Capítulo 16

372 64 4
                                        

Mew ingresó al templo de Artemisa en el Olimpo sin ningún preámbulo. En medio del enorme salón principal, que estaba rodeado por columnas, ella estaba reclinada en un trono blanco que era más parecido a una chaise longue.

Sus koris, que habían estado cantando y tocando el laúd, salieron corriendo inmediatamente de la habitación, y mientras un kori bastante alto y rubio pasaba junto a él, Mew se detuvo y se dio vuelta para mirarlo.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Artemisa, y por una vez su tono fue vacilante.

Él se dio vuelta para enfrentarla y se pasó la mochila de un hombro al otro.

—Quería agradecerte lo que hiciste esta noche, pero mientras tomaba en cuenta eso, me di cuenta de que ni una sola vez en once mil años has hecho algo gratis por mí. Sólo el puro factor de miedo de esa comprensión hizo que viniera a buscarte. Entonces, ¿qué quieres?

Artemisa se abrazó mientras se sentaba en su trono blanco.

—Estaba preocupada por ti.

Él rió amargamente.

—Nunca te preocupas por mí.

—Sí que lo hago. Te llamé y no me respondiste.

—Casi nunca te respondo —ella apartó la mirada, recordándole a Mew a una niña acobardada que había sido atrapada haciendo algo malo—. Lárgalo, Artemisa. Tengo un montón de porquería que limpiar esta noche, y no te quiero encima de ella.

Ella respiró hondo.

—Muy bien, no es como si pudiese ocultártelo.

—¿Ocultarme qué?

—Un nuevo Dark Hunter nació esta noche.

Su sangre se heló al escucharla. Literalmente.

—¡Maldita seas, Artemisa! ¿Cómo pudiste hacerlo?

Ella bajó de su trono preparada para la batalla.

—No tenía elección.

—Sí, claro.

—No, Mew. No tenía elección.

Mientras Artemisa hablaba, su mente se conectó con la de ella y las imágenes de ella junto a Saint lo atravesaron.

—¿Saint? —susurró, con el corazón rompiéndose en pedazos.

¿Qué había hecho?

—Lo condenaste —dijo Artemisa con calma—. Lo siento tanto.

Mew apretó los dientes mientras la culpa lo consumía. Sabía que no le convenía hablar mientras estaba enojado.

Su voluntad, incluso cuando no lo pensaba bien, se hacía realidad. Una palabra incorrecta...

Había condenado a su mejor amigo.

—¿Dónde está?

—En el salón privado —Mew comenzó a alejarse, pero Artemisa lo detuvo—. No sabía qué más hacer, Mew. No lo sabía.

Ella estiró la mano y un amuleto verde oscuro apareció. Se lo pasó a él.

—¿Cuántos latigazos? —preguntó amargamente, pensando que era el alma de Mile lo que le ofrecía.

Una sola lágrima cayó por la mejilla de Artemisa.

—Ninguno. Es el alma de Saint, y no tengo derecho a tenerla —dijo presionándola contra la mano de él.

Mew estaba tan aturdido que no sabía qué decir.

Él la colocó en su mochila.

Artemisa tragó con fuerza mientras lo veía guardarla con cuidado.

07 MileApoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora