Cicatrices
Avasalladoras tormentas invernales invadieron mis sueños: la nieve caía con tanta fuerza que no me dejaba ver nada, y el viento era tan frío que me calaba hasta los huesos. Aun así, tenía que seguir avanzando. Debía atravesar la tempestad.
Aunque normalmente, dependiendo de la hora en que fueran a comenzar mis primeras reuniones, Jeongin me despertaba a las seis o las siete para que tuviera tiempo de prepararme, en esta ocasión lo hizo poco después de las nueve de la mañana porque era mi cumpleaños. Dormir un poco más fue algo agradable, pero también muy extraño.
Tal vez Jeongin ni siquiera me habría despertado, pero Irene solicitó desayunar ese día conmigo para que pudiéramos celebrarlo. No me molestó porque no me gustaba dormir hasta tan tarde: me hacía sentir extremadamente perezoso.
Ni siquiera sabía bien a qué dedicaría el resto del tiempo, porque había pasado mucho desde la última vez que tuve un día libre. Solía estar ocupado con los asuntos del reino, ayudando a Jennie con los planes para la boda o junto a Seungmin y Changbin.
Me reuní con Irene para desayunar en su habitación, el lugar donde habitualmente la veía. Su salud llevaba algún tiempo empeorando, e incluso había tenido que guardar reposo hasta antes de Navidad.
Jennie trató de curarla en varias ocasiones, pero en realidad sólo había logrado aplazar lo inevitable. Como tenía que trasladarme hasta las cámaras del ala sur, de camino aproveché para pasar por el cuarto donde habíamos alojado a Hyunjin. La puerta estaba cerrada y Jinyoung montaba guardia fuera; me saludó con un solemne movimiento de cabeza, por lo que asumí que todo estaba en orden.
La cámara real de mi madre era inmensa: las puertas dobles por las que se accedía a la habitación iban del suelo al techo, y medían casi el equivalente a dos pisos. De hecho, una vez calculé que mi habitación, bastante grande de por sí, cabía dos veces en la cámara de Irene; por si fuera poco, parecía más amplia porque uno de los muros era en realidad un enorme ventanal, aunque mi madre lo mantenía oculto tras las persianas casi todo el tiempo porque prefería la tenue luz de su lámpara de noche.
Para llenar el lugar había varios armarios, un escritorio, la cama más grande que jamás hubiera visto, y una zona de estar que contenía todo lo necesario: sofá, dos sillas y una mesita. Ese día Irene hizo que también colocaran una pequeña mesa con dos sillas junto a la ventana; en ella había fruta, yogur y avena, mis alimentos preferidos. Durante las últimas visitas, mi madre se había visto obligada a permanecer en cama, pero en esta ocasión pudo sentarse a la mesa. Aunque su largo cabello alguna vez había sido completamente negro, ahora mostraba un tono blanco platino. Sus oscuros ojos estaban nublados por cataratas, y su piel, que alguna vez había sido como de porcelana, ahora parecía sumamente arrugada. Irene seguía siendo elegante y bella como siempre creí que sería, sin embargo, había envejecido bastante en muy poco tiempo.
Al entrar la vi sirviéndose té, con su vestido de seda ondulando sobre ella.
—¿Te apetece un poco de té, Felix? —preguntó sin volverse a mirarme. Hacía muy poco tiempo que me llamaba así; hasta entonces se había negado a usar otra palabra que no fuera «príncipe». Obviamente, nuestra relación había ido cambiando.
—Sí, por favor —dije, y me senté frente a ella, al otro lado de la mesa—. ¿De qué es?
—De moras. —Irene llenó la taza de té que estaba frente a mí y luego dejó la tetera sobre la mesa—. Espero que tengas hambre esta mañana porque le he ordenado al chef que nos organizara un festín.
—Sí, tengo mucha hambre, gracias. —Mi estómago emitió un gruñido como si hicieran falta pruebas.
—Pues adelante. —Irene señaló la variedad de alimentos—. Toma lo que te apetezca.
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3.Renacimiento - Hyunlix/Chanlix
FantasíaEl destino de Felix parece estar sellado. Se avecina una guerra y todo lo que ha sacrificado para conseguir la paz y el equilibrio del pueblo Trylle pende de un hilo. Los acontecimientos se precipitan y lo encaminan hacia un final inesperado. ¿Conse...