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Llevaba veinte minutos en mi casa, tumbado en mi cama mirando el gotelé del techo. Buscaba formas en la pintura, pero no encontré lo que buscaba, solo el mismo vacío en el pecho de siempre.
Escuché a mi madre gritarme para que organizara mi cuarto. No le veía lógica, era más útil organizar mi vida, aunque eso tampoco lo conseguía.

Me senté en la cama, viendo las tijeras que reposaban en mi escritorio. Volví mis ojos a mis brazos, llenos de costras. Iba a levantarme para alcanzar las tijeras, necesitaba despejarme un poco. No me dio tiempo, alguien tocó la puerta de mi cuarto, abriéndola segundos después.

—Stanley cariño, hay alguien abajo que quiere verte.—

Ni siquiera respondí, solo me levanté pesadamente, sin ganas de hacerlo. Pasé de largo a mi madre, ella me siguió con la mirada hasta que llegué a la puerta principal.

—¿Otra vez tú? Escúchame, no quiero que mi madre te vea conmigo.—

—Ya de paso llámame rarito de mierda, ¿no te parece?— otra vez esas mechas rojas desordenadas —Te voy a llevar con Kyle, le he visto por la calle. Es una buena oportunidad. Mejor conocerle hoy a hacerlo mañana, ¿no?—

Tenía un buen punto. Mi aspecto era una mierda, pero poco me importó. No me importaba nada a ese punto de mi vida. Pegué un grito para que mis padres supieran que saldría. Cerré de un portazo. El chico a mi lado rió un poco por mi actitud pasota y agresiva.

Sin decir nada, Pete comenzó a andar. Yo, de igual forma callado, le seguí. Sus cadenas y joyería sonaban a cada paso, era relajante. Iba a paso tranquilo pero pesado. De vez en cuando le daba una calada a su cigarrillo, siempre llevaba uno en mano. En una especie de parque sus pasos cesaron, al igual que los míos.

—Ahí está.— su mirada apagada se dirigió a mí, hizo un ademán con su cabeza —¿Vas tú solo o te acompaño y os presento?—

—Acompáñame, por favor.— respondí después de un largo silencio, su risa ronca se escuchó

—Tiene pinta de que no te relacionas desde hace tiempo, Stan.— volvió a caminar en dirección al muchacho desconocido para mí

—Tú que sabrás, seguro que estás más solo que yo, con esa panda de góticos deprimidos.—

—Y tú también estás deprimido, ¿verdad?— mi silencio le bastó como respuesta —La vida es deprimente, te entiendo. Es vivir en la mierda o morir, no hay buenas opciones.—

Esas palabras me hicieron comprender más al chico bajito. Me hizo pensar que no éramos tan diferentes, que nos guiamos mucho de los prejuicios y primeras impresiones.

—¿Te cortas, Pete?— pregunté, quizá tenía alguna distracción o alternativa a las autolesiones

—¿Qué? Claro que no, eso lo hacen los emos joder, soy gótico. Yo escribo poesía acerca de mi sufrimiento para distraerme.— echó el humo de su cigarro

Me callé, tanto por la vergüenza que sentía y porque ya estábamos a apenas metros del chico con gorro llamativo.

—Kyle, hola tío.—

—Hey Pete, ¿necesitas algo? ¿Se te acabaron las provisiones?—

—No, estoy bien, solo te vengo a presentar a alguien para ya sabes qué.—

Cuando aquel muchacho de baja estatura se dio la vuelta hacia mí, me arrepentí de haber ido con un aspecto de mierda.

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