Capítulo 3

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Subir nueve pisos ya es una costumbre, aunque tampoco va a decir que le gusta. Pero de eso a ir por el elevador, prefiere el ejercicio de todos los días.

Su departamento es el último de la fila, un viejo caserón en el barrio del Upper East Side, el piso cruje con cada paso y las goteras van a acabar con el repujado de la pared. Por más que ha insistido, la casera se niega a ponerle remedio, aún con lo viejo que es, Aidan se siente aliviado cuando pone un pie dentro de su guarida.

Su hogar tiene un ligero olor a humedad, no importa cuánto tiempo deje abierto el ventanal frontal. El tiempo es así.

Se acerca hasta su mesa de trabajo, los rollos sin revelar y las tiras de video le piden atención. Aidan está cansado, pasa sus dedos por los anaqueles con su colección de cámaras viejas.

Luego se acerca hasta su proyector, enciende la vieja película justo donde la dejó la noche anterior. La imagen se proyecta junto al amplio ventanal del departamento. Lleva años con la misma rutina, como si algún día Él ya no estará dentro de una cinta de video sino recibiéndolo con un beso a la llegada del trabajo.

Es casi como tener un crush con un actor importante o un cantante.

Imposible pero inevitable.

Aidan intenta no sentirse tan raro con esto, piensa que es como si fuera un adolescente colgando posters de sus cantantes favoritos, solo que en vez de tener esa adolescencia con bandas como Panic at The Disc o Green Day, él tiene fotos de un desconocido muy guapo.

Tiene unos preciosos ojos grises, o eso quiere creer porque la película es en blanco y negro. Sonríe de esa forma dulce que solo un enamorado podría poner y exuda un aura devota hacia quien filma.

Es del tipo casero, amable y atento.

Su único defecto es estar muerto.

Demasiado patético para colocarse en cualquier red social, se lo puede imaginar:

¿Estado? En una relación complicada con una historia de amor que solo sucede en mi cabeza.

Aidan ha visto esa serie de fotogramas más veces en su vida que a cualquier otra cosa o persona, se lo sabe de memoria.

Sabe que mientras Él habla se pasa las manos por el cuello y se revisa los bolsillos cuando se pone nervioso. Sabe que es un fumador por la forma en que sus manos buscan un cigarro cuando está nervioso.

Sabe lo lento que es lavando los platos, que le gusta tener todo ordenado en esa casa tan pulcra.

Sabe que está enamorado de la persona que lo graba.

—¿Quién es la afortunada que te tiene así? —pregunta otra vez como si fuera a responder.

Aidan se ríe de sí mismo. Debe seguir buscando parejas reales, en el mundo real, ese mundo en el que nadie va a mirarlo como Él mira a la lente. Aunque detesta la actitud protectora de Emmet, reconoce, para sus adentros, que tiene razón.

Ha pasado mucho tiempo embelesado por una fantasía que lo retrae cada vez más de las personas a su alcance.

Suspira pensando en el trabajo acumulado. Pero prefiere pasar las últimas horas de ese viernes en su cuarto negro.

El departamento tiene dos habitaciones, un hall que conecta con la cocina, un cuarto de servicio y un baño. Él vive solo, no tiene visitas y es probable que nunca las tenga ¿Así que por qué habría de tener un cuarto de invitados?

Se sirve un vaso de agua y se entrega a su hobby preferido.

Es un cuarto pequeño, contrario al resto de espacios reducidos, en este Aidan no siente esa pesada bola de concreto que le aplasta el pecho y que luego le desencadenan ataques de ansiedad. Su cuarto negro es su cuarto preferido.

Aunque el mundo digital los ha alcanzado y tener la impresión de una foto solo requiere de una impresora, Aidan prefiere el método manual. Deja el vaso de agua en la esquina de la mesa, toma la tira del negativo y con una paciencia infinita contraria a su personalidad de puertas para afuera, observa con atención los detalles a contra luz para encontrar su foto de hoy.

Una vez elegida, coloca el negativo en la ampliadora y modifica la nitidez; revelar fotos requiere de meticulosidad y concentración. Usualmente tiene que hacer tiras de prueba, la ventaja es que conoce tan bien estos negativos que sus revelados imperfectos son pocos.

Apaga las luces y enciende la bombilla roja que sumerge la habitación en una película de espías.

Prepara las tres bandejas con el líquido para revelar, los químicos tiene un olor atractivo para él, es indescriptible, algo que le remite a otros tiempos. Mientras coloca el tiempo en el cronómetro manual de la mesa, canta a todo pulmón con la música del salón, es una canción de su Diosa Adele: ~Perderme en el tiempo, pensando solo en tu cara ~

La ventaja de tener los negativos es que puede revelar todas las fotos que quiera, así Aidan ha mantenido su colección del hombre de ojos grises siempre renovada. Aún le resulta increíble que debajo de las tablas de ese departamento fuera a encontrar tantos rollos sin revelar.

En su computadora hay un email sin enviar, este tiene sus mejores fotografías, incluida una de Él. Algún día, si junta el suficiente valor, dará enter y perseguirá sus sueños. Algún día, cuando el miedo a una negativa no lo congele como a un idiota.

El cronómetro lo regresa a su realidad.

Saca la foto de la última bandeja con las pizas, la mira con la escasa luz y la cuelga para que se seque, es de su crush adolescente que está sentado en el alféizar del ventanal, las cortinas ondean y a sus espaldas luce el cielo.

La cámara debió estar muy cerca, apenas se ve de sus hombros hacia arriba, el hombre mira fijo el lente. Sus ojos son intensos, brillan incluso en la falta de color, brillan con ternura y algo reprimido por lo que Aidan mataría por entender.

—Emmet está equivocado —dice a la foto—. Quisiera la oportunidad de tenerte enfrente. No saldría huyendo. Aunque tal vez lo digo porque sé que eso no va a pasar ¿verdad?

Cuando está listo para ponerse a revelar la siguiente tira de los negativos, le suena el teléfono y en su concentración pega un brinco por la impresión, golpea sin querer el vaso de agua que se estrella en el suelo.

Se agacha a recoger los pedazos de vidrio, una mala idea pues al querer apilarlos para no tardar mucho, el filo le hace una herida pequeña pero profunda de la que brota la sangre. Maldice y mete la mano en el bolsillo buscando un pañuelo, lo primero que saca es el celular con la llamada perdida de Emmet. Vuelve a sonar y Aidan sabe que Emmet ha notado la ausencia del collar.

Traga espeso, deja el teléfono en su bolsillo y saca el collar, pensando en algún pretexto convincente del por qué lo tomó. Lo aprieta en su mano al levantarse dispuesto a buscar un pañuelo afuera, cuando el collar emite una luz esmeralda que destella tan fuerte incluso en su mano cerrada.

La luz cubre la habitación por entero, sus pupilas acostumbradas a la oscuridad tardan en ver algo, es todo luz intensa que Aidan está asustado y piensa en escapar por si es un incendio.

Avanza a ciegas hacia lo que él cree que es la puerta, tiene el sentimiento de cruzar un umbral, pero cuando abre los ojos lo que lo recibe no es el salón de su casa, sino una pared de ladrillos.

La luz a su espalda se va desvaneciendo, un marco esmeralda que le muestra su cuarto oscuro y Aidan no puede seguir caminando, ya no está sobre suelo firme. Con el corazón en la garganta mira hacia abajo.

Jodido infierno. 

1929 Formas de Quedarme a tu ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora