Capítulo 13

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Las dos semanas siguientes verdaderamente fueron el infierno sobre la tierra luego del atardecer. Parecía que los Daimons vivían sólo para jugar con ellos y atormentarlos.

Nadie estaba a salvo. La ciudad incluso había intentado implementar un toque de queda a pedido de Mew, pero como Nueva Orleáns era un pueblo de veinticuatro horas de fiesta, no habían sido capaces de imponerlo.

El total de cuerpos era diferente a cualquier cosa que Apo hubiese escuchado fuera de una película de Hollywood, y Mew y el Consejo de Escuderos estaban teniendo dificultades para esconder todas las muertes a la policía y las agencias de noticias. Pero lo que más la asustaba era el hecho que los pocos Daimons que atrapaban, eran condenadamente casi imposibles de matar.

Cada noche regresaba a la casa de Mile con dolor, por el maltrato a su cuerpo. Sabía que él no quería que saliera a patrullar y, sin embargo, nunca decía nada.

Mile pasaba una o dos horas luego de que regresaran masajeando sus dolores con Icy Hot y vendando sus heridas.

Era injusto que él jamás tuviera dolores y malestar, y los pocos daños que sufría su cuerpo siempre desaparecían luego de unas pocas horas.

Ahora, Apo yacía desnudo en el abrigo de sus brazos. Él estaba dormido y, sin embargo, lo tenía firmemente apretado a él, como si tuviese miedo de perderla.

Eso lo alegraba más que ninguna otra cosa lo había hecho jamás. Debería haberse levantado horas atrás. Ya eran las cuatro de la tarde pero, desde que se había mudado con Mile, se había convertido en un noctámbulo certificado.

Su cabeza reposaba sobre el bíceps de Mile, cuyo brazo derecho caía sobre su cintura. Apo pasó la mano por su antebrazo mientras estudiaba la bronceada piel masculina.

Mile tenía manos hermosas. Largas y delgadas, eran fuertes y bien formadas. Estas últimas semanas le habían dado tanto consuelo y placer que apenas podía respirar de la felicidad que lo consumía cada vez que pensaba en él.

Su teléfono sonó.

Apo salió rápidamente de debajo de él para atenderlo.

Era Plan.

—Hola, hermanito —dijo un poco vacilante.

En las dos semanas pasadas, había habido una fuerte tensión en su relación.

—Hola, Apo, me preguntaba si podría ir un rato a hablar contigo.

Apo puso los ojos en blanco ante la idea.

—No necesito otro sermón, Plany.

—Juro que no es un sermón. Es de hermano a hermano. Por favor.

—Está bien —dijo en voz baja tras un breve debate interno, y luego le dio la dirección de Mile.

—Nos vemos en unos minutos.

Apo colgó el teléfono y trepó a la cama. Mile estaba acostado sobre un lado, con el cabello esparcido en abanico a su alrededor. Una barba incipiente ensombrecía su rostro y, aún así, se veía casi infantil allí recostado.

Incluso dormido los músculos de su cuerpo eran evidentes y definidos. Vellos oscuros cubrían apenas cada perfecto hueco y curva, haciendo el terreno de su piel aún más masculino y fascinante.

Pero no era sólo su belleza lo que le atraía. Era su corazón. El modo en que podía cuidarlo sin doblegarlo. Sabía que a él no le agradaba que luchara a su lado y, sin embargo, jamás decía una palabra en contra. Simplemente se quedaba a su lado y lo dejaba pelear sus propias batallas. Las únicas veces que interfería era cuando algo superaba su capacidad.

07 MileApoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora