ¡Maldito bastardo!'

Podía sentir el calor subiendo como si fuera a explotar en mi cara.

Sacudí la cabeza apresuradamente y traté de deshacerme de los malditos recuerdos.

No entendí bien esta reacción. Y Cedric susurró una y otra vez con una cara muy seria.

—Princesa, tengo miedo de exponerla, pero ¿estás siendo amenazada por tu Alteza?

—...

—Si es así, por favor dame una doble tos. Te ayudaré de alguna manera.

De repente dejó de hablar y abrió mucho los ojos.

—Por cierto, ¿estás enfermo? ¿Por qué de repente estás jugueteando con tus labios de repente?

Me sorprendieron sus palabras y levanté la mano.

Ni siquiera sabía que estaba haciendo eso, pero mi voz salió sin darme cuenta.

—Oh, no tienes que saberlo.

—Ah.

Cedric suspiró con una mirada extraña que parecía haberse dado cuenta de algo sobre mi respuesta. De alguna manera me sentí desagradable y levanté la parte superior de mi cuerpo, que doblé con el ceño fruncido.

—Gracias por los regalos que me has dado. Pero nunca he oído hablar de un socio, así que quiero que se asegure de decírselo a su alteza.

—¿Eh? ¿Qué dices?

—Todavía no he decidido si asistiré al banquete, así que creo que sería mejor buscar a alguien más.

Sonreí y me encogí de hombros de una manera desagradable.

—No lo sabes, ¿verdad? Ese día de repente tuve fiebre, así que me acostaba.

—Oh si, sí. Por supuesto que lo es, pero...