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No podía entender lo que decía el Príncipe Heredero. Aun así, me faltaba el aliento.

Me quedé mirando fijamente al enemigo clavado en mí, y apenas abrí la boca como si hubiera perdido el aliento.

—¿Qué estás diciendo ahora...?

—No solo proporcionemos muchos rumores, sino que nos reunamos de verdad.

La voz clara de Callisto me dejó ciego.

Era solo una cosa extraña y mi corazón latía como loco. Apreté los dientes.

Pero a diferencia de lo habitual, cuando apreté los dientes y contuve la respiración, estos extraños sentimientos que se habían levantado hasta la punta de mi cuello continuaron atormentándome.

—¿Eso es una sorpresa?

Callisto inclinó la cabeza hacia su costado, mirándome de pie ante él, impotente.

—Pensé que eras algo como yo.

—...

—Si alguien lo ve, podría pensar que fui el único que soñó con lo que sucedió en el jardín del laberinto.

Tenía prisa cuando dijo algo sobre mi pasado vergonzoso, cuando el Príncipe Heredero dijo algo para vivir.

Cuando me vio haciendo una impresión reflexiva, estalló en un sarcasmo y preguntó.

—¿Sigues enojada por lo que pasó entonces?

—¿Qué pasó?

—Lo que hice para clavarte una espada en el cuello.

Abrí mucho los ojos ante sus palabras.

Fue sorprendente que todavía le importara, pero me di cuenta de que lo había olvidado durante mucho tiempo. Estoy seguro de que hasta ahora todavía estoy un poco nerviosa. 'Lo odio'

¿Desde cuándo ha cambiado así?

Sorprendentemente, Callisto ya no era tan repugnante que ya no odiaba ver sus sombras. En estos días, cada vez que lo enfrento, siento que no sé quién es....

—Si te doy una espada y te pido que me cortes el cuello por igual.

—...

—¿Eso te hará sentir mejor?

Pero el Príncipe Heredero emitió un sonido aterrador, en cuanto a si yo, que estaba en silencio, todavía tomaba el asunto como un motivo de preocupación.

Negué con la cabeza con sorpresa.

—¡No! Eso fue solo un accidente.

—Vamos, tómalo.

Pero un gran activista lunático fue tras sacar algo de su pecho. Una espada de fuego con una clara inscripción del dragón amarillo.

Lo que me ofreció fue una daga.

—Oye, ¿qué diablos es esto?

—No pude traer una espada porque era mi fiesta de cumpleaños.

—Entonces, corta un poco con esto.

Se dio unos golpecitos con el dedo en la nuca.

Era el lado que tenía manchas de sangre que salían del lóbulo de la oreja.

Lo miré a él y a las dagas alternativamente, y luego grité.

—¿Que estás tratando de hacer? ¡Eso es!

Penélope¹Donde viven las historias. Descúbrelo ahora