Capítulo 8

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El movimiento brusco de la silla despierta a Aidan, parpadea confuso mirando el reloj de pared que marca las siete de la mañana, está por refunfuñar y echarse la manta encima de nuevo cuando espabila y recupera la noción de dónde está.

—Se te ven bien las cuerdas —dice Liam, quien está parado frente a él y lo lo mira hacia abajo.

Aidan tiene que reunir toda su entereza para no pegar un brinco por el susto, en vez de eso sonríe.

—A mí se me ve bien todo.

Liam pone los ojos en blanco y se limita a desatarlo.

Aidan lo mordería otra vez si pudiera.No es un animal como para ser atado a un poste esperando a su dueño. Si no se atreve es porque tiene instinto de supervivencia y lidiar con un mafioso no está entre las habilidades de su currículum.

Su cuerpo sigue entumido, dormir amarrado en una silla es, sin duda, la peor primera noche que ha tenido con alguien. Las marcas en sus muñecas le recuerdan a esas prácticas sexuales de moralidad cuestionable que nunca pensó que le fueran a gustar, pero que, por un momento, resultan atractivas.

Liam vuelve con ropa en la mano, al verlo parado en medio del salón con una sonrisita que apenas alcanza a disimular, encarca una ceja de extrañeza.

«Dios, si eres tú, por favor que no escuche pensamientos. Gracias»

—Ponte esto —indica al empujarle la ropa en el pecho.

El pantalón le baila en las caderas, se lo ajusta con unos tirantes a juego de color café y trata de tapar las marcas de las cuerdas en sus muñecas con las mangas de la camisa blanca que huele cuando piensa que Liam no está cerca. Huele ha guardado, seguro porque es la ropa que el hombre usó de joven antes de ser tan grande. Como no hay forma en que los zapatos de Liam le queden, se calza sus tenis de siempre.

Una vez listo, Liam pasa a su lado y cierra las ventanas del departamento. Luego se encamina hacia la puerta. Le hace un movimiento de impaciencia con la mano. Aidan sale del departamento y este echa llave a la casa.

—Sígueme y manten la boca cerrada, ya sé dónde vas a quedarte —dice mientras va bajando las escaleras. Aidan agradece en lo profundo de su ser que Liam sea de los que no les gusta el ascensor.

No cree que a Liam le importe si él les tiene miedo, es capaz de meterlo a uno para joderlo si se entera.

—No soy un perro al que pasar de dueño, Blake.

—Tienes razón —exclama mientras mete las manos a los bolsillos y saca sus llaves—. Eres un animal al que podría dejar morir en la calle, Wright.

Aidan frunce la nariz, está por decir algo cuando al cruzar la calle se encuentran frente a un auto precioso.Se queda sin aliento, es tan sobrio como hubiese esperado, las ruedas tienen un bonito color blanco pintado por encima, son donas de chocolate blanco. El recubrimiento gris oscuro del capó destaca con la hilera de coches negros. Caben cuatro o cinco personas, pero solo tiene dos puertas, en el lateral una rueda de refacción adorna el artefacto.

—¡Un auto de colección! Con lo caros que son ahora... a saber en qué año lo descontinuaron.

—¿Descontinuados? Es un modelo Dodge Brothers de este año, Wright ¿Seguirás con tu teatrito de venir del futuro?

—Me encantaría que fuese un teatro, déjame disfrutar el momento ¿Puedo tocarlo? —Liam bufa y hace un ademán que le indica a Aidan que «sí, adelante», este no pierde el tiempo y pasa su mano por encima del cofre.

Aidan no tiene una pasión desmedida por los autos, le gusta la velocidad, sí, pero no es eso lo que lo emboba.Lo hacen las reliquias, las cosas que por el simple paso del tiempo se dotan de una historia y un valor simbólico que va más allá de las piezas o la marca. Pasa su dedo por el frío metal de los faros, le parecen ojitos bien abiertos que deben calentarse como el infierno cuando tienen horas encendidos.

1929 Formas de Quedarme a tu ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora