Capítulo 1

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«ALGUNAS PUERTAS NO DEBERÍAN ABRIRSE JAMÁS

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«ALGUNAS PUERTAS NO
DEBERÍAN ABRIRSE JAMÁS.
PORQUE UNA VEZ QUE SE
TRASPASAN, ABANDONAS
PARA SIEMPRE LA PERSONA
QUE FUISTE»

Hoy tengo el ánimo de probar si lo he superado o no.

Después de almorzar miro el reloj y marca las cuatro de la tarde. La casa está silenciosa con Jonas en el colegio y sin mi madre que trabaja hasta las seis. Yo también debería estar en clases, pero la profesora de geografía sigue de licencia, así que tengo algo de tiempo libre antes que Lucy venga por mí. Me perdí un año de preparatoria y debo recuperar ese tiempo. Pero siento que me quedé detenida en el pasado y no puedo salir.

Abro la ventana del comedor y en el aire cálido ondula la cortina. Quiero aprovechar el día libre. Entonces me dirijo al pasillo hasta llegar a mi cuarto para quitarme el pijama y cambiarme. Luego me sujeto el cabello por una coleta y meto en la mochila las llaves, un paquete de goma de mascar y el bíper*. Quizás esta vez me anime a entrar allí. Antes de salir me fijo que las ruedas de la bici estén infladas. No quiero que me pase lo de la otra vez que tuve que volver caminando con ella a cuestas. Después de cerciorarme que la bicicleta está en óptimas condiciones. Cierro la puerta con llave e inhalo profundo, dándome ánimos.

Es una jornada típica de mediados de agosto, pronto llegarán los días más cálidos, no voy a poder hacer mi rutina. Siempre elijo la hora de la tarde porque toda la ciudad parece de alguna forma estar adormecida.

Tengo por lo general un recorrido fijo y estricto. A veces dejo que la improvisación me lleve, solo unas pocas veces porque la sensación de perder el control me da miedo y dispara los peores demonios dentro de mí. No me equivoqué al ponerme el abrigo, porque el viento que corre es fresco haciendo que las manos se enfríen y queden tiesas.

Andar en bicicleta es la única actividad que hago además de ir al colegio y dibujar. No tengo casi amigos ni la vida social que tienen el resto de los jóvenes de mi edad. No soy la clásica chica que va de compras por el Centro Comercial o que pasa la tarde tomando malteadas en «The Roxy», la cafetería más famosa y concurrida de todo Providence. Si tuviera que definirme, diría que tengo más afecto por la soledad. Así me siento bien, protegida y evito que me sigan lastimando.

Aunque confieso que he intentado interactuar con mis compañeros de clases, pero solo un par de personas me hablan, después el rechazo es general. En realidad, ya no me interesa, -o dejó de molestarme-, es un acuerdo tácito con mi grupo de clases; yo hago de cuenta que no existen y ellos no se meten conmigo. Sobre todo después de lo ocurrido hace dos años atrás.

Al principio notaba en sus miradas una mezcla de lástima o temor. Escuchaba los murmullos por el pasillo cuando me veían pasar. Algunos me hablaban desde una cierta distancia solo por haber perdido una apuesta.

Es extraño como suceden las cosas. Yo era joven de 15 años normal, pero un día, sin darme cuenta, me había convertido en la chica rara, repetidora de curso y el centro de las burlas, luego se cansaron de eso también. Ahora soy aquella que se sienta en un rincón, la que no invitan a cumpleaños ni fiestas, la que apenas ven. Me acostumbré a estar segura en el mundo que creé para mí.

ENTRE DOS REALIDADES <1° libro de la trilogía>Donde viven las historias. Descúbrelo ahora