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Bajo el pretexto de que su explicación iba a requerir tiempo, me invitó a pasar el fin de semana a su casa, aclarando que tenía una habitación de huéspedes.

Claro como si me importara, pensé.

Accedí sin darle ni una pensada, no es como que fuera a molestarme dormir con Alex o hacer algo más ¿verdad?

Llegamos a un edificio de Pacific Heights, no a la casa donde lo había encontrado hace ... ¿un tiempo? Bueno, ustedes me entienden, cuando fui con Kim. Aquella resultó ser la casa de sus padres.

Un hombre uniformado de unos 50 años, canoso de ojos oscuros y sonrisa amable, llamado James, nos recibió en el lobby.

Alex me condujo hasta el elevador, pulsó el botón de la planta alta, y un instante después la puerta se abrió, quedé atónita ante la maravilla del lugar.

El penthouse era gigantesco, la cocina cubierta de mármol; un refrigerador enorme de tres puertas; colgados en la pared varios cubículos con puertas de cristal y luz interior, en ellos se podía ver la hermosa vajilla de porcelana; un lavatrastes grandísimo. Al centro la parrilla de la estufa empotrada en una barra con encimeras también de mármol y sobre ésta la campana de cristal; la barra servía al mismo tiempo de desayunador con cuatro bancos al frente. El espacio era; la mesa del comedor tenía ocho sillas negras y una araña enorme también de color negro colgada justo en medio con tantas luces que iluminaba casi todo el lugar.

Había una vitrina de caoba con adornos; parecían recuerdos de viajes de todo el mundo. En la sala cuatro sillones formaban dos esquinas y una mesa de centro, enfrente de éstos una enorme pantalla de LED colocada arriba de una chimenea con marco de cristal; la alfombra combinaba con las largas cortinas que hacían realizar el ventanal. Después pasamos a su dormitorio; una cama King Size en medio, a cada lado de ésta un buró con una lámpara que despedía una luz tenue muy acogedora; otra pantalla colocada en la pared y bajo ésta también una chimenea; del lado derecho un enorme vestidor, lo más maravilloso de todo ese departamento era la vista, la bahía de San Francisco se extendía por todo el horizonte.

Luego del recorrido Alex me pidió que tomara asiento en la sala y mientras yo jugueteaba nerviosa con mis manos, imaginando lo que podría ocurrir más tarde, preguntándome si estaba lista para eso. Alex desplegaba mapas de todo el país, luego lo pensó mejor y optó por usar otro, uno que abarcaba únicamente San Francisco. Luego, con marcador en mano, empezó a dividir el mapa por aquí y por allá, marcando ciertos puntos.

Cuando se sintió satisfecho con aquella manualidad tomó aire y después centró su atención en mí.

— De acuerdo, esto funcionará. ¿Estás segura de querer saberlo todo?

— Segura.

Asintió. No me lo dijo, pero podía ver la duda asomándose entre la neblina de sus ojos grises. Estaba ¿asustado? Lo que sea que planeaba contarme de algún modo lo asustaba, o en el mejor de los casos lo incomodaba.

Me hinqué a su lado, acaricié el dorso de su mano con la mía y dejé que mi corazón tomara las riendas de mis cuerdas vocales.

— Fue en serio lo que dije en casa de tus padres, sé que tu vida no es fácil y no me importa lo complicado que pueda ser. Aquí estoy y te prometo que no me iré a ningún lado.

— ¿De verdad?

Asentí.

— Trataré de contártelo todo de una forma sencilla, pero debes de saber que esto que estoy por decir es mucho más grande ¿ok?

— Ok.

Luego de un largo suspiro Alex, comenzó su explicación.

— Existen ocho "grupos" principales. Los chinos, vietnamitas, japoneses, italianos, rusos, franceses, alemanes e ingleses. Cada uno de ellos controla ciertos territorios — señaló una parte del mapa —, por ejemplo, Chinatown, Japantown y Little Saigon pertenece a los asiáticos. Los italianos tienen la playa norte y el distrito Mission; los rusos con Nob Hill y SOMA; los franceses dos terceras partes del centro cívico, Hayes Valley y la calle Polk. Los alemanes la calle Union y el distrito financiero y los ingleses Marina, presidio y Haight-Ashbury.

El sabor de los sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora