Capítulo 14

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Vestida completamente de encaje negro, Apollymi estaba sentada observando a los no-iniciados como un hermoso ángel rubio y etéreo en su sofá. Observó su jardín a través de las grandes puertas francesas abiertas, donde sólo crecían flores negras, en memoria de su único hijo verdadero, que le había sido quitado brutalmente.

Incluso después de todos esos siglos, su corazón de madre sufría por la pérdida. Junto con la salvaje e interminable necesidad de tener a su hijo con ella. Sentir su cálido contacto.

¿De qué servía ser un dios cuando no podía tener el único deseo que había ardido en su interior?

Este era el más doloroso de los días. Porque este era el día en que había dado a luz a su hermoso y perfecto hijo.

Y este era el día en que se lo habían quitado para siempre.

Las lágrimas brillaron en sus ojos mientras levantaba el pequeño almohadón negro desde su falda a su rostro, e inhalaba el picante aroma de la misma. El perfume de su hijo. Cerrando los ojos, evocó una imagen del rostro más precioso y valioso en su mente. Escuchó el sonido de su imponente voz.

—Necesito que regreses, Apostolos —pero su susurro no era escuchado, y lo sabía.

—Él está aquí, Benevolente.

Apollymi se detuvo al escuchar la voz de Sabine detrás de ella. Sabine era su sirviente Charonte de más confianza, desde que Xedrix había desaparecido en la noche que el dios griego Dionisio y el dios celta Camulus habían intentado liberarla de su prisión en Kalosis.

Apollymi devolvió el almohadón a su regazo mientras daba permiso para retirarse al demonio alado de piel anaranjada.

—¿Me convocaste, madre? —preguntó Yibo mientras se aproximaba.

Ella se forzó a no delatar el hecho que sabía que él se había vuelto en su contra. Él se creía más inteligente.

Era suficiente para hacerla reír.

Nadie podía derrotar jamás a la Destructora. Por eso es que estaba prisionera. Podía ser contenida, pero nunca aniquilada. Era una lección que Yibo aprendería demasiado pronto.

Pero no hoy. Hoy, aún lo necesitaba.

—Es hora, m'gios. —El término Atlante para "hijo mío" siempre era amargo en su lengua. Él era un sustituto muy mediocre para el niño al que había dado a luz.

—Esta noche será el momento perfecto para atacar. Hay luna llena en Nueva Orleáns y los Dark Hunters estarán distraídos.

¡Y ella quería a esa niña humana! Era hora de poner fin a su cautiverio de una vez por todas.

Marissa Hunter era un leve sacrificio que necesitaba para regresar a su hijo a su estado vivo y real. Y por todo el poder de la Atlántida, restauraría a su hijo.

Ninguna otra vida, ni siquiera la suya, valían una pequeña parte de la de él.

Yibo inclinó la cabeza.

—En efecto, madre. Ya he soltado a mis Daimons para hacer una matanza. Desiderius regresará con la niña a medianoche y, cuando partamos esta noche, no quedará un solo Dark Hunter respirando.

—Bien. No me importa cuántos Spathi u otros mueran. ¡Debo tener a esa niña! —sintió que Yibo comenzaba a partir.

—¿Yiboius? —lo llamó.

—¿Sí, madre?

—Sírveme bien y serás recompensado sin límites. Traicióname y no habrá nada que pueda salvarte de mi furia.

07 MileApoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora