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Christopher no podía creer lo que estaba viendo.

No solo por el barrio sucio, lleno de pequeñas y deterioradas casas. La casa que Felix le había señalado era tal vez la casa más precaria que nunca había visto. No es que nunca había pasado por barrios así, pero siempre se había movido en clases sociales más altas y ver que su fisioterapeuta vivía en un hogar así, a pesar de su alto salario, lo había sorprendido.

Felix se había dormido en el auto durante el viaje, y a pesar de sus intentos de despertarlo, había sido imposible. Terminó por levantarlo sobre su hombro, con un brazo sosteniéndolo desde la parte interna de la rodilla y con la otra sujetando su cadera. Era consciente de su fuerza, pero no podía ignorar lo ligero y frágil de su cuerpo. Felix era muy delgado, podía sentir sin ningún problema los huesos de su cadera y cuando lo había penetrado, había sentido el bulto sobresaliente en su barriga. Era varios centímetros más pequeño que él, no debía medir mucho más que 1.70 m, y al haberlo levantado podía confirmar que con suerte pesaba unos 50 kilos.

Tratando de no darle vueltas al asunto, se acercó a la casa de su fisioterapeuta teniendo cuidado donde pisaba, debido al piso mojado por la corta lluvia que había aparecido durante el viaje. Abrió la puerta con las llaves que encontró en uno de los bolsillos traseros del pantalón de Felix, confirmando su sospecha.

El interior era mucho peor.

Era un monoambiente pequeño. Estaba impregnado con olor a humedad y solo había una ventana que dejaba pasar la luz de la calle. Se encontraban dos futones, uno contra una pared, el cual estaba ordenado y otro más cerca de la entrada, desarmado y decorado con recipientes de comida rápida y algunas bebidas alcohólicas vacías. No le sorprendía para nada el estado físico deplorable de alguien que, por su profesión, debería preocuparse y entender mejor su salud.

Christopher lo dejó en el futón, apartando las botellas de vidrio y dejándolas sobre lo que se suponía era la cocina. Solo consistía en una vieja heladera, un sucio microondas y una cocina a gas llena de polvo. Curiosamente, abrió la heladera, que sólo tenía una botella con agua por la mitad, una leche y un par de huevos, que dudaba de la frescura de aquellos. Su atención se dirigió al sonido insistente de una gotera que caía en el piso, a unos centímetros de los pies de Felix.

Christopher suspiró. ¿En qué gastaba su sueldo?



Lo primero que Felix sintió fue una fuerte punzada de dolor en su cabeza. La luz del sol entraba por la pequeña ventana y deseaba haber comprado alguna vez cortinas, ya que aquel brillo solo empeoraba su dolor.

Con dificultad, se incorporó y masajeó su cuello, tratando de aclarar su mente. No fue hasta luego de unos segundos sin terminar de comprender qué había pasado que escuchó un ruido que no tenía familiariza.

Hace meses tenía la misma gotera que hacía presencia los días con lluvia, pero estaba acostumbrado a escuchar cómo caía sobre la madera del piso. En cambio, aquel día había una cacerola de su abuela donde caían las gotas. Intentó hacer memoria de su llegada a su hogar, pero no podía recordar nada, aunque dudaba que en el estado en el que se encontraba ayer hubiera podido siquiera poner algún recipiente para que las gotas no cayeran sobre el piso.

Se levantó estirando su cuerpo, preparándose un té y saliendo para no tener que aguantar el olor a encierro. La ventana de su hogar estaba rota hacia años y era imposible abrirla, por lo que no era fácil deshacerse de ese olor. Fuera, disfrutó del frío que acariciaba sus mejillas y dio un largo sorbo a su té. Su barrio era tranquilo y mucho más un domingo temprano. Pero a pesar de eso, no le sorprendió ver a su vecina haciendo lo mismo que él.

-Buenos días, señora Jung - la saludó haciendo una leve reverencia, calentándose sus manos con la taza, acción que también hacía la mujer con su bebida.

jinx » chanlixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora