Capítulo 4

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Agosto de 1929

Liam se revisa por última vez en el espejo, Sender insiste con la etiqueta para los mafiosos. En sus tiempos, para ser un delincuente o un asesino no necesitabas cosas como vestir bien. Necesitabas buenos puños y no echarte para atrás en una pelea.

Los tiempos cambian, ahora tiene que ir de saco y sombrero.

El saco está fuera de discusión, ir a trabajar con eso es incómodo como el infierno. Se monta su chamarra de aviador.

Ah. El sombrero.

Bien, el sombrero está solo bien.

Liam bufa y va hasta el salón, ha dejado el sombrero encima de la repisa junto a las cervezas alemanas, un recuerdo amargo de quién es y a dónde va. Suspira resignado al comprobar lo tarde que es.

Algún día tendrá el tiempo de viajar y hacer lo que le pegue su gana, el día en que se cumplan los sueños de Jireh y estén tan arriba en la cadena de la mafia que nadie pueda tocarles un pelo otra vez.

Conduce por Broadway, las luces de la ciudad empiezan a parpadear, invitando a todo transeúnte a olvidar la miseria, a fingir que el sueño americano sigue en pie, que la guerra, la caída de la bolsa de valores y la prohibición del alcohol no están sucediendo.

Aparca el auto y entra a Little Paradise, el salón clandestino de la familia de Jireh en el Upper West Side, aún es temprano para abrir así que encuentra a Jireh dentro de su despacho, revisando el libro de cuentas.

—¿Algo más que deba saber sobre este encargo? —pregunta Liam.

Jireh levanta la vista y se acomoda los gruesos lentes cuadrados, le entrega un papel con la cifra.

—Necesitamos ganarnos la confianza de Renzo, no me importa cuántos sean. Los matarás a todos. —Su amigo mantiene su semblante neutro, como si estuvieran hablando del clima—. Tenemos que hacerle creer que, en esta guerra, Sender es su más fiel mano derecha.

Liam detesta sentirse en medio de un sándwich, aplastado por imbéciles conservadores como ellos. Las verdaderas ganancias van a los bolsillos italianos, nadie más puede coger de ese tesoro mientras que los que acaban baleados en el pavimento son todos los demás.

Están enfermos de eso, de ser aplastados de forma sistemática, por eso lo cambiarán con sus propias manos.

—Yo me encargaré, así de que deja de preocuparte —responde Liam.

A Liam le costaría trabajo creerse que este hombre es la mente detrás de una banda criminal en ascenso. Pero ha sido testigo de su talento, Jireh Mayer ya no es uno de los judíos de su barrio al que los irlandeses no dejaban de intimidar.

—¿Te recuerdo que la última vez mataste a uno de los hombres de Renzo? Eres un mechero a punto de quemar todo, no me pidas que me calme.

—Pues te calmas, el trabajo lo estoy haciendo yo.

Jireh suspira y regresa su atención a las cuentas.

Entrada la noche, los seis chicos a su cargo se reúnen en la calle trasera del salón de Little Paradise, se montan en los coches y emprenden el camino.

Las llantas levantan los charcos formados por la lluvia de esa misma tarde.

Los engulle la oscuridad de una ciudad mal iluminada y en la que Liam siempre siente que se asfixia entre edificios. Nadie sabe si la ciudad seguirá creciendo, luego de la caída de la fiesta de los años posguerra solo se ve pobreza y un derrotismo que encogen sus tripas.

1929 Formas de Quedarme a tu ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora