Capítulo 2

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Cuando Emmet abre la puerta, lo primero que hace es barrerlo de arriba hacia abajo con una ceja levantada y Aidan sonríe con toda franqueza que no inmuta ni un poco al hombre.

Le está mojando el piso, después de todo.

Mientras se ahogaba en su envidia luego de su cita fallida, el cielo decidió ponerle la cereza al pastel y soltó una lluvia tupida y fría. No se llevó sombrilla y su cita, luego del desplante, no iba a regresarlo a casa.

La situación fue a peor cuando decidió tomar la línea del metro de vuelta a casa y descubrió que dejó la billetera en el departamento por las prisas. Así que estaba sin su metrocard y lo que llevaba suelto en el bolsillo del abrigo no completaba un boleto suelto.

¡Por 25 céntimos de dólar!

No quedó más remedio que pedirle un aventón a Emmet, y este le dijo que no iba a consentirlo así que tenía que llegar por sus propios pies a su departamento y que tenía que hacerse cargo de sus errores y toda esa lista de obligaciones y responsabilidades que su amigo parecía recitar como si fuera el manifesto comunista.

Así que, luego de caminar media hora, que era mucho menos de lo que caminaría si intentaba llegar a su casa con el mismo método, por fin esta en el minimalista hogar de Emmet; quien con un largo suspiro de resignación lo deja pasar.

—¿Cenaste bien o te fuiste a la mitad?

—Terminé el plato, no iba a desperdiciar una invitación de comida cara. Pero no tendría reparos en darle un mordisco a la tarta que ha enviado tu madre —dice mirando hacia la cocina donde pueden verse los tópers que suele enviar la señora McGregor y el olor a comida que viene desde el horno de microondas le dice que ha interrumpido a su amigo a media cena.

—No hay premio de consolación por otra cita fallida. Ya te dejé ropa en mi cuarto, cámbiate en lo que recojo esto y nos vamos.

—¿Te he dicho que eres el mejor amigo que un hombre sin licencia como yo podría tener?

A Aidan le retiraron la licencia de conducir luego de su participación en carreras clandestinas cuando estaba en la universidad.

—Ahórrate el discurso.

Emmet va dando negaciones mientras regresa a su cocina. Él obedece a su amigo y se mete en el cuarto para cambiarse, desde que Emmet se mudó a ese departamento él lo ha visitado contadas ocasiones. Se conocieron cuando compartieron cuarto en la universidad así que incluso no conociendo el lugar, Aidan no se siente un intruso.

Lo comprueba la ropa vieja sobre la cama, es un conjunto de pantalón de mezclilla y sudadera que usaba hace ya unos ocho años y que seguro fue de las cosas que olvidó cuando dejaron el cuarto.

Hay dos cosas que no puede creer: que Emmet conserve eso y que aún le quede.

«Esto llamo yo, tener un cuerpo de envidia.»

Luego de doblar la ropa mojada, busca una bolsa para guardarla, pero no tiene éxito. Sale del cuarto y escucha a Emmet en el baño, no quiere molestarlo más, está por marchar a la cocina para continuar su búsqueda cuando ve una pequeña luz verde parpadear desde la ligera abertura de la puerta al final del pasillo.

Emmet sabe sus más íntimos secretos. Nunca le ocultó nada porque no había nadie más con quien hablar y la naturaleza abierta de Aidan lo hacía soltar todo sin filtro. Contrario a él, Emmet era mucho más reservado. A veces no lo sentía justo, aunque sabía que era una tontería pensar de esa forma.

Su mejor amigo nunca lo obligó a compartir sus secretos con él, si bien averiguar sobre la existencia de «Él» fue un accidente, lo demás fue voluntad de Aidan. Así que no puede reprocharle su hermetismo.

1929 Formas de Quedarme a tu ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora