Capítulo 17: La Capa Roja

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 Antonio y Gilbert llevaban escalando todo el día para llegar a Lissons

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 Antonio y Gilbert llevaban escalando todo el día para llegar a Lissons. Aquel pueblo estaba al lado de la frontera con el País de las Maravillas. A medida que avanzaban la temperatura disminuía hasta encontrarse con una buena cantidad de nieve. Unas casas de madera les indicaron que habían llegado al pueblo. Tan pronto se encontraron con un grupo de leñadores a los que les preguntaron donde podían quedarse. Según ellos, una mujer anciana alquilaba una habitación en su casa. Fueron hasta donde vivía dicha mujer para preguntar por la habitación. Ella se presentó como Laurette y les mostró la habitación donde solo había una cama, por lo que uno de ellos tendría que arreglárselas con una bolsa para dormir.

—Tengo ganas de ir a un bar—dijo Gilbert— ¿Me acompañas?

— ¿Estás seguro de que hay un bar aquí?

—Entre más baja la temperatura, más alcohólica su gente. Es ley.

Antonio suspiró. Pensó que lo mejor sería acompañar a su amigo para evitar que se emborrache y diga algo que no debe. Así que los dos fueron juntos a un bar que estaba enfrente de la casa. Cada vez que pasaban cerca de alguien, el albinismo de Gilbert llamaba la atención de la multitud. Se sentaron en la barra donde un hombre mayor los atendió.

—Dos cervezas—pidió Gilbert.

El anciano sirvió en dos vasos y le entregó uno a cada uno. Gilbert tomó la cerveza que le dejó a su amigo.

—En realidad eran las dos para mí.

—No creo que sea una buena idea alcoholizarse...

Su amigo ignoró sus palabras y se puso a beber desenfrenadamente. Al cabo de otras cuantas cervezas más, Gilbert quedó tan borracho que Antonio tuvo que arrastrarlo de regreso a la casa.

—Te dije que no tomaras tanto—le reprochaba su amigo.

Una fuerte discusión llamó la atención de Antonio. Arrastró a su amigo con él hasta el lugar de donde provenían los gritos y vio a un joven rubio bastante alto con una cicatriz en su frente discutiendo con otros dos.

— ¡Estás loco si crees que cruzaremos el bosque por ella!—gritó uno de ellos.

— ¡Pero podría seguir con vida!—le contestó el rubio.

— ¡Tu hermana murió desde el momento en el que cruzó aquel bosque para ver a tu estúpida abuela!

— ¡¿Qué dijiste?!—le gritó furioso e intentó atacarlo, pero el otro hombre lo detuvo. Antonio dejó a Gilbert en el piso momentáneamente para intervenir y detener al otro hombre que quería golpear al rubio.

— ¿Y tú en que te metes?—le gritó el hombre a Antonio mientras forcejeaba.

—Pelea, pelea...—murmuraba Gilbert en el piso casi desmayado.

Finalmente los dos atacantes se rindieron y dejaron de forcejear. Antonio soltó al hombre quien muy enojado tomó del brazo a su amigo y se fue. El rubio limpió la nieve que había ensuciado su ropa y suspiró con frustración y cierto aire de tristeza.

—No sé por qué intervienes en asuntos ajenos—le dijo el rubio.

—Si no fuese por mí te habrían partido la cara.

—Si querías ayudar hubieses alejado a ese otro imbécil de mí y me hubieras dejado partirle la cara primero.

El rubio se acomodó su bufanda, la cual tenía rayas blancas y azules. Luego le dio la espalda al castaño para irse. Antonio, sin embargo, sabía que algo le ocurría, y quería saber que era para ayudarlo.

— ¿Qué es lo que le pasó a tu hermana?—le preguntó, viendo como este se detenía en seco.

—Un lobo la mató—contestó en breve y siguió su camino. Antonio corrió tras él.

— ¡Eso no es cierto! ¡Tú dijiste que podría seguir con vida!

Frustrado, el rubio suspiró fuertemente y se detuvo. Parecía que ese desconocido no iba a callarse hasta que le dé una respuesta. Dio una vuelta y quedó cara a cara con el castaño.

—Desapareció ayer—le respondió—. Cruzó el bosque para ir a la casa de nuestra abuela y llevarle comida pero no regresó antes de que caiga la noche. Y nuestros bosques son conocidos por tener lobos salvajes. Nadie sobrevive una noche allí—giró su cabeza para ver el horizonte, donde se extendía aquel terrible bosque—. Le estuve pidiendo ayuda a la gente todo el día, para que me acompañen a ir a buscarla. Pero todos se negaron. Supongo que debo ir solo.

Antonio se sintió conmovido por la historia. No iba a dejar que este hombre cruce el bosque solo y arriesgue su vida como su hermana.

—Nosotros te ayudaremos. Tan solo espera a que a mi amigo se le pase la borrachera—los dos observaron a Gilbert, quién estaba boca arriba en el piso haciendo un ángel en la nieve.

—Por cierto, ¿Cómo se llaman?—preguntó el rubio.

—Yo soy Antonio y él es... Rudolf—mintió. La apariencia de Gilbert lo delataría muy fácilmente si decía su nombre verdadero.

—Nunca antes había visto a un albino. Escuché que uno de los príncipes de Elmlein lo era.

—Ay, que coincidencia—intentó cambiar el tema—. Por cierto, ¿Tú cómo te llamas?

—Abel. Mi hermana se llamaba, digo, se llama Emma. Pero aquí muchos la llaman "caperucita roja". Es por una capa que le hizo mi abuela.

Era muy raro que los simples plebeyos vistieran colores llamativos. Una capa de color rojo sería de gran ayuda para identificarla o guiarse si esta había dejado algún rastro. Hizo una nota mental de esto para cuando se adentraran en el bosque. Por ahora, tendría que esperar a que su amigo se recupere.

[Hetalia] Cuento de Luz y SombraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora