Capítulo 9

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Aidan se sienta en la mesa de la cocina, el aire huele a café recién hecho y pan tostado, con un toque de flores frescas que Suri coloca en un jarrón sobre la mesa cada mañana.

Zaida le sirve el desayuno: plato de huevos fritos al que acompaña de una sonrisa que aún cohíbe a Aidan, quien no recuerda la última vez que tuvo una comida familiar.

Se quedó solo cuando era muy niño y no conocía a nadie que tuviera un entorno adorable de familia de película. Ni Emmet con sus padres divorciados se salvaba.

Así que la imagen a la que ha tenido que acostumbrarse los últimos cinco días le parece más fascinante que el hecho mismo de estar en 1929.

La cocina de los Mayer es un pequeño salón, los armarios de madera pintados en un verde profundo con pomos redondos y brillantes, el fregadero antiguo con su grifo de aspecto robusto y el azulejo decorativo que corre a lo largo del salpicadero, añaden una sensación de póster de revista vintage.

Aidan da un sorbo de su café, disfruta el calor reconfortante en sus manos y en su garganta.

Jireh cambia la página del periódico, no le ha dirigido ni una mirada, Suri alimenta a cucharadas al pequeño Dereck, el niño de cabello rubio y ojos pispiretos cafés que Aidan no se anima a preguntar de quién es.

Si no trabajara para ellos sería difícil creer que tienen nexos con el crimen.

—Sin alcohol en la mesa —dice Zaida señalando la discreta ánfora plateada a un lado de la taza de café de su esposo.

Jireh suspira, pero mientras la guarda en el interior de su saco le dedica una mirada cariñosa a su mujer.

—¡Vamos a jugar, abuelo!—pide Dereck estirando la mano en dirección a Aidan que finge demencia.

Esto es mucho peor que el día en que unos niños lo llamaron «señor» por primera vez cuando apenas tenía quince, culpa de su cabello cano.

—Dereck... —amenaza su padre que niega con la cabeza. El niño infla los cachetesy aparta el plato de verduras.

—¿Cuándo vendrá Blake? —pregunta Aidan esperando que Dereck no insista—. No es que me importe mucho solo...

—No te preocupes, cariño —contesta Zaida con una sonrisa ladeada al sentarse por fin a desayunar—. Cuando llama, pregunta por ti.

El estómago de Aidan estalla en mariposas a las que el chico quiere ahogar en el ácido gástrico. No ha visto a Liam Blake en toda la semana. No le importa mucho.

«Sé dónde vives, Blake y en cuanto sepa qué hacer con mi caos, no te librarás fácil de mí»Pero es más fácil pensarlo acompañado de una risa malévola que realmente saber qué hacer. La piedrita que lo lanzó al pasado no le da pistas de cómo regresarlo a su presente, pese a que ya la mordió, la puso a la luz de la luna, del sol, la metió en agua, le colocó una vela, la amenazó, le rezó.

Nada.

Encima de todo el tiempo para la reflexión no le sobra. El bar es un trabajo que requiere de todos sus esfuerzos físicos y de concentración.

Aunque se adapta rápido, Aidan aún tiene problemas para algunas tareas como recibir el licor de contrabando los martes y jueves por la noche, también le cuesta recordar bien qué mesa pide qué.

Fuera de eso empieza a perdonar un poco al bastardo de Blake: el lugar en el que lo ha dejado es agradable y la familia Mayer también. Aunque no conoce a nadie en esa ciudad y se siente tan perdido como cuando llegó, Aidan empieza a creer que Liam realmente quiso retribuir el favor que hizo la noche en que llegó.

1929 Formas de Quedarme a tu ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora