Capítulo 18: El Hombre Lobo

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 Gilbert se mantenía de rodillas en el suelo mientras sostenía un balde con ambas manos a la altura de su boca

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 Gilbert se mantenía de rodillas en el suelo mientras sostenía un balde con ambas manos a la altura de su boca. Dentro de él vomitaba todo lo que había almorzado ese día. Enfrente él, en una silla mecedora, se encontraba Antonio observándolo, y en su falda tenía un conejo que pertenecía a Abel y este le había pedido que cuide momentáneamente. Ambos se encontraban en la casa de los hermanos, la cual era una cabaña de madera pequeña pero acogedora. Se mantenían calientes gracias al fuego en la chimenea.

—Te lo dije—le dijo Antonio a su amigo.

En la habitación contigua, Abel discutía con su hermano, Louis, quién era menor que él y Emma. Louis se negaba a dejarlo ir solo al bosque. Abel intentaba convencerlo de que se quede.

— ¿De enserio confías en esos dos desconocidos que encontraste en la salida de un bar y no en mí? ¡Uno de ellos no ha parado de vomitar desde que llegó!—exclamó Louis.

—No es que no confía en ti. Es que tienes quince y eres muy joven para acompañarnos.

—Pues según la ley de Avilliers con quince años ya tengo permitido comprar alcohol, comprar vacas y...

—Que ya sé que legalmente ya eres casi adulto. Pero no quiero perder otro hermano.

—Yo tampoco quiero perder a mi hermano.

Abel bufó frustrado.

—Pues alguien va a tener que quedarse a cuidar la casa de todos modos. Además también hay que cuidar a los animales.

Antonio y Gilbert no escucharon nada más, pero intuyeron que habían llegado a un acuerdo. Pronto los vieron regresar a la sala de estar. Abel estaba fumando de una pipa y a su lado estaba Louis, quien se veía enojado. Él era muy parecido a su hermano mayor, a excepción de su apariencia más juvenil y un flequillo que cubría su ojo derecho. Detrás del hermano menor había un perro de cabello rizado y marrón, que habían escuchado que se llamaba Pelutze.

—Partiremos tan pronto como como Rudolf mejore—declaró Abel fríamente—. Y de que limpien todo lo que ensució.

Dos horas más tarde, Gilbert estaba lo suficientemente mejor como para poder emprender aquel largo viaje a pie. Podrían ir a caballo, pero según Antonio si iban a pie no alertarían tan fácilmente a los depredadores. Después de todo, su experiencia como cazador le servía para estas situaciones.

Abel, antes de irse, fue a despedirse una vez más con su hermano menor.

—Por favor, intenta que no te maten—le rogó Louis.

—No soy tan idiota como para morir. Pero si ese es el caso, por favor asegúrate de quemar la caja de madera debajo de mi cama y aléjate lo más que puedas para que no te llegue el humo.

—Ah, hablas de la caja donde guardas tu hier...

—Solo quémala—interrumpió su frase.

Louis se despidió de los viajeros. El grupo de tres avanzó hacia el bosque, cada uno llevando un arma consigo. Gilbert llevaba su espada, Antonio su hacha y Abel un cuchillo. La nieve y el viento los ralentizaba, haciendo que su viaje se demore más de lo esperado. Pronto vieron como caía la noche y la oscuridad los cubría. Con cada paso que daban arrastraban nieve y tierra mojada. Pero Abel no mostraba ningún signo de cansancio o molestia, siempre manteniendo esa expresión seria e inalterable. A Gilbert le llamaba la atención, y sentía curiosidad por la situación de él y sus hermanos.

[Hetalia] Cuento de Luz y SombraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora