—Me importa un comino si me arrojan en el más profundo y fangoso pozo durante toda la eternidad. Pertenezco a este sitio y nadie me obligará a irme. ¡Nadie!
Apo Devereaux respiró hondo y se esforzó por no discutir mientras intentaba alcanzar el cierre de las esposas que su hermano Cooheart había usado para atarse al portón de hierro forjado que rodeaba la famosa Jackson Square. Cooheart había escondido la llave en su boxer, y Apo no tenía ningún deseo de buscarla allí.
No había duda de que los arrestarían, incluso en Nueva Orleáns.
Por suerte no había mucha gente en la calle a mitad de Octubre, justo al atardecer, pero quienes andaban por allí los miraban fijamente mientras pasaban junto a ellos. No era que a Apo le importara. Estaba más que acostumbrado a que la gente lo observara y pensara que era extraño. Hasta demente.
Se enorgullecía de ambas cosas. También se enorgullecía de estar disponible para sus amigos y su familia en medio de una crisis. Y ahora mismo, su hermano mayor estaba en una confusión emocional sólo menor a la vez que su esposo, Santa, había estado en un accidente de auto que casi lo había matado.
Apo buscó torpemente la cerradura. Lo último que quería era que arrestaran a su hermano.
Otra vez.
Cooheart intentó apartarlo de un empujón, pero Apo se rehusó a ceder, así que Cooheart lo mordió.
Apo dio un salto hacia atrás gritando mientras sacudía la mano en un intento de aliviar el dolor. Para nada arrepentido, Cooheart se extendió sobre los escalones empedrados que conducían al Parque con un par de vaqueros rasgados y un enorme suéter azul marino que, evidentemente, pertenecía a Santa. Nadie reconocería a Monseur Earth, como era conocido por los turistas, excepto por el gran letrero que sostenía, que decía: "Los psíquicos también tienen derechos."
Desde que habían aprobado esa estúpida y necia ley que decía que los psíquicos ya no podían leer las cartas a los turistas en el Parque, Cooheart había estado luchando contra eso. Antes, la policía lo había sacado a la fuerza del edificio federal por protestar, así que Cooheart había ido hacia allí para encadenarse al portón, no muy lejos de donde una vez había colocado su mesa plegable para leer el futuro de otras personas.
Era una lástima que no pudiese ver su propio destino con tanta claridad como lo veía Apo. Si Cooheart no se soltaba de la bendita verja, pasaría la noche en la cárcel.
Alterado y furioso, Cooheart continuó agitando su cartel. No había modo de hacerlo entrar en razón. Pero Apo también estaba acostumbrado a eso. Las emociones fuertes, la obstinación y la demencia eran habituales en su familia cajun-rumana.
—Vamos, Cooheart —dijo, intentando tranquilizarlo—. Ya ha oscurecido. No quieres ser carnada para los Daimons, ¿verdad?
—¡No me importa! —aspiró Cooheart, con mala cara—. De cualquier modo, los Daimons no se comerán mi alma, ya que no tengo la jodida voluntad de vivir. Sólo quiero que me devuelvan mi hogar. Este es mi sitio, y no me iré.
Puntualizó cada una de las últimas palabras con un golpe de su cartel contra las piedras.
—Bien.
Suspirando irritado, Apo se sentó cerca de su hermano, pero no tan cerca como para que Cooheart pudiese morderlo otra vez. No iba a dejar a su hermano mayor allí afuera, solo. Especialmente porque Cooheart estaba tan molesto.
Si los Daimons no lo atrapaban, un asaltante lo haría.
Así que las dos se sentaron inmóviles, sin nada que hacer: Apo vestido todo de negro con su cabello castaño oscuro sostenido por un pasador de plata, y Cooheart agitando su cartel a cualquiera que se les acercase, instándolos a firmar su petición para modificar la ley.

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07 MileApo
Fiksi PenggemarUn vampiro y un cazador de vampiros #perdonenaMile #prayporMilo »Resumen adentro.